«Tiempo presente y tiempo pasado
Se hallan quizá presentes en el tiempo futuro,
Y el tiempo futuro dentro del tiempo pasado.
Si todo tiempo es eternamente presente
Todo tiempo es irredimible».
Empezaba así T. S. Eliot el primer poema de ‘Cuatro Cuartetos’. Recogía el poeta en esta obra, publicada en 1943, las tres instancias temporales: pasado, presente y futuro, sentidas como un proceso lineal. Pero Eliot nos advierte desde el principio de que, en realidad, esas tres instancias están siempre presentes en una eternidad plural. Hay un cosmos, uno mismo para todos los seres, que siempre ha sido, es y será fuego eternamente viviente.
Para la humanidad, el tiempo es un concepto esquivo. Podemos concebir un universo sin luz o sin color, pero jamás sin tiempo. Lo gastamos, lo desperdiciamos y, al mismo tiempo, necesitamos mucho más. Para muchos científicos, es tan solo el intento desesperado de la mente humana por establecer un orden. Está tan ligado a nuestra percepción y al modo en que pensamos, que nos cuesta mucho definirlo. «La imagen en movimiento de la eternidad», dijo Platón. «Para nosotros, los físicos, la separación entre pasado, presente y futuro es una ilusión, aunque una convincente», afirmó Einstein.
En un experimento del neurocientífico David Eagleman, se demuestra cómo el tiempo se mofa de nuestro cerebro. Los participantes se encontraron en una situación aterradora: tuvieron que tirarse en caída libre desde una torre a una altura de 45 metros. Después, Eagleman comprobó cómo todos pensaban que la prueba había durado más, demostrando que tiempo y memoria están interrelacionados. Durante un hecho que da miedo y, en general, bajo el influjo de la novedad, nuestro cerebro retiene recuerdos más densos y, por eso, el tiempo parece ir más lento.
«Si quieres que parezca que tu vida ha durado más, lo que tienes que hacer es perseguir cosas nuevas, necesitas probar cosas nuevas todo el tiempo, conducir por un camino distinto cuando vuelves a casa… Si siempre almacenas recuerdos nuevos, parecerá que tu vida ha sido más larga», aconseja el neurocientífico.
Incluido el propio T.S. Eliot, muchos apasionados de la naturaleza paradójica del tiempo, se han visto influidos por otro experimento, el del ingeniero aeronáutico Dunne, publicado en 1927. Su teoría asegura que todo tiempo es siempre presente, aunque la conciencia humana experimente esta simultaneidad de forma lineal. Cuando dormimos, asegura, la noción del tiempo es menos concreta que cuando estamos despiertos.
Este pensamiento es tan racional como escandaloso. La mera existencia del tiempo entraña los horrores filosóficos que más mentes inquietas han atormentado. Otra, la de Jorge Luis Borges, discípulo de Dunne, quién escribió, certeramente, que, la eternidad es «una palabra de zozobra que hemos engendrado con temeridad y que, una vez consentida en un pensamiento, estalla y lo mata». Prosigue el irónico argentino en un ensayo sobre Dunne: «Dunne asegura que en la muerte aprenderemos el manejo feliz de la eternidad. Recobraremos todos los instantes de nuestra vida y los combinaremos como nos plazca. Dios y nuestros amigos y Shakespeare colaborarán con nosotros. Ante una tesis tan espléndida, cualquier falacia cometida por el autor resulta baladí».
Vivir en el no – tiempo
En ninguna de las lenguas aborígenes australianas existe una palabra para referirse al pasado, futuro o al tiempo. Ellos viven en el no-tiempo, en el aquí y ahora. «Los aborígenes creen en dos formas del tiempo; dos corrientes paralelas de actividad. Una es la actividad diaria objetiva, la otra es un ciclo infinito espiritual llamado el Tiempo de Sueño, más real que la realidad misma», se cuenta en la película ‘La última ola’, de Peter Weir, sobre el conocimiento prohibido de los aborígenes. «Lo que sea que pase en el Tiempo de Sueño establece los valores, símbolos, y las leyes de la sociedad aborigen».
