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La creatividad no existe, existe la imaginación

Por mucho que se hable y se escriba acerca de la creatividad, yo creo que no existe. Existe la imaginación. Existe la energía y el entusiasmo para llevar a cabo proyectos. Pero la creatividad hay que crearla.
Porque la creatividad no es algo con lo que nacemos o nos es dado, sino el conjunto de estrategias de las que nos armamos para poder seguir siendo nosotros mismos frente al trabajo o, incluso, todavía más, para expresar eso mismo que hay en nosotros y que no hay en nadie más porque es nuestro.
Cada uno estará buscando –y si no lo está, debería hacerlo- todas esas pequeñas cosas propias y personales que le ayudarán a conservar la propia identidad y desarrollarla, pero no está mal tampoco hablar un poco de filosofía para aplicar, en general, a nuestra vida y a ese trabajo que involucra nuestra propia imaginación.
La palabra filosofía no se queda grande. Todo lo que os cuento lo hago desde una perspectiva vital.
En primer lugar, tenéis que protegeros del entorno.
La realidad puede ser una ficción de muy baja calidad y, desde luego, terriblemente poco bella. Sin embargo, lo que hay en cada uno de vosotros, si sois realmente conscientes de su valor, puede iluminar y transformar esa realidad para alcanzar cotas realmente altas y crear mundos nuevos y alternativos que os ayuden a vosotros y a otros a vivir mejor desafiando los límites de lo posible. Y esto no desde un cándido optimismo, sino aceptando lo que es imposible desde el principio mismo para luego intentarlo.
Hacer una comunicación emocionalmente cercana hoy en día, en que estamos rodeados de pantallas y máquinas, es imposible. Desafiar los límites del realismo en el cine, cuyas reglas parecen fosilizadas e inamovibles, es imposible. Vivir en pareja es imposible. Y ser fiel a la amistad también puede serlo.
Si lo pensamos bien hoy, casi todo, debido a su propia burocracia y a estar descentrado de su propio foco, se ha convertido en una imposibilidad. A partir de este reconocimiento, la aventura de volver a trazar el dibujo de eso que ya no se puede hacer implica reinventar lo que estamos haciendo.
La idea sería que cada vez que empezamos un trabajo no exista el pasado, no existan todos los hombres que lo han hecho antes –a los cuales sí tenemos que tener presentes en el proceso de formación-. Cada vez que empezamos nosotros a hacerlo, lo estamos inventando al mismo tiempo que lo creamos. Lo hacemos de nuevo, estableciendo una nuevas reglas y enfocándolo desde un nuevo punto de vista: el nuestro.
Con esto quiero decir que la creatividad no debe jamás profesionalizarse –en el sentido de saberse las fórmulas y las reglas de cómo hacerlo-. La creatividad es una fuerza vital, propia, cuya aplicación constante nos ayudará a masterizar una reglas también nuestras, pero más de tipo general, centradas más en lo humano que hay en nosotros que en lo técnico y apoyadas en nuestro tipo específico de inteligencia.
En segundo lugar, tenéis que no participar en ninguna forma de violencia. La creatividad es contraria a la violencia y a cualquier tipo de intolerancia. Y esto no es porque la creatividad no consista en el debate, nada de eso, lo que sucede es que la creatividad, como queda dicho, es diferencia. El respetar el derecho de los demás a expresar su propia diferencia, el cultivar incluso la admiración hacia el trabajo que merece ser admirado, nos llena de nuevos recursos y concentra nuestra energía para engrandecer lo propio.
Es cierto que hay que estar preparados para estar solos en el camino que lleva a afianzarnos en nosotros mismos, y ese estar solos puede generar cierta amargura y recelo hacia los demás, los otros que, haciendo un trabajo menos honesto o más ramplón, pueden tener más éxito que nosotros. Pero las propias estrategias para protegernos del entorno, para cuidar nuestra propia imaginación, no son unas estrategias de guerra contra todo lo demás, contra todo lo que es diferente a lo nuestro. De hecho, están cargadas de humanidad y de entusiasmo hacia todo aquel que también las proyecte y en el que tenemos necesariamente que reconocernos.
Como decía Rimbaud a su profesor cuando le enviaba sus primeros poemas: “Usted tiene éxito y yo no; yo no soy nadie. Pero, ¿y qué? ¡Levánteme! Écheme una mano. Todos los poetas somos hermanos”.
Lo tercero que quiero deciros, y que considero más importante por contener los puntos anteriores, es que tenemos que estar convencidos del propio presente que estamos viviendo… o, mejor dicho, tenemos que hacer todo lo posible para estar viviendo un presente del que estemos totalmente persuadidos. De lo contrario, estaremos viviendo la vida como en una situación de espera. Una espera de que algo pase, de que algo vaya a suceder. Y la espera es nefasta para el florecimiento de la creatividad y la expansión de la imaginación porque busca vivir la vida únicamente en su continuidad.
La vida sería fácilmente aprehensible si el tiempo no nos alejara constantemente de ella hacia el instante siguiente, si no nos estuviéramos moviendo siempre hacia el futuro. Pero lo cierto es que de la necesidad de la fuga en el tiempo deriva la infinita variedad de las cosas y, como cada cosa nace y se destruye pasando en el propio tiempo, nosotros nos transmutamos sin descanso en un continuo desear.
Estar convencidos de nuestro propio presente nos hace poseer la propia vida; el no estarlo desata en nosotros una retórica descontrolada para excusarnos de no estar viviendo como deberíamos. Perdemos todas nuestras energías no ya en crear, sino en defendernos. Y esta defensa nuestra constante nos lleva a una inadecuada afirmación de nuestra personalidad.
