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Relatos ortográficos: ¿Quieres subir la libido de un filólogo? Usa bien la coma del vocativo

Se habían quedado solos en casa, por fin, después de embarcar a los niños en el autocar que les llevaría al campamento de verano. Tita miraba a su marido con lascivia, solo de pensar en las tórridas noches de amor que tendrían durante los 15 días que los niños estarían fuera, como cuando eran novios y no tenían obligaciones.

La verdad es que necesitaba follar como las vacaciones de verano. Le urgía. La rutina diaria, los madrugones… todo se aliaba en contra de que pudieran consumar como dios manda porque sus cuerpos ya no daban más de sí. Tristemente, en toda la lista de lo que tenían que hacer durante el día ya no había espacio para el sexo. Pero ahora, sin los niños, con la oportunidad de reencontrarse de nuevo y sin miedo a que los gemidos despertaran a las criaturas, la cosa prometía.

Como el campamento de los críos era algo programado desde hacía meses, todo ese tiempo es el que llevaba Tita preparándose para poder practicar una a una las posturas del Kamasutra que había estudiado en un tutorial de YouTube. Por la noche, ya solos y en la cama, Tita esperó desnuda a su marido, cachonda perdida. Para que él no tuviera que descifrar la sutileza del mensaje, se había escrito en cada pecho «¿Follamos Tito?». Cuando el hombre vio aquello, su única respuesta fue: «O me lo pides bien o conmigo no cuentes», y se acostó con su pijama de señor a su lado. «¡Maldita la puta hora en la que me casé con un filólogo!», protestó Tita, quedándose con las ganas una noche más.

Quizá si Tita hubiera escrito «¿Follamos, Tito?» con su coma bien puesta entre teta y teta, esa noche habría repasado el Kamasutra como era su plan. Acertar con las comas es complicado, hay que reconocerlo, pero esta, la del vocativo, es de las más sencillas.

Si te diriges a tu interlocutor, estás usando un vocativo, y estos siempre siempre siempre se escriben entre comas, incluso en estructuras muy breves como «sí, mi amor». Esto conviene tenerlo en cuenta, sobre todo si tu pareja es lingüista o filóloga, porque tenemos la libido muy sensible y se nos baja con naderías, ya ves tú.

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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