El 21 de septiembre se estrena la serie de la FOX Minority Report, un thriller policíaco con una pareja protagonista ciertamente insólita: juntos intentarán evitar crímenes que tendrán lugar en 2065… antes incluso de que estos tengan lugar. Si os suena de algo la historia es porque se basa en lo que vimos en la película Minority Report, de Steven Spielberg, pero ambientado diez años después de la caída de los precogs.
Ahora saltemos al año 2016, Pennsylvania se ha convertido en el primer estado de Estados Unidos que ha empezado a usar estadísticas «precrimen» para enunciar sentencias penales por delitos que aún no se han cometido. No estamos ante otra serie de televisión, ni siquiera algún relato de ciencia ficción en cuya trama subyace el siempre filosóficamente atractivo libre albedrío. Es el mundo real, y si la controvertida norma no se echa para atrás, es lo que competerá a los jueces de este estado en apenas unos meses: sentenciar a personas antes de que cometan un crimen. Lo cuentan en Five Thirty Eight.
Estadística criminal
En función de diversas herramientas estadísticas, teóricamente podríamos estimar el grado de probabilidad de que alguien cometa un crimen. Por ejemplo, podemos analizar los crímenes que ha cometido ya una persona, rebuscando en sus antecedentes penales, así como tener en cuenta su edad o su historial de empleo. Es decir, que estas herramientas predictivas tendrían una mayor fiabilidad a la hora de pronosticar una reincidencia: no sabemos, a priori, si una persona que nunca ha cometido un crimen si decidirá cometerlo.
No es la primera vez que se usan estadísticas sociológicas de este tipo para estimar dónde se encuentran los puntos calientes a nivel penal, allí donde la policía y los aparatos de justicia deben redoblar sus esfuerzos. También se han usado para evaluar una libertad condicional o estimar una fianza justa a los reclusos a la espera de juicio. Sin embargo, es la primera vez en la historia que tales datos se emplearían para determinar la propia sentencia penal del reo.
En otras palabras, si los datos sugieren que un reo reincidirá, se le aplicarán condenas más largas. Si, por el contrario, existe una mayor probabilidad de que se reinserte en la sociedad, la sentencia será más corta.
Tomemos un ejemplo, basándonos en los informes preliminares de cómo funcionaría la herramienta precrimen. Milton Fosque tiene 58 años y vive en Filadelfia, y desde 1970 ha sido detenido en diversas ocasiones por conducir bajo la influencia del alcohol. En 2012 fue la tercera ocasión, por la que fue condenado a un año de cárcel y cinco años de libertad condicional. La evaluación de la carrera delictiva de Fosque se establecería en seis puntos de probabilidad de reincidencia de un máximo de trece: 4 puntos por haber sido arrestado varias veces, 1 punto por ser de sexo masculino y 1 punto por residir en un condado urbano.
Es decir, que los condenados como Fosque tienen una tasa de reincidencia del 49%. Fosque, sin embargo, no ha vuelto a reincidir desde 2012 y él asegura que no volverá a hacerlo, que ha reconducido su vida, que ha dejado la bebida y que acude regularmente a la Iglesia. ¿Qué podemos hacer con él? ¿Qué riesgo representa verdaderamente? ¿Vale más la pena prevenir que curar?
No sabemos tanto como creemos
Una de las lecciones más importantes que podemos aprender cuando estudiamos una ciencia blanda, entendida ésta como la psicología o la sociología, es que no sabemos tanto como creemos, tal y como ya os apunté en Los expertos no saben mucho más que nosotros. Sobre todo si son políticos y economistas (y salen por televisión). Las ciencias blancas, a diferencia de las duras (física, química), están entreveradas de múltiples variables que no controlamos.
Hay más de 60 herramientas de evaluación de riesgos en Estados Unidos, pero la mayoría son simples cuestionarios, normalmente rellenados por un miembro del personal de la cárcel, el responsable de la libertad condicional o un psicólogo, que asignan puntos a los delincuentes ateniéndose a unos pocos factores, desde demográficos a antecedentes familiares en el historial criminal.
