Categorías
Ideas YSchool

Relatos ortográficos: Con las onomatopeyas hemos topado

Hacía muchísimos años que vivía en una burbuja, alejado del resto de la humanidad. El aislamiento fue una recomendación médica para tratar de evitar la locura. Porque cada palabra que llegaba a sus conductos auditivos se convertía en motivo de reflexión. La escuchaba y no podía evitar empezar a darle vueltas y vueltas, analizándola minuciosamente hasta dejarla en los huesos, si es que así puede describirse algo tan intangible como una palabra. Al principio le hizo ganarse fama de sabio. Incluso recibió múltiples propuestas de editoras de diccionarios para trabajar con ellos (tal era su capacidad de análisis), pero cuando dejó de poder dormir por culpa de esa obsesión, decidió pedir ayuda.

Los psiquiatras le impusieron una terapia de silencio. Y le recomendaron buscar un lugar tan aislado del mundo que no pudiera escuchar nada que no fuera su propia respiración. Y así hizo. Se mudó a una vieja casa familiar que sus abuelos tenían en el campo y se aisló de todos. A sus oídos solo llegaban sonidos, no palabras. Y su mente consiguió descansar al fin.

Pero pasado un tiempo, los psiquiatras decidieron reinvertir la terapia y le animaron a abandonar su aislamiento. Lo hacían por carta, porque no tenía teléfono ni internet en su refugio de silencio. Animado por ellos, salió de su casa y se dirigió caminando hacia el pueblo más cercano para comprobar si estaba rehabilitado. Según se acercaba a la civilización, sus oídos empezaron a captar sonidos.

Ya no era el ulular de los búhos, el piar de los pájaros o el glugluteo de los pavos que escuchaba en su casa. Era otra cosa. No podía identificarlos, pero no dejaban, a la vez, de sonarle familiares aquellos ruidos. Y cuando llegó por fin al pueblo y se cruzó con las primeras personas que veía en años, descubrió qué era aquello que escuchaba. Eran palabras, pero su mente no era capaz de descifrarlas. Tanto se había acostumbrado a la soledad y al vacío de la voz humana que ahora solo podía interpretar aquellos sonidos que emitían sus vecinos como extraños graznidos, o ladridos o piares que ya no sabía entender.

¿Os habéis preguntado alguna vez cómo suenan en los oídos de vuestro perro los sonidos que llamáis palabra? ¿Cómo llamarán ellos a eso que emitimos a través de nuestras gargantas? ¿Humanotopeyas? Quién sabe, mejor no indagar.

Lo que está claro es que nosotros sí imitamos sus ladridos con un guau,guau y que a ese sonido lo llamamos onomatopeya. Algunas son fijas y están lexicalizadas en español. Pero no siempre tienen una grafía fija y pueden variar según los textos en las que los encontremos. Muchas de ellas tienen verbos de acción conocidos como zigzaguear, piar, croar, ulular… Y otros no tan conocidos como parpar (el cua, cua que hace el pato), gluglutear (el glu, glu del pavo) o ajear (el aj, aj, aj de las perdices).

La línea que las separa de las interjecciones es tan fina que en ocasiones ni los propios lingüistas se ponen de acuerdo. Para José Martínez Sousa, por ejemplo, autor del Manual de estilo de la lengua española, ja, ja, ja es una onomatopeya, mientras que para el DRAE es una interjección. Pero lo que sí parece aceptado por todos es que, aunque te puedes inventar cómo escribir ciertos sonidos, hay unas normas para hacerlo correctamente.

No es necesario escribirlas en cursiva o entre comillas (a no ser que sea una cita). Suelen ir entre signos de exclamación (¡Zas!) y para indicar que un sonido es especialmente ruidoso, suele escribirse en mayúsculas. Y ahí acaban las libertades.

Si se trata de una repetición de sonidos, hay que escribirlos separados por comas preferentemente (ja, ja, ja), aunque también se admiten los guiones para indicar una sucesión unitaria y continua (tic-tac-tic-tac). Y si los empleamos como sustantivos, fuera comas y guiones. Eso sí, hay que prestar atención a las normas de acentuación: el blablablá, el chachachá, el picapica…

La Fundéu lo ha resumido todo muy bien explicadito en una entrada de su Wikilengua, y aunque no hay una lista fija de onomatopeyas, tanto la RAE en su Diccionario como la propia Fundéu han hecho sus listas de las más destacadas. Aunque al verlos escritos, lo cierto es que algunos sonidos pierden toda su gracia.

Y ahora os dejo, que no sé qué me está diciendo el perro de un ruido…

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

Salir de la versión móvil