Si hay otro lugar donde la noción del tiempo es más científicamente exacta que en nuestra vida moderna es en el Brasil más remoto. Concretamente, en una de sus tribus indígenas: los Uru-Eu-Wau-Wau, cuyo pueblo habla de cosas que suceden antes o después de otras cosas, pero no conciben el tiempo como algo abstracto ni ponderable. No tienen palabras para ‘semana’, ‘mes’ o ‘año’; viven en un mundo de hechos, que no están enquistados dentro del tiempo. Ninguno de ellos tiene una edad concreta y tan solo hacen distinción entre el día y la noche y entre estaciones lluviosas y áridas. Esto evidencia que el tiempo no es un concepto humano universal, pese a que en nuestra sociedad, donde es sacrosanto, su paso sea inexorable.
Sin embargo, algunos llevaron muy lejos una provocación. «Yo quiero abolir el tiempo. El tiempo psicológico es conflicto, es enemigo del hombre (…) La humanidad ha torcido el rumbo, tuvo que emplear el tiempo para cierto propósito, pero lo empleó mal», sentenciaba el filósofo Jiddu Krishnamurti en una conversación con el físico cuántico David Bohm. Traía anexa una propuesta constructiva: «La riqueza de la verdadera felicidad no pertenece al tiempo. Como el amor, una vida así es atemporal; y para comprender aquello que es atemporal, no debemos enfocarlo a través del tiempo. No debemos utilizar el tiempo como medio de lograr, de realizar, de captar lo atemporal. Pero eso es lo que hacemos en la mayor parte de nuestra vida; pasar el tiempo tratando de captarlo».
«Cuando utilizamos el tiempo como medio de adquirir una virtud o un estado del ser, no hacemos más que aplazar o esquivar lo que se es», prosigue Krishnamurti. «La codicia o la violencia causa dolor, perturbación en la sociedad y, siendo conscientes de ello, nos decimos a nosotros mismos: me librare de él con el tiempo; practicaré la no violencia, practicaré la no envidia, practicaré la paz. Creéis que con el tiempo os sobrepondréis al conflicto. ¿Qué ocurre, pues, en realidad? Hallándoos en estado de conflicto, queréis lograr un estado en el que no haya conflicto. ¿Pero ese estado es el resultado del tiempo, de una duración? No, evidentemente. Porque, mientras estáis logrando un estado de no violencia, seguís siendo violentos y, por lo tanto, estáis todavía en conflicto».
Y concluye: «La regeneración solo es posible en el presente, no en el futuro ni mañana. (…) Cuando la mente está serena, sin resistir ni esquivar, solo entonces puede haber regeneración, porque entonces la mente es capaz de captar lo que es verdadero; y es la verdad lo que libera, no vuestro esfuerzo por ser libres».
El futuro del tiempo
Lo más probable es que la encrucijada que nos haga recelar de la estructura temporal tenga poco que ver con el deseo de una acción revolucionaria en nuestra vida. Más bien, con algo impuesto por la propia naturaleza indómita que tratamos de amaestrar. Según los científicos, la rotación de la Tierra se está ralentizando, lo que provocaría, a largo plazo, que los días sean más largos. Para compensarlo, cada cierto tiempo se añade a nuestros relojes un segundo bisiesto.
Algunos pensarán que se trata de una unidad temporal irrisoria. Sin embargo, el último ajuste, realizado en 2012, generó problemas en decenas de sitios web, como Reddit, Mozilla o Linkedin. Este segundo extra descabala el protocolo NTP de Internet y, sobre todo, afecta a los sistemas de navegación GPS y GNSS, desatando la ira de muchos diseñadores de software que quieren abolirlo. «Si la Tierra se desfasa unos milisegundos, no pasa nada. Pero si dejamos de introducir ese segundo intercalar en los próximos 600 años, habrá un desajuste enorme del planeta respecto al tiempo oficial», explicaba a la revista Quo el profesor-jefe de la Sección de Hora del Real Instituto y Observatorio de la Armada.
La votación del discordante segundo se celebrará en 2015. Puede que, solo, si por entonces se decide que el tiempo que rige el mundo dejará de estar sincronizado con él mismo, nos demos cuenta de que el cronómetro de nuestra vida ha sido diseñado por un programa informático. Cuando el tiempo ya no sea propiedad del Universo, seremos conscientes del engaño final.
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