Las recomendaciones de Dan Price, el «mejor jefe del mundo»

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España carga con el lastre de ser un país de suspiros, acostumbrado a la sonrisa hipócrita de frente y los puñales en la espalda. El cainismo toca muchos ambientes, pero se intensifica en el laboral. Aún no hemos normalizado del todo la relación con los jefes. Puede existir cierto compadreo, pero suele notarse la diferencia de estatus y ese muro de metacrilato que cantaba Kiko Veneno.

Aparte, la brecha entre ambos salarios crece, el tiempo para conocerse merma por la temporalidad y aflora un consecuente cabreo. Dan Price, estadounidense en la treintena, fue elegido en 2015 el mejor jefe del mundo. Tal galardón informal se debió a unas decisiones en apariencia sencillas: Price estimó librarse de los 980.000 euros anuales que ganaba, quedarse con un sueldo de 44.600 y aumentar el mínimo del resto de la plantilla a 62.500.

Gravity Payments, su empresa, encontró así un camino hacia la fama. Medios de Seattle –ciudad donde radica, en el estado de Washington– y de otros lugares del mundo la pusieron como ejemplo: sus 120 trabajadores estaban más comprometidos, la productividad había subido (hasta un 128% más entre 2013 y 2016, con un salto de 200 a 3.000 clientes a la semana por cada empleado) y ahora el jefe no era un ricachón sin escrúpulos, sino un gurú del marketing.

Un tipo que, en 2004, convenció a su hermano para montar una empresa que rebajara las comisiones por pagos bancarios y que terminó creciendo hasta que, en 2012, dio el paso señalado. «Les ilusionó e hizo que todos estuviéramos mucho más implicados», afirma convencido.

Dan Price pasó por nuestro país hace unas semanas. Una charla en la sede de la Universidad Pontificia Comillas sirvió de excusa para que aceptara dar unos cuantos consejos a los españoles, faltos –quizás– de pedagogía empresarial. Tanto a los alumnos que le escuchaban con delectación como para los que se sientan tras la poltrona o madrugan con currículos en la mano. «Veo a la gente con la que trabajo como seres humanos», adelantó.

«Lo que quiero es una honestidad brutal en el trato». Y apuntó algo que suena a quimera por estas coordenadas ibéricas: «Que alguien esté dispuesto a decir en lo que no está de acuerdo es el gran valor de una compañía».

Otra exclusiva del mejor jefe del mundo es que, al contrario de cómo vemos a los grandes empresarios, no todo depende del dinero. «Es algo que se puede cuantificar y por eso hay una gran obsesión en torno a él. Pero la idea es que la gente tenga facilidades para vivir y no necesite pensar en él. Lo que de verdad hace una buena empresa es que tenga un objetivo, que los empleados tengan autonomía y tomen sus propias decisiones. Hay que otorgarles una plataforma para expresar lo que de verdad les importa», suelta sin inmutarse.

La losa de los salarios, dice, «hace más daño que ayuda». Eliminar esa sensación de malestar por cobrar más, esa insatisfacción permanente de compararse a otros asalariados, se eliminaría «pagando lo justo para llevar una vida media», según el fundador de Gravity Payments.

«La clave es rebajar la diferencia entre el jefe y el empleado. Hay ejemplos –por lo menos en Estados Unidos– de sueldos de altos cargos que son 300 veces el del trabajador. Hay que bajarlo. Aunque sea a una diferencia de 30 o 40 veces. Ya sería un logro. Y, sin embargo, cada año crece exponencialmente. El clima político o la actitud ciudadana se tensa, porque se está creando más desigualdad, no menos», analiza Price.

En España, los ejecutivos del Ibex ganaron 86,59 veces el sueldo de sus trabajadores, tal y como salió a la luz en los informes que mandan a la Comisión Nacional del Mercado de Valores.

Lo subraya aquel que, según dice, hace tiempo «solía decir que no era socialista». El mismo que ahora cree que «el sistema actual se dirige a la destrucción dado el nivel de desigualdad que estamos experimentando», y por eso se ha vuelto «más abierto a otras soluciones: tiene sentido darle un nuevo vistazo al socialismo».

Si tenemos en cuenta, de nuevo, el contexto nacional, sus presagios se cumplen con creces. Según el último estudio de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) de septiembre de 2017, la grieta entre los que ganan más y los que ganan menos creció un 3,7%, entrando en los primeros puestos del continente. «Animo a bucear en las cifras y a pensar si de verdad consideramos que el mundo sería mejor con mayores tasas de desigualdad», resuelve Price.

«Como sociedad estamos produciendo más riqueza de la que jamás hemos tenido en la historia de la humanidad, pero se comparte de maneras cada vez más injustas. Tener salarios mínimos más altos, aunque tiene algunos inconvenientes, nos ayudará a avanzar y a compartir nuestro éxito de forma más justa», concede.

«Una gran parte de la vida consiste en satisfacer las necesidades básicas, y sería genial desarrollar políticas que satisfagan a más seres humanos. Sería bueno comenzar por los salarios mínimos».

¿Deberían los gobiernos regular salarios y beneficios máximos? «Se puede alentar por medio de la ley a que las personas no tomen más de lo que podrían necesitar», arguye el ciudadano de uno de los países que lleva el liberalismo por bandera.

«Si hablamos de sueldos de ejecutivos, entonces creo que el problema más grande es, en realidad, cuánto de la riqueza de una compañía va para los socios y accionistas. Me gustaría que reevaluáramos cómo compartimos nuestro éxito y que dedicáramos más dinero a los trabajadores en lugar de a los accionistas. Creo que esa es la mayor oportunidad para marcar la diferencia y conseguir un impacto mayor».

Se enmarcan, en esta misma línea, los impuestos. Gravar progresivamente para alcanzar un equilibrio o no polarizar aún más a la sociedad es un tema central de algunos discursos políticos. Para Dan Price, la fórmula es sencilla: «Las personas que se benefician más de una infraestructura establecida por el gobierno deberían pagar por esa infraestructura», opina.

«Alguien como yo, que es rico, se está beneficiando de todo lo que el gobierno proporciona más que alguien que está trabajando duro, pero no gana tanto», reflexiona. «Además, desde un punto de vista de accesibilidad simple, los ricos pueden darse el lujo de apoyar a la sociedad más que aquellos que son menos favorecidos. Si vamos a vivir en una sociedad capitalista, deberíamos, al menos, estar dispuestos a ayudar a las personas que no tienen tanto éxito en ese sistema».

Unas recetas que terminan con un consejo tajante: «Empieza poco a poco. Piensa en alguien a quien puedas ayudar. No pienses que vas a ser una multinacional de la noche a la mañana y asegúrate de que puedes costeártelo. Quizás no te salga la primera o la segunda o la tercera vez, sino la cuarta. Las experiencias anteriores te servirán para centrarte en el valor que tienes personalmente y para empezar una y otra vez, tantas ocasiones como sea posible», aduce.

«Algunas veces es la séptima u octava idea la que triunfa. Lo importante es no dejar de intentarlo. Si empiezas pequeño y te esfuerzas, podrá convertirse en algo grande con tiempo». Palabra del mejor jefe del mundo. De aquel que destronó varios ceros de su cuenta corriente por el bien de sus empleados (o de su imagen). Quizás por romper esa barrera transparente entre cargos de distinto escalafón. «Hay que evolucionar hacia la inconformidad, hacia indicar lo que no está bien», concluye. ¿Será posible aquí, país sospechoso de halagos huecos y dagas en la cintura?

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