A Manuel Chaves Nogales le llevarían los demonios si saliera de su tumba y viera la infinidad de libros y artículos de técnicas para escribir novelas, consejos a prosistas y recomendaciones para parir un best-seller.
El escritor y periodista lamentaba que Pío Baroja dijera que en su novela Las figuras de cera había puesto «una mayor preocupación por la técnica».
—Esto de la técnica de hacer novelas va teniendo ya en España una importancia exagerada —escribió Chaves Nogales en el artículo «Cómo se hace una novela», publicado el 5 de diciembre de 1924, en el Heraldo de Madrid.
Decía que la técnica que se había impuesto en el teatro había hecho que ya no se produjeran «estrepitosos fracasos», pero, a la vez, evitaba «grandes triunfos».
—El día que se vea al público de un teatro pegándole fuego a las butacas o intentando lynchar a un autor, podrá esperarse tal vez un éxito clamoroso. Mientras tanto, no cabe pensar más que en las mezquinas ovaciones de la mediocridad, de la ñoñez, de los cuquitos, que por no perder no arriesgan el alma en un envite; de los habilidosos, de los que conocen la técnica. Y lo mismo pasa en la novela.
¡No y mil veces no! ¿Qué es esto de que la escritura creativa se ajuste a una receta o responda a un secretillo? «La técnica es siempre original. Se da en el escritor de un modo natural y subconsciente», decía el periodista.
Estaba convencido de que nada bueno podía salir de un método para escribir novelas equivalente a un método como, por ejemplo, destinado a fabricar zapatos.
Chaves Nogales se reía de la fórmula novelera que daba un autor levantino (no dio su nombre para poder burlarse a gusto de él). Aquel hombre decía que el novelista pasea por el mundo, va y viene; escucha, observa y pregunta; y un buen día, al fin, siente maduro su pensamiento.
«Entonces hace abstracción de todo, se sumerge en una especie de sugestión y en ese estado patológico, febril, hipnotizado, hace la transfusión de su sangre a sus héroes», ironizaba Chaves Nogales. «Cree que solo por medio de esta hiperestesia puede infundirse vida y calor a la trama novelesca. Toda la técnica de sus obras tiene este arranque; en este momento la novela surge, recia, compacta, de una pieza».
El proceso de escritura sería similar al trance de un médium en las sesiones espiritistas. Durante dos o tres semanas el novelista escribiría con furia. Las cuartillas saldrían de su pluma por docenas, por cientos, se mofaba Chaves Nogales. «No hay que pensar entonces en primores literarios, ni siquiera en una ordenada exposición de hechos y personas. Aquello es un monstruo, un verdadero monstruo sin pies ni cabeza».
El escritor encerraría después al monstruo en un cajón y se iría a pasear. «El novelista vuelve a ser hombre civilizado, asiste a los tés de los grandes hoteles y a los banquetes de las embajadas, deja pasar tres o cuatro meses, y otra mañana, ya sereno, se provee de unas tijeras, un frasco de goma y una considerable dosis de espíritu crítico, y empieza a cortar, pegar, añadir, retocar y componer. Entonces, ya sin la preocupación creadora, es cuando el novelista se entrega al saludable ejercicio del tropo y la metáfora, al cultivo de la sutileza, al exorno del estilo».
Chaves Nogales estaba empeñado en que una novela no se podía escribir siguiendo una fórmula de farmacia. Hasta buscó ejemplos para justificar su argumento: los borrones de Marcel Proust.
El periodista español recordó que hacía solo unos días, el periódico en el que trabajaba, el Heraldo de Madrid, había publicado una imagen de una cuartilla original del novelista francés. «Es una cuartilla que da una terrible impresión de tortura», decía Nogales. «El escritor aparece domando a un tiempo mismo el idioma y el pensamiento. Escribe, tacha, vuelve a escribir y a tachar; da una nueva forma a lo pesado aprovechando un estrecho margen, vuelve a tacharlo, y al final quedan, entre las líneas primeramente escritas, unas palabras sueltas. Es una técnica dolorosa la que se ajusta exactamente a ese cultivo del dolor característico de la literatura proustiana. ¿Es que ese hombre podía haber escrito de otro modo?».
Pío Baroja defendía la técnica. Aseguraba que 20 años antes había oído decir a Galdós que sus obras seguían un método. Por supuesto, replicaba Chaves Nogales en su artículo.
«¡No habían de tenerla! La tenían, aunque Baroja no se hubiese preocupado de ella», defendía el sevillano. «La técnica se da de una vez y de un modo natural e imperceptible al novelista. Basta que un espíritu llegue a concebir el mundo como una epopeya o como una tragedia para que simultáneamente a esta concepción le sea otorgada la técnica de la novela o el teatro. Si yo conquisto un reino, míos serán sus súbditos, aunque en ellos no pare mientes. Esa conquista mínima del súbdito, de la técnica, es para los incapaces de mayor esfuerzo».
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