Si un conspiranoico te dice que la Tierra es plana o hueca y le explicas las razones científicas que lo niegan, te dedicará una mirada misericorde que vendrá a significar: «Pobrecillo, vive con el cerebro lavado». Quizás se ponga pedagógico y quiera convertirse en tu guía hacia esa verdad que un poder mundial, milenario e invencible oculta (su invencibilidad, no obstante, no ha evitado que la verdad esté disponible en miles de foros, blogs y vídeos). Esa será la reacción más benévola, pero la más común, sobre todo si escribes en un medio, consistirá en acusarte de manipulador asalariado de alguna mano negra.
Disfrutan de un sentimiento de superioridad intelectual: a ellos no se la han colado, ellos conocen el secreto. Sin embargo, el modo en que funcionan sus mentes los hacen más vulnerables a la manipulación. La conspiranoia ha existido siempre, pero, ahora, la forma en que buscadores y redes sociales distribuyen la información entre los usuarios refuerza los procesos mentales que alimentan la conspiranoia.
En EEUU, un país donde la mitad de la población cree en al menos una teoría de la conspiración médica, tiene un presidente que recurre a menudo a afirmaciones paranoides y falsas. Allí triunfa un locutor ultraderechista, Alex Jones, que cuenta con millones de seguidores. Jones exalta a sus fieles asegurando, por ejemplo, que el Gobierno inyecta químicos en los zumos para niños para que se conviertan en homosexuales con el fin de controlar la población.
Según The New York Times y The Independent (medios Illuminati, seguramente), Donald Trump parece nutrirse con frecuencia de Jones. El presidente sabe manejar a los sedientos de estas teorías. Hizo promesas como desclasificar los archivos relativos al asesinato de John F. Kennedy, y a la vez creó el enemigo más convincente: los medios de comunicación, es decir, aquellos que tienen el poder de emitir información. Los medios manipulan, es cierto, y al hacerlo conceden a los conspiranoicos el ápice de verdad que necesitan para construir sus castillos en el aire.
Por una extraña ley de vasos comunicantes, el manoseo interesado con que muchas veces los medios tratan la realidad pasa a constituir una certificación de cualquier locura que pase por la cabeza de un bloguero fantasioso. Trump dio con la tecla.
La conspiranoia se asemeja a una parafilia: es el deseo acuciante de sentir que estás rasgando el tejido de una realidad impuesta, oficial, y asomándote a la verdad mientras los demás siguen ignorándola. Lo que une a estos devotos es el acceso a ese orgasmo ególatra y no tanto el contenido de sus fantasías.
Un estudio de la Universidad de Kent comprobó que estas personas sostenían a la vez explicaciones antagónicas. Quienes creían que la princesa Diana había sido ejecutada por los servicios de inteligencia tendían, a la vez, a pensar que fingió su propia muerte. Hay un prejuicio contra lo oficial: cualquier relato que contradiga la versión aceptada se asimila sin aplicarle el sentido crítico. Es una de las vulnerabilidades que convierte a estas personas tierra fértil para gurús y manipuladores.
Un estudio a cargo de investigadores italianos de la IMT School for Advanced Studies Lucca demostró la fragilidad de los conspiranoicos. El equipo se sumó a páginas de Facebook dedicadas a propagar estas presuntas confabulaciones y colgaron 4.709 noticias falsas, algunas con apariencia científica y otras que parodiaban las paranoias más desatadas. El 91% interactuaba con las publicaciones sin diferenciar una teoría conspiranoica de una parodia de las mismas.
Por aspectos como estos, son las víctimas más fáciles de la posverdad, ese vocablo que dignifica y dota de un aire de novedad y sofisticación a lo que siempre se llamó desinformación, propaganda, bulos… A través del ejercicio de la posverdad, se desprecian los hechos como fuente de verdad y se priorizan los relatos que satisfagan las emociones y las creencias de la gente.
¿Por qué hoy es más difícil combatir las teorías de la conspiración?