¿Hasta qué punto no resulta aventurado pronosticar lo que hará una persona en función de lo que han hecho otras personas similares a él? ¿Hasta qué punto es sesgado un juicio sobre una persona individual basado en los antecedentes sociológicos de la clase social a la que pertenece? Las ciencias sociales pueden ser buenos microscopios de las conductas de las sociedades en su conjunto, pero no tanto de la conducta de individuos particulares.
Por ejemplo, sabemos que los habitantes del sur de Estados Unidos son más violentos que los habitantes del norte, y que los afroamericanos lo son más respeto a los blancos. Sin embargo, a menudo nos podemos topar con afroamericanos del sur que serán menos violentos que los blancos del norte. La diversidad psíquica de las personas parece aún demasiado compleja como para catalogarla cartesianamente. Siempre habrá un gran número de personas que obrarán de formas impredecibles.
Las conductas, pues, entran en el conjunto de los problemas llamados espinosos. Por esa razón, las ciencias sociales progresan tan lentamente, y en ocasiones disponen de corrientes contradictorias que se perpetúan durante décadas. El progreso de una disciplina científica puede medirse por lo rápidamente que sus fundadores son olvidados, como señala Edward O. Wilson en su libro Consilience. Por el contrario, las ciencias sociales dependen demasiado de los maestros originales, lo que pone en evidencia su debilidad a la hora de proponerse como sistemática:
La mayoría de personas cree saber cómo piensa, también como piensan los demás, e incluso cómo evolucionan las instituciones. Pero se equivocan. Su conocimiento se basa en la psicología popular o casera, la comprensión de la naturaleza humana mediante el sentido común (que Einstein definía como todo lo que se ha aprendido hasta los dieciocho años), atravesada por conceptos erróneos y sólo algo más avanzados que las ideas que emplearon ya los filósofos griegos.
Por el momento, la controvertida medida precrimen ha sido la protagonista de un discurso ante la National Association of Criminal Defense Lawyers por parte del Secretario de Justicia Eric Holder, que señaló que tales herramientas de evaluación de riesgos de reincidencia pueden ser útiles para establecer programas de rehabilitación, pero que resultan una herramienta más peliaguda en la fase de la sentencia.
Por su parte, Sonja Starr, profesor de Derecho de la Universidad de Michigan, es otro de los grandes opositores de esta clase de herramientas predictivas, porque pasan por alto las circunstancias individuales de un acusado. Sin contar que los historiales de arrestos también presentan sesgos: por ejemplo, es más probable que uno policía arreste a un afroamericano por posesión de marihuana (a pesar de que la tasa de consumo es similar entre los blancos), lo que supondría obtener una mayor puntuación de reincidencia en la herramienta precrimen y perpetuaría, una vez más, los sesgos raciales en la justicia norteamericana.
Es cierto que, por ejemplo, las pólizas de seguros se establecen en todo el mundo en función de generalizaciones estadísticas. Los conductores de turismos que estadísticamente son más conflictivos tienen una póliza más cara, como en el caso de los varones jóvenes con poca experiencia al volante. También los vehículos de color negro tienen una póliza más gravosa. Sin embargo, de nuevo estas pólizas se basan en generalidades, no en individuos particulares, y si un varón joven con el permiso de conducir recién estrenado es mejor conductor que una mujer de cincuenta años con un historial intachable al volante, lo peor que le pasará es que abonará injustamente unos euros más por su póliza.
En el caso del precrimen, si entra finalmente en vigor, estaremos decidiendo acerca de los años de privación de libertad de una persona, se lo merezca o no, lo cual no es baladí. Tal vez deberíamos asumir, de nuevo, que la libertad de un individuo es tan importante que lo mejor es asumir los daños colaterales asociados a una mayor flexibilidad a la hora de privarla.