Los mejores momentos de la humanidad siempre fueron aquellos en los que los poderosos tomaban decisiones que les trascendían. Construían catedrales a sabiendas de que no las verían terminadas. Llegaban a acuerdos transnacionales cuyas ventajas no llegarían a disfrutar.
Hoy, en cambio, se ha impuesto el corto plazo en todos los ámbitos del poder.
Los políticos, conscientes de que sus privilegios tal vez no superen una legislatura, filtran sus decisiones teniendo en cuenta esa frontera temporal de cuatro años. Nada que lo exceda merecerá ser tenido en consideración salvo que les sirva para ser reelegidos.
Esa es la razón por la que ya cuesta tomarse en serio a los políticos. Y también del poco estatus del que disfrutan. Conscientes de su insolvencia para afrontar los temas realmente importantes como es el cambio climático o el incontrolado poder de las grandes corporaciones tecnológicas, optan por la simulación de un papel que en realidad no desempeñan.
Porque ninguno de esos grandes temas tiene solución a corto plazo. Ellos los saben, pero da la sensación de que hubieran firmado un acuerdo entre todos para abordarlos tan solo con declaraciones de carácter general de cara a la galería. Relegando, para el debate político, cuestiones intrascendentes que en nada delatarán cuán ínfimo es el poder que fingen representar.
Pero esta es una situación que no se da tan solo en el ámbito de lo político. En el campo económico hay en la actualidad muchas empresas incapaces de afrontar la transformación tecnológica o la estresante dictadura de la cotización en Bolsa. Y sus dirigentes, lejos de abordar las cuestiones de fondo, fingen seguir adelante hacia un futuro en el que, ellos lo saben, no tienen la menor posibilidad de sobrevivir.
Esto es algo que también sucede en otros sectores, como el universitario, el financiero, el de la distribución o el del entretenimiento. Y en todos ellos se ha instalado, como una enfermedad letal, el cortoplacismo y el encubrimiento.
En Estados Unidos tienen un dicho que es la religión de los cortoplacistas: «One day, one dolar». Es decir, en situaciones de crisis, cobrar el sueldo otro mes ya es una victoria. Por eso, muchas de las decisiones que toman los dirigentes de hoy en día están fundamentalmente orientadas a sobrevivir un día más aún a costa de no afrontar jamás los retos del mañana.
Lo malo es que, si esta situación se prolonga, resultará difícil imaginarse un futuro mínimamente optimista para el resto de la humanidad.
En un mundo en el que un gobernante es capaz de abstenerse ante los problemas que afectan a nuestra propia supervivencia, o que un directivo de empresa puede gestionar la misma desde una estrategia pensada exclusivamente en mantener sus ingresos, la orfandad en la que nos movemos es desoladora.
La caída del Muro de Berlín terminó con un comunismo totalitario en el que los intereses de la inmensa mayoría se supeditaban a los de unos pocos. Pero esa caída no benefició al otro bando. Tan solo nos ha embarcado en un nuevo escenario en el que los políticos fingen mandar, los directivos fingen resolver y el futuro finge seguir adelante.