Diana abrió los ojos y vio en el techo dos lámparas colgando: la de siempre y, al lado, otra exactamente igual. Le extrañó porque sabía que solo había una. Pero a veces los sueños se salen de su sitio. Debía estar soñando.
Y volvió a dormir.
Y volvió a despertar.
Esta vez no solo había dos lámparas. Había dos muebles, dos sillas, dos puertas. «Me di cuenta de que estaba viendo doble», recuerda seis años después.
Fue a levantarse y su cuerpo siguió tumbado en la cama. Su pierna derecha, su brazo derecho, todo su lado derecho parecía no estar ahí. No respondía, no sentía.
—¡¡Mamá, ven!! —gritó, asustada, Diana de Arias. Estaba pasando las vacaciones de navidad en casa de sus padres y en pocos días volvería a Italia, donde estudiaba Diseño, con una beca Erasmus.
Todo fue raro, nebuloso, desesperado, hasta que llegó la nitidez de una imagen que aún guarda hoy.
—Unos neurocirujanos entraron en la UCI y me informaron de que estaba sufriendo las secuelas del daño cerebral adquirido. Me dijeron que podía morir tanto si me operaba como si no. Y que, en cualquier caso, me quedarían secuelas que me impedirían llevar una vida normal.
Los dos meses siguientes pasaron tumbados en la cama de un hospital. Diana esperaba una operación a vida o muerte.
—Fue un tiempo de mucha reflexión. Aprendí que el miedo, la ansiedad, la esperanza, solo están a un pensamiento de distancia —contó, en la primavera de 2019, en TEDxCiutatVellaDeValencia.
Llegó el día. Llegó la operación. Y todo fue bien. Volvió a casa y, en cierto modo, fue como volver a nacer. No podía andar, no podía hablar, no podía comer. Lo único posible era leer y a eso se dedicó. Tenía una curiosidad insaciable por saber qué le estaba ocurriendo. Leyó neurociencia, psicología, rehabilitación y relatos de otras personas que habían sufrido un derrame cerebral.
Estaba empeñada en recuperar las habilidades que había perdido y descubrió que la mejor maestra era la naturaleza humana.
—Me fijé en cómo aprenden a andar los niños. Empecé a gatear como ellos y volví a andar. Volví a escribir dibujando y volví a comer con un chupete en la boca. Volví a empezar de cero.
Durante esos meses se instaló una pregunta en su cabeza: «¿Por qué me ha pasado esto a mí?». Era un tormento hasta que se dio cuenta de que aquel interrogante estaba mal planteado. Lo correcto, lo útil, era cuestionarse: «¿Para qué me ha sucedido esto a mí?».
—«Para qué» nos sitúa en un espacio creativo de posibilidades infinitas. «Para quién» llena nuestros corazones de propósitos y sentido a lo que hacemos.
Esa determinación hizo que una recuperación que puede llevar años, en Diana durara seis meses. Había empezado Diseño gráfico, porque le gustaba dibujar, pero no tenía una ambición concreta. Ahora, después de vivir y superar un daño cerebral adquirido, lo terminaría con un fin:
—Quería devolver todo lo que había aprendido en esta historia para mejorar la calidad de vida de personas que pasan por lo mismo —dice una mañana de invierno, en su estudio, ubicado en la incubadora de proyectos Lanzadera, de Valencia.
El accidente cerebrovascular que se dejó ver en las dos lámparas del techo había ocurrido en enero de 2014. En septiembre de ese año estaba de nuevo en la universidad. A partir de entonces todo lo que aprendió en la carrera tuvo un propósito: mejorar la rehabilitación cognitiva.
—En terapia me di cuenta de que no había material para este tipo de rehabilitación.
Diana empezó a trabajar con la Asociación de Daño Cerebral Adquirido de Valencia para crear Decedario: un juego de mesa, una guía didáctica y unos vídeos que ayudan a los pacientes a recuperar sus habilidades del lenguaje, atención y memoria.
La diseñadora ha colaborado con neuropsicólogos, pedagogos, logopedas y terapeutas ocupacionales. Ha hecho pruebas en colegios, hospitales y clínicas de rehabilitación. Ha puesto tanto empeño en este juego de fichas de letras, sílabas, palabras e imágenes que hoy no solo se usa en terapias; también lo utilizan profesores y logopedas para enseñar a leer y comunicar mejor.
Los primeros 500 Decedarios ya han volado. Ahora están fabricando mil más porque cada día llegan nuevos pedidos al mail de Diana. Y porque se ha dado cuenta de que este material puede llevar la terapia a lugares donde jamás llegaría.
—Es muy útil en países donde no pueden pagar la rehabilitación. Es una forma de que este conocimiento científico para ayudar a recuperar la memoria y la atención llegue a las casas.
En la corta historia de Decedario ya ha recibido ocho premios que se quitan el sombrero ante su diseño y lo innovador que resulta en el tratamiento de la estimulación cognitiva. Pero… ¿de dónde saca Diana toda esta inventiva, este conocimiento, todos sus hallazgos?
—Escucho muchísimo a las personas para saber qué necesitan. Yo lo que hago es traducir. Quien lo va a usar tiene la respuesta a la pregunta de cómo debe ser Decedario.
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