[pullquote author=»Horacio» tagline=»Epístola a los Pisones o Ars poetica»]Multa renascentur, quae iam cecidere, cadentque quae nunc sunt in honore vocabula, si volet usus, quem penes arbitrium est et ius et norma loquendi» (Renacerán muchas palabras que ya se habían perdido y caerán en olvido voces que hoy gozan de prestigio, si es que lo quiere el uso, que es verdadero árbitro y ley y la norma del lenguaje)[/pullquote]
Horacio lo dejó claro hace ya unos cuantos siglos. La lengua no es de los académicos ni de los filólogos ni de los gramáticos: la lengua es del pueblo. Somos los hablantes quienes la hacemos y le damos forma gracias a ese «uso» que mencionaba el poeta clásico.
Por eso es por lo que en nuestro Diccionario existe la palabra «cocodrilo», que debería haber sido crocodilo si atendemos a su etimología latina: crocodilum. Pero no se acepta cocreta a pesar de que el fenómeno es el mismo: porque el uso, los hablantes, así lo han establecido.
En función de las distintas maneras de hablar español que se producen nace la norma. En palabras de Víctor García de la Concha, director del Instituto Cervantes, «la norma es aquello que define mejor lo que se hace en cada región. Es una parte de la descripción. No es más que poner en evidencia quién tiene la mayoría de esa expresión». En otras palabras, es aquello que explica por qué en unas regiones como Asturias no se pronunciaba la «ll» y sí la ye o por qué en Madrid, preferentemente, la ‘d’ intervocálica cae diciéndose /acabao/ y no /acabado/.
Para explicar estos y otros fenómenos el Instituto Cervantes acaba de publicar el libro Cocodrilos en el Diccionario. Hacia dónde camina el español (Espasa), escrito por un grupo de lingüistas de la Universidad de Salamanca, cuyo trabajo ha estado dirigido por el catedrático de esa universidad y especialista en norma y descripción de la lengua, Julio Borrego.
Para Borrego, estamos ante un libro de estilo y corrección lingüística distinto porque supone «una lanza a favor de los hablantes». A la pregunta de por qué los hablantes se expresan así no basta, en opinión del catedrático, con la excusa de que la educación actual está muy degradada.
Hay que preguntarse, sin embargo, por qué los hablantes, generación tras generación, tropiezan en las mismas piedras. «Por qué precisamente los «incultos», los «ignorantes», los «mal preparados» siempre dicen esas cosas y por qué no dicen otras. Lo que este libro hace es indagar en por qué razón eso se dice precisamente así. Por qué muchos hablantes dicen «dijistes» y no «dijiste»».
Es precisamente ese uso de la lengua el que determina que lo que un día está totalmente rechazado por la norma culta, pasado un tiempo pueda cambiar. Un buen ejemplo de ello son aquellos famosos Dardos que Fernando Lázaro Carreter lanzaba en sus irónicos artículos en El País allá por 1997. Más del 50% de aquellas expresiones que el académico denunciaba como erróneas hoy están aceptadas en el diccionario.
Pero son también esos usos los que ponen ciertas marcas al idioma, indicándonos si estamos ante un discurso actual o trasnochado. O nos indican en qué tipo de circunstancia se está pronunciando. «Hemos intentado también dar fe de eso tan sabido, que es que no todo el mundo habla de la misma manera. La lengua está muy diversificada. Hay diferencias de los hablantes en función de su sexo, de su edad, de su cultura…», explicaba Borrego en la presentación de la obra que ha dirigido.
Por esta razón si alguien dijera algo como «Me voy a poner un niqui muy fardón para ir a la boite», sabríamos que el hablante que las emplea tiene ya unos cuantos años y peina canas. Y calificaríamos a este como un lenguaje viejuno. Pero si alguien nos lee un capítulo de El Quijote, no hablaríamos de viejuno, sino de antiguo. «Las situaciones hacen variar la forma de hablar», explicaba Borrego, y algunos fenómenos nos indican que estamos en una época o en otra.
Se trata, pues, de hacer un retrato, una radiografía del español actual, principalmente el hablado en España, pero también atendiendo a giros y particularidades del español de Hispanoamérica. «No sólo detectamos cuáles son los fenómenos que hoy día pueden estar en ebullición en español, no solamente decimos cuál es el correcto. Lo hacemos con conciencia de que hay razones suficientes para que seamos «nosotros» los que podamos decirlo», explicaba Borrego.
