La distancia entre un humano y su teléfono inteligente no deberá ser mayor al alcance del brazo del humano.
—Dr. Narayan —dijo el rector entrando en el laboratorio—.
—Rector —alzando la mirada por encima de la pantalla.
—Pronto recibiremos la visita de uno de los benefactores de nuestra universidad.
El Dr. Narayan asintió por cortesía.
—Está muy interesado en su trabajo —dijo el rector—. ¿En qué anda ahora?
—Si me acompaña… —intentando disimular su desgana.
El Dr. Narayan condujo al rector a una pequeña estancia en la que sólo había una mesa con un cubo de cristal oscuro.
—Eso es… —dijo el Rector.
—Sí, una casa humana de dos plantas.
—¿Y dentro hay…? —con cierta repulsa.
—Sí, hay humanos —con cierto regocijo—. Acérquese… No le harán nada. Nosotros podemos verlos; ellos a nosotros, no.
El rector se acercó con reparo al cubo.
—Una familia humana estándar: mamá, papá, niño y niña—dijo el Dr. Narayan—. Mamá y papá están en el sofá. La niña, en su cuarto; el niño, en el suyo.
El rector vio que los humanos eran criaturas hundidas de forma grotesta en el mobiliario y que apenas movían sus ridículas y diminutas extremidades.
—Parecen tranquilos —dijo el rector—. La última vez que vi humanos arañaban el cubo y chillaban, y hacían planes de huida.
—¿Ve qué tienen en las manos?
—Sí. ¿Qué es?
—Cada uno posee una pieza de droga tecnológica que produce efectos sedantes. Microaparatos de comunicación y entretenimiento que llaman teléfonos inteligentes. Esta familia humana no sabe que ha sido abducida. Piensan que aún están en su planeta. Por alguna razón, el teléfono concentra las energías mentales de estos humanos.
—Fascinante.
El Dr. Narayan sonrió:
—Mi experimento intenta averiguar hasta qué punto dependen de estos aparatos que consideran sofisticados.
El Dr. Narayan señaló a la madre y al niño.
—Mire. Cada uno en una habitación. La distancia entre un punto y otro es ínfima, sin embargo, la madre está comunicándose a su hijo a través del aparato: «La cena está en la mesa» dice la madre. «Ahora voy» responde el niño.
—Recuerdo cuando la hembra humana gritaba.
El Dr. Narayan sonrió. Señaló a la niña:
—Ahora mire. Graba imágenes de sí misma y las comparte con amigos y desconocidos.
—¿Por qué se hace eso? —dijo el rector.
—Tengo varias teorías: autoafirmación en un mundo virtual; juegos preliminares en un ritual de apareamiento o una forma de estructurar el tiempo.
—¿Y los padres?
—Este aparato es un televisor. Emite imágenes en movimiento que entretienen a los humanos. El padre y la madre comentan esas imágenes con desconocidos y se irritan cuando no reciben la respuestas que esperaban. No es la única frustración que provoca el aparato. Mire… ¡Cortar ahora!
La criatura conocida como padre se levantó hacia una caja colgada en la pared con unos diminutos botones.
—Los teléfonos inteligentes necesitan energía eléctrica para funcionar. Al cortarles la energía no pueden recargarlos y se vuelven irritables e incluso violentos. Trato de averiguar qué miembro de la familia aguanta más tiempo y con menos desgaste la falta de electricidad. He llegado a permitir que los teléfonos inteligentes pierdan la energía por completo. Realmente, estas pequeñas criaturas se comportan de forma extravagante, como si les quitara el agua y el alimento.
—Es usted cruel.
—¡Encender ahora!
Los humanos se calmaron al comprobar que podían recargar sus teléfonos inteligentes.
—Otro experimento consiste en esconder los aparatos —dijo el Dr. Narayan—. Se vuelven locos buscándolos. No es un término científico, pero es exacto. Puede que los humanos tengan hambre y que tengan sed, pero eligen buscar los teléfonos inteligentes, aunque la comida esté en la mesa. He comprobado que cuanto más lejos tienen el aparato, más incómodos están. La distancia entre un humano y su teléfono inteligente no puede ser mayor al alcance del brazo del humano. Si es mayor, el humano se irrita.
—¿Tan importante es para ellos?
—Sí. La niña y el niño han adquirido la habilidad de usar mano para hacer cualquier actividad. Al menos una mano debe estar en contacto con el aparato. Los adultos cogen el teléfono inteligente unas 250 veces al día cada uno. La niña lo usó ayer 900 veces durante la vigilia.
—900 veces.
—Sí. Además, tienen una confianza ciega en estos teléfonos inteligentes. He reproducido condiciones atmosféricas similares a las que hay en su planeta. Estos humanos pueden ver la lluvia a través de sus ventanas, pero prefieren creer las indicaciones de los aparatos, aunque sean erróneas. En cierta ocasión simulé un incendio que podrían haber visto desde su puerta, pero lo conocieron a través de sus aparatos.
El Dr. Narayan tomó aire antes de proseguir:
—Desatienden su aseo, la preparación de comida, duermen con el aparato cerca, defecan con el aparato en la mano. Y cuando papá y mamá tienen relaciones sexuales…
El rector se mostró asqueado.
—… Siguen teniendo sus teléfonos inteligentes cerca—prosiguió el Dr. Narayan—. Escuchan los pitidos y advertencias y órdenes. En ocasiones, estos teléfonos inteligentes forman parte de la relación sexual: graban imágenes de lo que hacen, las miran o comparten con otros humanos. Parecen depender de estos aparatos como de respirar.
—Esta criatura no tiene teléfono inteligente —dijo el rector señalando una bola peluda.
—No es es una criatura humana. Es una criatura inteligente. Es un gato.
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