Las religiones también pueden ser laicas. Cuando observamos a una pléyade de runners, perfectamente ataviados con el uniforme estándar de baliza fosforescente, surcando la noche mientras atrona música en sus oídos y su gasto calórico es gamificado por algún wearable, podemos imaginarlos a un acólito o apologeta religioso. El fútbol, capaz de catalizar emociones primarias y de que nos enemistemos con otras personas porque enarbolan trapos de colores diferentes, levanta los mismos resortes neurobiológicos de muchas religiones.
Siguiendo esta línea de razonamiento, podemos concluir que el CrossFit se ha convertido en la nueva religión laica de los vigoréxicos. Porque el CrossFit no solo consiste en sudar la camiseta, sino que incluye un fuerte componente de comunidad, de instinto gregario, en el que todos cuidan de todos como si estuvieran en una nueva familia. Como en una iglesia. Como en una sinagoga. Así es como el New York Times describió el fenómeno a finales de noviembre.
¿No es solo un gimnasio?
Desde lejos, el CrossFit pudiera parecer solamente un nuevo tipo de gimnasio. Pero si nos aproximamos y observamos las dinámicas sociales que allí se establecen, advertiremos que es mucho más que un gimnasio. Es un centro social en el que se inculca un modo de relacionarse con el mundo. O, al menos, eso es lo que dicen sus acólitos.
En teoría, el CrossFit es un programa de acondicionamiento físico total que abarca todas las áreas por igual. La especialidad del CrossFit es la no especialización. Los conceptos de este entrenamiento integral fueron popularizados por el gimnasta y entrenador Greg Glassman en Estados Unidos, allá por el año 2001, aunque llevaban tiempo usándose entre unidades militares y fuerzas especiales. Es decir, que no es nada nuevo y tampoco revolucionario.
El otro rasgo distintivo de los gimnasios adaptados al CrossFit es que los usuarios no permanecen aislados unos de otros, levantando mancuernas o sudando sobre la bicicleta estática de forma repetitiva, como zombis vigoréxicos. En el CrossFit es habitual que haya mayor sentimiento de comunidad, que unos animen a otros, que emitan gruñidos de esfuerzo, que permanezcan en reposo casi total después de una sesión de ejercicio intenso. Todo el mundo está al mismo nivel. Casi nadie se distrae mirando la televisión o se aísla escuchando música.
Eso es lo que podemos leer en muchos prospectos que alaban este nuevo concepto de ejercicio, pero tampoco observamos grandes diferencias con algunos tipos de gimnasio. ¿Entonces? Como muchas religiones, el hecho de que se conviertan en tal podría tener un motivo epidémico, como las tendencias y las modas. Como los runners.
Religiosidad deportiva
El impacto del Crossfit en la sociedad estadounidense ha sido tan relevante que hasta los investigadores tratan de determinar los cauces que está tomando el sentimiento religioso americano desde su aparición. Habida cuenta de que cada vez hay más ciudadanos seculares, parece que la necesidad de dar sentido a la vida se está reconduciendo hacia otro tipo de organizaciones mejor adaptadas a los nuevos tiempos. ¿Y qué hay más salvífico, redentor y mesiánico que el deporte y, por extensión, el culto al cuerpo? ¿Qué otra cosa se puede hacer cuando se han cubierto todas las necesidades básicas y tirar de intelectualidad da pereza y poco rédito social?
Además, el deporte salva, literalmente, vidas porque las enfermedades cardiovasculares son la primera causa de muerte en el Primer Mundo. La enfermedad cardiovascular mata en España 65 veces más que los accidentes de tráfico. Cientos de miles de estadounidenses mueren cada año sentados en el sofá, ajenos a esta nueva fe. La gula y el sedentarismo son los nuevos y reforzados pecados capitales porque matan.
Pero ¿eso es suficiente para considerar el CrossFit como una actividad religiosa? Para Joseph L. Price, profesor de religión y cultura popular en Whittier College, en California, el criterio clave es si una determinada actividad establece una visión del mundo. Y el CrossFit reúne ese requisito según él. Además, no es extraño que su ánimo prosélito incluso se transmita de padres a hijos pequeños.
El New York Times señaló además que el CrossFit se practica en instalaciones bautizadas como box (caja), un término que diferencia este edificio del resto, como un templo religioso. Existen normas de exclusión: se prohiben las máquinas, pero se aceptan las barras olímpicas, las pesas rusas, sacos, balones medicinales. En general, se prefiere el uso del propio peso corporal como herramienta. Se prefieren los trabajos de alta intensidad y corta duración, como explosiones de devoción ritualista, como una experiencia mística a la par que la llama viva de San Juan de la Cruz, el éxtasis de Santa Teresa o la luz que sobrepasa el entendimiento de San Pablo.
Algunos cristianos incluso empiezan a aplicar a los entrenamientos y estrategias del CrossFit las directrices de su fe. Hay gimnasios CrossFit de orientación cristiana, como CrossFit 27:17, el nombre de un versículo de Proverbios («El hierro con hierro se afila, y un hombre aguza a otro»). En una iglesia de Columbus, Ohio, se puede practicar también entrenamiento CrossFit como parte de la misa de los domingos por la mañana. Después los feligreses se tumban, comen un plátano y escucha el sermón mientras las endorfinas inundan su torrente sanguíneo.
Todo ello no debería interpretarse como una crítica negativa al CrossFit. Al contrario: si las nuevas religiones se desprenden de los imperativos morales medievales y se adaptan a nuevos contextos sociales, solo podemos congratularnos por ello. A juicio de Robin Dunbar, de hecho, sustituir los templos religiosos por otras actividades que suplan las necesidades espirituales es digno de alabanza (aunque él aboga por los salsódromos, que exigen mayor proximidad y contacto entre personas, lo que estimula la segregación de endorfinas y refuerza el sistema inmunitario). Como declara este profesor de Antropología Evolucionista de la Universidad de Oxford en una entrevista publicada en la revista Métode:
Bueno, yo sobreviví al frío contacto físico y social de varios países gracias a la salsa. Haces ejercicios y amigos, tienes una comunidad que siempre parece alegrarse de verte y desconectas más fácilmente que meditando, porque hay que concentrarse y contar los pasos como un mantra.
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