Cocodrilos en el Diccionario busca también averiguar hacia dónde camina nuestro idioma, como advierte su subtítulo, aunque aún no hay estudios lo suficientemente asentados como para poder afirmar con seguridad cómo será el español del futuro.
En opinión de García de la Concha «el español se viste de tú ahora» y «está superando las clases sociales». El tuteo parece estar extendiéndose a lo largo de esa «gran avenida» tal y como definió Borges a la lengua de Cervantes. También tiende a igualarse el lenguaje femenino y el masculino (el uso de palabrotas por unas y otros es un ejemplo), algo que según García de la Concha, es un reflejo de la situación social actual.
Y sin embargo, lo fascinante del español es que a pesar de sus diferencias, no impide la comunicación entre sus hablantes. «El español circula por una gran avenida, como decía Borges, y en toda esa gran avenida no hay ninguna zanja que produzca la falta de comunicación. Hay, sí, matices pequeños, perceptibles, que como dice Borges «hacen sentir la patria»» y que nos ayudan a discernir si quien nos habla es gallego, andaluz o colombiano.
Para Borrego y su equipo, otra característica del español actual es lo que definen como Sinergio: «un lenguaje extendido en situaciones en que es recomendable hablar mucho pero entenderse poco, como el lenguaje electoral». Y frente a ese sinergio, ese alargar el discurso para parecer que dices mucho sin decir absolutamente nada, la tendencia, sobre todo en la lengua escrita, es la brevedad.
Los tuits, el microteatro, los casi extintos SMS son prueba de ello. Y citaba el catedrático el ejemplo de un alumno que en un examen, ante la pregunta de «Escríbase un relato lo más conciso posible que contenga los siguientes elementos: monarquía, religión, sexo e intriga», respondió de esta brillante y concisa manera: «La princesa está embarazada. ¡Dios mío, quién habrá sido!».
La fonética también se trata en este libro. Más que los cambios que ha sufrido, es más bien la valoración que se hace de determinados fenómenos. Un ejemplo de ello es el yeísmo, antes tan denostado y marcado como algo que debía evitarse, y que ahora, sin embargo, no sólo se tolera sino que es lo habitual en la norma culta.
Y las redes sociales, ¿están cambiando Facebook, Twitter y el resto de plataformas la manera de hablar de los hispanohablantes? Ambos lingüistas están de acuerdo en que es muy pronto aún para saberlo.
«Es un fenómeno tan nuevo que faltan estudios reposados y con la metodología adecuada para saber hasta qué punto eso va a hacer cambiar al español», afirmaba Borrego. «Hay que tener paciencia hasta que podamos estudiar esto más allá de una impresión». Sin embargo, sí se puede afirmar que las redes sociales son un magnífico ejemplo de hacia dónde camina el español actual y muestra las inquietudes que preocupan a los hablantes sobre la lengua y lo que piensan de ella.
«Y aprovecho para deshacer una falsa creencia, y es pensar que las redes sociales y los SMS van a destruir el lenguaje. Yo creo que no, que las redes sociales están consiguiendo algo que antes no se conseguía de ninguna manera: que la gente escriba y lea más que nunca. Puede que escriban mal, pero escriben. Y el mero hecho de plantearse cómo se pasa de un texto oral al texto escrito es un ejercicio que antes no se hacía y ahora se hace. Por tanto es un favor que se debe a las redes sociales», afirmaba con rotundidad Borrego.
Lo que sí parece claro es que a los hablantes nos interesa nuestro idioma. Una demostración es el éxito de ventas que obtienen diversos manuales de estilo y corrección lingüística que se han publicado en los últimos años. O las consultas que recibe el DRAE, más de 70 millones al día, como indicaba García de la Concha. «Hay interés por la lengua de una manera desembarazada porque el pueblo se siente dueño de la lengua y lo es», opinaba el director del Instituto Cervantes.
Cuidar de este tesoro, enriquecerlo y hacerlo crecer no es responsabilidad, por tanto, de ninguna academia ni de ninguna otra institución. Nosotros somos los soberanos de la lengua española. La norma, en realidad, sólo es una descripción de lo que nosotros creamos.
Fotos interiores: Instituto Cervantes
Foto de portada: jan kranendonk / Shutterstock.com
2 respuestas a «La lengua pertenece al pueblo, no a los académicos»
[…] La lengua pertenece al pueblo, no a los académicos […]
La lengua es hija del error y la hacen avanzar quienes peor la hablan.