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El crítico de arte de Youtube que pone en cuarentena a figuras como Dalí o Miró

crítico de arte

Fátima Ruiz

Existen dos reacciones posibles ante los alegatos artísticos de Antonio García Villarán. La primera es el burbujeo entusiasta de descubrir que detrás de ciertas grandes figuras u obras de arte hay mucha trampa, muchas verdades soterradas. La segunda es ofenderse y sublevarse.

El zarandeo al que somete a personalidades incuestionadas como Salvador Dalí o Antonio López es tal que muchos desearían que fuera solo un tío que despotrica y escupe cuñadismos. Pero sus opiniones parecen fundamentarse siempre en la investigación, cosa no incompatible con el gusto por la polémica.

«Lo que digo en los vídeos es lo mismo que digo y he dicho en mis clases. Siempre me ha apasionado el arte, pero soy crítico. Me gusta la provocación, no el contenido excesivamente amable que agrade a todos. Me gusta provocar, que la gente piense y debata», asegura.

Este youtuber y artista ha desatado urticarias y resquemores a nivel usuario y profesional: «He recibido correos de gente que no desvelaré. Gente muy importante dentro del mundo del arte que me ha invitado a que borre vídeos de artistas de reconocido prestigio, muchos de ellos muertos, quizá porque creen que la crítica puede afectar a su percepción sobre ellos. Por supuesto, no les hice ni caso», asevera.

Sus vídeos acumulan decenas de miles de visitas (sobre Van Gogh, Banksy, Frida Kahlo…). García Villarán es el terror de la vacuidad, de los laureles automáticos y del llamado hamparte: la fusión de las palabras «hampa» (microcosmos del hurto, de la trampa) y «arte».

Hamparte es una bola de papel arrugado, un lienzo con puntos de colores sin ninguna interpretación original del color, un tiburón en formol… Hamparte es colocar a todo esto nombres pretenciosos.

JOAN MIRÓ, EL PEOR PINTOR DE LA HISTORIA DEL ARTE

El mercado de arte contemporáneo se alimenta (en parte) de obras absurdas que todo el mundo intuye que lo son aunque nadie se atreva a expresarlo bajo la amenaza de quedar como un garrulo insensible y anacrónico. El esnobismo es como un collar de pinchos en el cuello de un perro de madera, la única confirmación de que el perro es real es que morderlo duele.

¿Por qué estamos así de desorientados? García lo atribuye a un conjunto de factores. Todo empieza, cuenta, con Kahnweiler, el marchante que representó a cubistas como Picasso: «Él envalentonó a los artistas. El cubismo me encanta y lo considero fundamental, pero empezaron a pegar papeles, a decir que eso era arte… y muchos artistas se vinieron arriba», explica.

Desde el dadaísmo, se abrió la veda: «Aunque, en principio, los dadaístas no querían hacer arte, querían destruir el arte. Lo que pasó es que se vendieron. Duchamp el primero. Con los retretes lo que quería era trolear, pero luego hizo siete u ocho para que estuvieran en los museos», opina.

Y si valía un urinario, por qué no iba a valer un grifo o un zurullo. «Interesa mucho al mercado del arte porque son obras muy sencillas de preparar y después las venden a muy buen precio», valora García. Es decir, lo que se vende como sofisticación sería, más bien, una cruda búsqueda de rentabilidad.

VIDA, OBRA Y ANÉCDOTAS DE PICASSO. MI VISIÓN PERSONAL.

García Villarán matiza: «Yo no digo que el hamparte no sea arte, lo es pero ni mucho menos vale lo que la gente paga».

Este profesor de arte busca el matiz, y cree que eso es lo honesto, lo que hace humano al creador. No admite que el nombre de un artista pueda definir la calidad de su arte y que el prestigio acabe barnizando hasta los bocetos fallidos. La crítica o el cuestionamiento, incluso puntual, a los grandes pintores es, para muchos, un crimen o una muestra de estulticia.

«Ocurre por mitificación y falta de criterio. No pasa nada por decir que una obra no está al nivel. No hay nadie genial en todas las parcelas de su vida», expresa.

LO QUE ESCONDE SALVADOR DALÍ. GALA, ARTE, HAMPARTE Y DÓLARES

Llega a parecer que la calidad de la obra depende del consenso urdido alrededor de ella, como si no hubieran criterios claros. Pero sí los hay: se trata, según Villarán, de encontrar la genialidad en la forma de contar, en la interpretación de la realidad, en el nivel técnico… «Y puede ser una cosa sencilla como la paloma de Picasso, pero dentro de esas líneas hay toda una base de conocimiento e incluso mucha emoción», opina. «Uno no debe tener en cuenta que el autor sea uno u otro. Hay artistas con obra muy buena pero que después hicieron auténtico hamparte».

Él mismo reconoce haber caído en el hamparte y en la mitificación de ciertas biografías teñidas de malditismo: «Si piensas que para ser artista tienes que tener una vida desordenada, estar medio loco, emborracharte y tomar todas las drogas, te estás equivocando; te vas a cargar tu vida», razona.

La vida no debe tasar la obra, pero sí ayuda a explicarla: «Dalí era un farsante al que únicamente le gustaba el dinero, eso se ve reflejado en su obra. Por eso muchas de sus obras están vacías. Él buscaba lo que buscaba, éxito rápido. Lo demás no importaba».

Rastreando la historia de la glorificación de la Mona Lisa se encuentra una de las piedras angulares del hamparte. Para García Villarán, la Gioconda es una obra de segunda dentro de la producción de Da Vinci. «Yo no digo que sea malo. Como objetivamente veía que no era de primer orden pese a su fama, investigué y encontré por qué se hizo tan famoso».

Y no es solo su opinión, era también la de quienes gestionaban el Louvre en 1911, cuando Vincenzo Peruggia robó el cuadro. Cuenta Villarán que pasaba desapercibido hasta entonces y que tardaron un día en percatarse de que había desaparecido.

UN RETRATO DE SEGUNDA. LA GIOCONDA O MONA LISA DE LEONARDO DA VINCI

La fama de la Mona Lisa es la fama de su relato. Su precio no es el del lienzo, sino el de la narración que lo rodea: algo que, realmente, no se puede comprar, algo que se posee de antemano sin necesidad de adquirir el retrato. No es que la Mona Lisa sea hamparte, pero ayuda a explicarlo.

«Lo que te venden [en el hamparte] es algo que de ninguna manera se puede cuantificar, es lo que ciertas personas piensan de una obra, pero no lo que contiene la obra», explica. Hay otro elemento cuyo valor depende de una redundancia: de la confianza y el valor que las personas otorgan a su valor. Lo lleva todo el mundo en la cartera y a nadie se le ocurriría enmarcarlo para adornar el salón de su casa. «…da al bajo silla/ y al cobarde hace guerrero», dijo Quevedo del poderoso don Dinero.

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