El amor se cose. Y, efectivamente, como dicen los poetas, deja huella. Pero no en el alma o el recuerdo. Queda marca física. El amor deja de ser esa suave brisa invisible cuando atraviesa de una puntada la epidermis y sale, de nuevo, dejando hilo bajo la piel.
David Catá cose en sus manos el afecto que siente por las personas importantes de su vida. El fotógrafo hace de sus palmas un lienzo. Ahí introduce aguja e hilo hasta que se convierte en semblante. La marca de esa persona queda, literalmente, en su cuerpo. Para que no escape nunca. Para sellar esa afición con más ahínco del que lo haría un recuerdo. Después toma fotos, hace vídeos y, a veces, muestra en una representación pública cómo se deshace el dibujo entre lo humano y la costura que queda de la confección. «Es una performance para mostrar las huellas que dejan algunas personas en mí», indica.
El artista gallego siente que, ahora sí, por fin, quedan en su vida para siempre. «Trabajo con el tema de la memoria y el paso del tiempo», relata. «Además, siempre he querido investigar con mi cuerpo».
La primera vez que tomó su piel como campo de experimentos estaba aún estudiando. Tenía que hacer un proyecto de fotografía con un guante y decidió coserlo a su propia mano. Era la primera aguja que atravesaba su piel. Descubrió que no dolía y que la cicatriz se borraba en unos días. El punzón no daba miedo. «No duele nada. Impresiona porque ves una aguja, pero solo afecta a la epidermis. Es la capa más superficial de la piel», dice. «En todo caso, puede haber algo de sangre o escocer un poquito. Pero no importa. Es un acto de cariño».
El guante abrió el camino. De ahí arrancó su proyecto Mi vida a flor de piel. Empezó a coser en sus manos a las personas que quiere. A su familia, a sus amigos, a parejas del presente y de otros tiempos. «Es la gente que me va formando a mí», dice.
El proceso artístico acaba con una última imagen. «Primero hago una foto con la cara cosida en mi mano. Después quito el hilo junto a los restos de piel que queda entrelazada y coloco todo sobre la foto que tomé de esa persona como modelo para el dibujo». Es entonces, para Catá, el principio de la eternidad.
Puede que el artista nunca sintiese temor porque creció entre costuras. El fotógrafo vio a su madre coser desde su más remota infancia. Por eso también utiliza hilo de telas en vez de hilo quirúrgico.
Catá es diestro, pero cose con las dos manos. Los dibujos se alternan en su palma derecha y su palma izquierda. Una vez cose una y posa la otra. La vez siguiente gira el turno.
En los últimos tres años ha realizado 20 retratos en sus manos. De las personas queridas y de él mismo. «Mi autorretrato es la cara B del proyecto Mi vida a flor de piel».