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El inaudito origen comunista de los Estados Unidos

Miembros de la secta de los shakers en pleno baile. Imagen de American Antiquarian.

Si existe en el imaginario colectivo una nación que se haya erigido en defensora de la propiedad privada, la economía de mercado y la libertad económica de sus habitantes, esta es sin duda Estados Unidos. Los primeros colonos llegaron a esta “tierra de promesas” huyendo del hambre o de las persecuciones religiosas y hallaron un vasto continente en el que crecer y multiplicarse, siguiendo los designios divinos. Aquellos colonos primordiales eran –utilizando un anacronismo terminológico- unos “emprendedores”, así que probablemente llevaban inserto el gen de la libre competencia en su código genético.

O tal vez no. Asombrosamente, varias de las primeras comunidades en instalarse en Nueva Inglaterra en el siglo XVIII prosperaron a partir de seis sectas que se regían por principios comunistas –cuatro alemanas y dos inglesas- empezando por los shakers (que llegaron a Nueva York en 1774) y siguiendo, por orden cronológico, por los rappitas, los zoaritas, los amanitas, los auroritas, los bethelianos y los perfeccionistas, tal y como relata Antonio Escohotado en el segundo volumen de su monumental Los enemigos del comercio (Una historia moral de la propiedad), un erudito ataque contra el igualitarismo desde los tiempos de Jesucristo a nuestros días.

Curiosamente, las seis comunidades igualitarias de origen religioso triunfaron en los negocios, mientras que las comunidades laicas de índole socialista –como Nueva Armonía, impulsada por el empresario Owen- fracasaron miserablemente. ¿Por qué utiliza Escohotado como ejemplo de virtud a estos grupos de filiación socialistoide en una obra que dispara en la línea de flotación del igualitarismo? Para demostrar que “un comunismo voluntario e instrumental no solo es viable, sino fuente de paz y respeto ajeno”.

El filósofo contrapone este “comunismo voluntario” frente al comunismo revolucionario, “imposición de unos pocos a muchos”, según me explica: “El llamado ‘hombre auténtico’ del comunismo apenas supone el 1% de la población de Rusia cuando se hace la revolución, pero ese es el protagonista de la historia universal”. Un 1% de revolucionarios que, casualmente o no, es el mismo porcentaje ahora vilipendiado por acaparar las plusvalías del capitalismo.

El motor de la economía y, por tanto, del capitalismo es la energía, más concretamente la energía fósil, en forma de petróleo, gas y carbón, que ha tardado millones de años en formarse en el subsuelo terrestre y que la humanidad prácticamente ha dilapidado en los dos siglos escasos transcurridos desde la primera Revolución Industrial, en las mismas fechas en las que, por cierto, aquellos colonos filocomunistas estaban arribando a tierras americanas. Le pregunto a Escohotado qué papel ha jugado el petróleo en la exuberancia material que aún hoy disfrutamos:

La precondición del desarrollo es la estructura social. Suponer que hemos dilapidado en vez usado el petróleo olvida que solo haciendo perforaciones, refinerías y petroleros pasó a ser un recurso útil. Seguimos sin saber a ciencia cierta cuánto queda, pero descubrimos también la energía del viento y el agua, nos acercamos a aprovechar mejor la energía solar… Por supuesto, el planeta no puede permitirse generalizar el consumo energético de Manhattan a muchos sitios, y será preciso seguir estrujando a fondo el ingenio para acercarnos a lo sostenible. Pero el ecologismo fundamentalista se agarra a cualquier cosa ya desde el Ensayo sobre la población (1789) de Malthus. Todas las sociedades han debido lidiar con un problema energético proporcional a su ‘exuberancia’ –un buen término, aclimatado desde Greenspan y su libro de 1999-, pero me parece casi una minucia comparado con el problema moral de transmitir a las nuevas generaciones el cuadro de valores que sostuvo el tránsito de la barbarie al civismo: reciprocidad, tesón, modestia, amor al conocimiento”.

Pero el problema energético es insoslayable, en forma de una demanda voraz por parte de las llamadas economías emergentes que choca con un suministro de petróleo en franca decadencia. Hay quien cree que la crisis económica actual no es más que un resultado inevitable de una crisis de recursos previa y que a su vez sintetiza la inevitable colisión entre la vocación expansiva y despilfarradora del capitalismo y los límites físicos del ecosistema que nos acoge. Un límite ecológico, por tanto.

“Si crees que es posible el crecimiento infinito, o eres un ingenuo o eres un economista”, escribió Antonio Baños, un escritor que se sitúa en las antípodas de su tocayo. Pero Escohotado no es economista ni mucho menos ingenuo, así que su fe en el progreso (material) infinito parece genuina. Según sus propios datos (pág. 65), entre la producción en serie del motor térmico (1784) y la Primera Guerra Mundial (1914), “el poder adquisitivo crece en Europa a un promedio del 2% anual, elevando la renta per cápita en casi trescientos puntos”. Sucede que, de seguir ese ritmo de crecimiento, el planeta alcanzaría una cifra de ebullición (literalmente) en un plazo de 400 años.

¿Y qué sucede cuando superamos los límites físicos? Sobrevienen las hambrunas, regulador último de la irracionalidad demográfica:

Profetizar me provoca alergia, y más a 400 años vista. Las sociedades de tipo clerical-militar (ateas no) son substancialmente menos competentes que las comerciales para sostener una densidad demográfica alta, y esta es la razón última de que sean superiores, pues hay que ser un desalmado para preferir la calidad a la cantidad, como sostuvo Lenin en su último artículo, el “Mejor pocos pero mejores” (1931). Sin la revolución industrial China e India nunca habrían logrado sus índices demográficos, pero es fundamental no olvidar que de donde no hay no se saca. La economía depende de que la propiedad no se transmita por violencia ni fraude, y de que los pactos se cumplan (habilitando indemnización para quien no faltó a su palabra). Ignorando ambas cosas, Rusia perdió 28 millones de habitantes en los 7 primeros años de régimen soviético, cronificando desde entonces una población aquejada por déficits de vitalidad.”

Para Escohotado, es el ingenio humano y su afanosa búsqueda de la libertad el verdadero impulsor de nuestra actual abundancia material. Pero en su loa al capitalismo se desliza un resquicio de pensamiento mágico que frisa con el principio antrópico, un rasgo excepcional en un autor muy poco dado a los misticismos:

La física aristotélica concibe el cosmos como un elemento donde lo material va siendo penetrado progresivamente por la forma. Entre otras muchas cosas, el petróleo me sugiere que la inteligencia dispone de frutos potenciales en casi todas partes. Que tuviéramos esa reserva de petróleo preparada para hacer la Revolución Industrial… ¡menuda casualidad!”

‘Los enemigos del comercio’ ha sido publicado por Espasa y analizará en su tercera parte la puesta en práctica de los experimentos comunistas durante el siglo XX. Puedes saber más sobre el segundo volumen aquí y aquí.

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