Si tenemos en cuenta que la creatividad es a partir de nuestros rasgos personales y gestos propios, está claro que este es un obstáculo que cuesta muchísimo salvar a la hora de dejar huella en nuestro trabajo, de ser quienes realmente queremos y tenemos que ser. No tenemos que estar pensando constantemente en quién y en qué se ha hecho antes en nuestra actividad, sino que tenemos que amarrar esa experiencia a cada instante que nos ha tocado vivir a nosotros.
Tenemos que atesorar esa experiencia, ciertamente conocerla, sentir que nos atraviesa en el punto del tiempo que nos ha tocado vivir y dejarla trabajar dentro de nosotros para que, a partir de ahí, podamos reinventar todo lo que tocamos.
Estar parados en este punto, hacer equilibrio en la arista de nuestro presente para hacerlo realmente nuestro es lo que llamamos –o deberíamos llamar- vivir.
Vivir no es únicamente continuar, seguir existiendo. Vivir no es consumir la vida. O participamos de nuestra propia vida saboreando lo bueno y lo malo que nos llevamos a la boca en cada momento, sin esperar un futuro, sin hacer las cosas siempre por algo, o estamos muertos.
Vivir es un fin. No un medio.
Esto no es una afirmación obvia, en absoluto; los hombres tememos más a la vida que a la muerte y podríamos llegar a renunciar de buena gana a afirmarnos como nosotros mismos con tal de que nuestra renuncia tenga un nombre, un cargo y una tarjeta.
Por un nombre, por la apariencia de ser alguien, los hombres sacrificamos con gusto nuestras propias demandas porque lo cierto es que, cuando nos oímos únicamente a nosotros mismos, podemos llegar a sentirnos inseguros e intimidados.
Así, poco a poco, nos dejamos inundar por la retórica. Y, cuando nuestro propio presente nos desilusiona, podemos llegar a renunciar a nuestra propia persona con tal de que quede intacto el método, la forma de hacer, incluso el derecho mismo al trabajo, porque eso se vuelve el punto crucial, la razón de todo, el absoluto, el dios.
Pero ese no es el centro de todo. Ahí no está el foco de lo importante.
Cuando adquirimos esta actitud burocrática, nuestro trabajo creativo, lo que nosotros podríamos producir, se sale del foco y toda esa energía que deberíamos poner en su producción se vuelca a la pesada y oscura tarea de defender únicamente esa mínima vida y el derecho a seguir existiendo. ¡Cuántas veces nos damos cuenta de que vamos por ahí enfadados u ofendidos por nuestra propia insignificancia y a cuánta gente vemos todos los días que vive así y se relaciona con los demás de esta manera!
Sin embargo, nosotros no somos insignificantes. Simplemente nos olvidamos de que la vida de un hombre en su centro tiene más poder que cualquier invención que podamos admirar, es “más sutil y emocionante que cualquier obra de arte y su vastedad compite con la de la propia naturaleza”. Porque de esto se trata todo: encontrar el verdadero significado a nosotros mismos, llegar a conocernos a fondo para no dejarnos atrapar por una retórica que nos excuse de ser.
Yo os digo: “Nosotros, todos, estamos aquí para algo más que para no ser, para algo más que para la espera”. Nosotros estamos aquí para afirmarnos como quienes realmente somos. Para afirmarnos adecuadamente, preocupándonos en entender con precisión cuáles son nuestras virtudes, nuestras miserias, y utilizándolas como cimientos de un trabajo solo así, por nuestro, puede ser único.
Solos, en este desierto que es el hoy, podremos vivir así una vertiginosa vastedad y profundidad de vida. Mientras el tiempo se acelera y cambia un presente vacío por el siguiente, nuestra estabilidad abarcará un tiempo infinito en la actualidad y tendrá la facultad de detener el tiempo. No nos agitaremos ni tendremos incertidumbres porque no tendremos miedo al dolor, sino que lo habremos asumido honestamente en nuestras personas. Lo viviremos, como viviremos el placer y todo lo demás, en cada punto.
En todos los sitios en los que los demás verán oscuridad, para nosotros habrá luz porque el círculo del horizonte será muchísimo más amplio. En todos los sitios donde para los demás habrá misterio e impotencia, nosotros tendremos la fuerza y la confianza para desplegarnos. Conociéndonos realmente a fondo, no fiando nuestra vida a un futuro incierto, aplicándonos a cada punto de cada curva del circuito del presente, podremos ver siempre con claridad. Porque, por el hecho de sentirnos insuficientes frente a las cosas, nos haremos cada vez más suficientes frente a ellas y podremos explorar tranquilamente y con lucidez sus eternas deficiencias.
Cada una de nuestras palabras será luminosa porque, ligándose con otras de forma realmente profunda, crearemos la presencia de lo que es lejano. Presentaremos las cosas lejanas bajo apariencias cercanas de tal forma que, incluso aquel que tenga el hábito arraigado de ellas, descubra un significado nuevo que ignoraba y así conseguiremos conmover el corazón de todos.
Cada uno de nuestros instantes puede ser un siglo de la vida de los demás si estamos realmente en nosotros cada momento y conseguimos que cada momento esté en nosotros, así hasta que lleguemos a hacer de lo que somos una llama, una llama en el último presente que vivamos. Entonces estaremos realmente convencidos de nuestra propia vida y, en esa persuasión, encontraremos el terreno necesario para que florezca la verdadera creatividad.
El de la paz.
Julio Wallovits es socio de La Doma
Foto: Khowaga1 reproducido bajo licencia Creative Commons

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