El conspiranoico se hace porque sufre un desequilibrio entre su necesidad de parecer más listo y las pocas ganas que tiene de aprender y de adquirir conocimientos complejos. En vez de estudiar sobre geopolítica, mercados, sociología o ciencia (o simplemente preguntarle a alguien que sepa), prefiere inventar conexiones entre hechos y montar un relato en el que todo está clarificado y hay malos y buenos, y los malos, como los brujos de los cuentos infantiles, poseen la capacidad de ocultarnos la realidad durante milenios.
Son fabulaciones infantiles, pero adornadas, ataviadas de fechas y nombres y números que le otorgan una carcasa más rigurosa. Como comprobaron los investigadores italianos, en las redes sociales estos relatos se agravan: resulta muy difícil combatirlos.
La sobrecarga de información y el impacto de datos a una velocidad más alta de lo que podemos llegar a asumir despiertan en la naturaleza humana una urgencia por la simplificación, por ordenar lo incomprensible. La búsqueda compulsiva de patrones ha sido fundamental para la evolución de la especie.
El bombardeo de noticias, columnas de opinión, la verborrea de los tertulianos, la incontinencia de los tuiteros y, sobre todo, la estrategia de los medios de sobresalir por entre maremagno y captar la atención sobredimensionando la trascendencia de las noticias (cada semana hay un día histórico), activa el sesgo cognitivo con que el cerebro tiende a equilibrar las causas y los efectos.
De este modo, se cree que un hecho trascendente y trágico debe esconder unas causas que estén a su altura (ocurre incluso con las catástrofes climáticas: los conspiranoicos hablan de máquinas del clima que fabrican huracanes). La hiperactividad informativa, en consecuencia, logra que las conjeturas paranoides se multipliquen y reproduzcan semana a semana.
Los algoritmos de internet (el conocido como filtro burbuja) completan el trabajo: buscadores y redes nos muestran, sobre todo, lo que se ajusta a nuestras preferencias. Como explican desde CTXT, el interés por recopilar nuestros datos con intereses comerciales llevó a los gigantes de la red a dejar de mostrar contenidos de calidad demostrada (mediante pagerank) y a empezar a arrojar los resultados que cree que estamos buscando.
El sesgo cognitivo de confirmación consiste en la tendencia a aceptar la información que confirme las opiniones y creencias propias sin cuestionar su validez o su veracidad. El filtro burbuja convierte un mecanismo mental natural en un serio problema. No es que tengamos que escoger lo que nos conviene y rechazar lo que no, es que el mundo virtual, en apariencia, nos da la razón.
Cada vez menos, los conspiranoicos tienen que enfrentarse a debates para demostrar sus fabulaciones. Pero si lo hicieran, tampoco dudarían de sí mismos. El esfuerzo por desmontar estos mitos es contraproducente: los creyentes acaban reforzando su relato.
Responden a los cuestionamientos bien acusando directamente a la persona, desautorizándola o compadeciéndose de ella. Su seguridad es irrompible. ¿Por qué? Quizás la respuesta esté en el efecto Dunning-Kruger, que sugiere que las personas con menos habilidades y conocimientos padecen una sensación de superioridad con respecto al resto: se consideran más inteligentes y no reconocen las capacidades de los demás.
En el fondo, los desveladores de tramas ocultas actúan, sin saberlo, a favor de los poderosos. Con su histeria grupal y sus propuestas descabelladas han conseguido que toda crítica (real) que intente zarandear las escalas más altas del poder pueda desautorizarse o ridiculizarse con facilidad.
3 respuestas a «¿Son los conspiranoicos más fáciles de manipular por el poder?»
Muy interesante, ahora en pleno debate político los conspiradores bordan maravillas, con el fin de desacreditar a los oponentes, y crean un caos de información sensacional!
Realmente es muy interesante el artículo, porque define claramente lo que sucede con este tipo de personas. Estoy metido desde hace unos meses en esto del terraplanismo y ciertamente todo lo narrado en este texto, me ha sucedido personalmente. Ese falso paternalismo de estas personas que se sienten mejor consigo mismas, por haber descubierto esa verdad que para el resto, que estamos adoctrinados por el poder, no sabemos ver, por ese lavado de cerebro que nos impusieron en nuestra más tierna infancia.
Ya no hay teorias. No hacemos castillos en el aire desde hace mucho, pero la gente no quiere investigar siquiera.