Clásicos marvelizados o cómo convertir a don Quijote en un superhéroe cachas y socarrón

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A don Quijote se le ha representado de mil maneras, pero nunca como un superhéroe de los que lucen músculo, sueltan mamporros a diestro y siniestro y hablan con socarronería. Lo mismo le ocurre a Ana Ozores, la protagonista de La Regenta. O a Pedro Páramo. O al coronel Aureliano Buendía. Faltaba ese toque comiquero que los bajara del olimpo de los sagrados clásicos literarios y los acercara sin complejos al fantástico mundo de Marvel. Y de eso se ha encargado Dr. 79.

«Empecé haciendo lo que hacía con mis amigos: chistes malos, viñetas un poco random de lo que se me fuese ocurriendo, con el único hilo narrativo de tocar cosas de la cultura popular e hilarlo un poco», explica este ilustrador amateur, como se define a sí mismo. Lo de dibujar le sirvió para entretener la mente durante el confinamiento. El aburrimiento, básicamente, le llevó a crearse una cuenta donde ir subiendo día a día los chistes que se le ocurrían. También, el hecho de haberse comprado una tablet y tener que darle salida, claro.

«Y con esa dinámica estuve con esa cuenta un año y pico, bastante sin pena ni gloria. Hasta que buscando un formato que me distrajese pero que tampoco me hiciese tener que pensar cada día qué dibujo hoy, se me ocurrió unir la literatura con las portadas de cómic, que era una idea que yo pensaba que ya había hecho mucha gente, pero luego, investigando, vi que no».

El proceso es sencillo: piensa en un clásico que le haya gustado y que haya leído (son las dos principales condiciones) y recurre a la memoria y a su bagaje de años como lector de cómics para encontrar en su mente la portada de Marvel que mejor encaje con la gracieta que quiere hacer de la obra literaria en cuestión. «Obviamente, debe ser una portada icónica», puntualiza.

«Dentro del género de las portadas es costumbre versionar. Si una portada de Spiderman o de Batman es muy icónica por lo que ha supuesto en la carrera del personaje o es de una etapa muy buena en particular, o de un artista destacado, es normal que otros artistas la versionen. Esas portadas, aunque no sean la original, las reconoces. Y eso es lo que me hace a mí gracia, encajar las tres cosas: el chiste, la portada clásica y la obra».

Dr. 79 considera las portadas de Marvel en particular, y de los cómics y libros en general, un género en sí mismas. Él las ve «como resumen e hipérbole de lo que vas a ver dentro de un libro y de un tebeo, sobre todo. Porque la portada tiene un lenguaje propio que no es el de la narrativa del cómic o del libro. Te tiene que vender una idea muy impactante en una sola imagen. Por eso son todas tan over the top. Y eso siempre me ha hecho muchísima gracia. Y la idea de que, muchas veces, lo que pone en la portada no tiene nada que ver con lo que vas a encontrar».

Cuando habla de las portadas icónicas de Marvel se refiere a las que pertenecen a la Edad de Bronce de la firma, las de los años 60, 70 y principios de los 80.

«Tienen un lenguaje muy particular. Tienen un poco de narrativa; los personajes hablan y te cuentan, para que te hagas una idea muy rápida de la historia que vas a ver dentro solo con una escena, que es una especie de clickhanger un poco raro que luego, realmente, no ves dentro. Y eso se ha perdido mucho porque, a partir de los 90 (estoy hablando siempre de cómics de superhéroes), todas las portadas son pin-ups de señores y señoras estupendos, con sus trajes y haciendo posturas para demostrarte lo que molan, pero no tienen ningún tipo de contenido ni de lo que va la historia. También porque se ha perdido mucho lo que tenían antes los cómics, que cada uno te contaba una historia más o menos independiente. Ahora la narrativa es mucho menos comprimida y son todo pósteres. Por eso, ese puntillo nostálgico me gusta mucho».

Con sus portadas (no se plantea, por el momento, versionar la historia completa del clásico porque afirma respetar profundamente el trabajo de los ilustradores y creadores de cómics), Dr. 79 busca hacer un doble homenaje: por un lado, a la portada original del cómic en el que se inspira. Y por otro, al clásico en sí.

«Empecé a hacerlo porque era una forma de hacer chistes simpáticos, un poco rollo gafapastil, con la literatura, pero la idea que subyace es hacer este homenaje a nuestros clásicos equiparándolos a la mitología actual, que puede estar un poco más en la cultura pop para los chavales con todo el rollo de los superhéroes. Así pues, sería un homenaje a esta cultura de ahora, reivindicando que dentro de toda esa sopa de conceptos y esa amalgama de arquetipos y de personajes guais que nos conforman como sociedad también están nuestros clásicos. La idea básica es “vamos a divertirnos con ellos”, porque los clásicos son divertidos. No son solo geniales y objetos de adoración para bibliotecas, sino que, ¡joder!, son divertidos. El Quijote no es el Quijote por ser una obra maestra de la literatura, que lo es, sino porque, además, es divertido de la hostia».

Para quienes puedan acusarle de banalizar la literatura, tiene una respuesta:

«La literatura ya es banal de por sí, y eso no es nada malo.  La función principal de un libro es entretener a la gente un rato mientras llega la hora de comer, mientras se toman un té o cuando están ya a gustito en la cama por la noche. Lo de que, de paso, hablen de verdades eternas, de la naturaleza humana y de cómo deberíamos aspirar a ser es solo un extra, uno bienvenido y maravilloso, sí, pero que viene después de la diversión. El Quijote puede ser una joya por mil razones profundas y geniales, pero al final del día lo leemos porque va de un tipo que se echa un requesón por la cabeza, y eso es fantástico. Si los clásicos los dejamos solo para las bibliotecas y las academias de señores de ceño fruncido, y los sacamos de los chistes y el imaginario colectivo, solo nos estamos empobreciendo».

Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista. Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu. A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá. Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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