Hay dos motivos por los que alguien contrataría a un personal shopper: por falta de tiempo o por falta de confianza en el criterio propio.
Hacía tiempo que yo tenía claro que necesitaba un personal shopper, pero no para la ropa, sino para productos más básicos. Necesitaba una mamá shopper.
Llevo sintiendo esa necesidad desde que me fui de casa de mis padres. Por mi falta de tiempo, pero también por otros motivos: ¿cómo hacía mi madre para tener siempre llena la nevera? ¿Por qué elegía la fruta tan bien y a mí me salía mala? ¿Cómo hacía para no sucumbir a los caprichos?
En las ocasiones en las que consigo ir al supermercado con mi madre, observo embelesado su ritual. ELLA SÍ QUE SABE. Se mueve por los pasillos como diciendo «aquí estoy yo». No la engañan las ofertas ni se deja tentar por nada que no necesite. No olvida ningún ingrediente que le haga falta y no tarda en elegir entre dos marcas.
Por esta fascinación que me produce el arte de mi madre haciendo la compra, no di crédito cuando llegó a mis oídos el modelo de negocio de Deliberry. Resulta que unos emprendedores provenientes del mundo de la venta online han ideado, inspirados por el modelo de negocio americano «Instacart», un sistema de delivery mucho más humano y personal que los que conocía hasta el momento: una mamá shopper te hace la compra en el supermercado de tu elección y un repartidor te la entrega a la hora que tú elijas. Algunos de los establecimientos con los que tienen acuerdos son DIA, Casa Ametller, Veritas, Caprabo o Nespresso. Los precios de Deliberry son los mismos que los de las tiendas.
Deliberry se encarga de localizar a las mamá shoppers y a los repartidores disponibles en función del código postal del usuario. Estas mujeres, de una media de edad de cincuenta años, proceden de programas como Feina amb Cor de Cáritas o Cruz Roja, que se dedican a buscar empleo a personas en riesgo de exclusión laboral.
Así que una mamá shopper altamente cualificada puede hacerte la compra por solo 5,90€ (el primer envío es gratuito). Yo ya me imagino a la mía acariciando una granada y comentando con conocimiento de causa «cuanto más feas son por fuera, más rojas y dulces están por dentro».