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Jóvenes inmortales en la cara B de los ochenta

Días de inmortalidad cómic

Hay tantos años ochenta como personas que los hayan vivido. Para unos fueron tiempos de apertura, de brillo, de locura e irreverencia y de la Movida. Para otros, sin embargo, aquellos años estaban teñidos de un color bastante más gris, cargados de violencia, de crisis económica y de jóvenes cuyo único ocio —el que podían permitirse— era pasarse las tardes sentados en el banco de un parque porque no había dinero para nada más que unas litronas y una bolsa de pipas. Pero para todos a quienes les tocó vivir su adolescencia y juventud en esta década había un rasgo en común: las dudas y una sensación de que el mundo era suyo, de que podían con todo… de que eran inmortales.

Días de inmortalidad (Drakul, 2025) es un cómic que recoge con absoluta precisión y detallismo cómo era esa otra cara gris de los ochenta en un barrio de Madrid. Con guion de Eliseo García (periodista, escritor y cineasta) y dibujo de Javier Urrea (ilustrador y serigrafista en El Coyote), se desarrolla la historia de un grupo de amigos amantes del heavy y del rock urbano que se asoman a un futuro poco prometedor y muy incierto en un barrio de la periferia madrileña.

días de inmortalidad

La persecución

García y Urrea fueron jóvenes en aquellos años ochenta. Fue Javier, el dibujante, quien persiguió a Eliseo durante años para hacer un cómic juntos. Ya habían colaborado muchos años atrás en fanzines que no tuvieron mucha difusión y a Urrea le apetecía volver a trabajar con su amigo. Tenía claro el argumento: una historia que hablara de su juventud en el barrio, que tuviera el heavy y el rock como banda sonora y que retratara con fidelidad la realidad tan distinta a la celebérrima Movida que se vivía en la periferia madrileña.

A García le costó recoger el guante. Su trabajo como periodista primero, y como guionista para el cine y escritor de libros infantiles para Susaeta después de abandonar el oficio de plumilla le tenían demasiado ocupado. Además, tampoco era el tema sobre el que le apetecía escribir.
Pero en estas llegó la pandemia y el confinamiento, y todo se paró. Era el momento. Javier ya había dibujado las primeras páginas, faltaban solo los diálogos. Y se las envió a Eliseo. «Toma, solo tienes que seguir la historia, ya no tienes excusa». Funcionó y García comenzó a escribir el guion.

Las primeras historias se hicieron rápido, pero cuando todo volvió a la normalidad, la cosa empezó a ir más despacio. Tanto, que no pudieron completar la historia hasta tres años después. Y aún tardarían otros dos en pulir detalles y encontrar editorial para publicarlo.

días de inmortalidad

La cara B de los ochenta

No hay glamour en la historia que relatan Urrea y García; la vida en los barrios obreros, como en los que vivían los dos autores, no era fácil. Sin renegar de la imagen luminosa que se ha trasmitido de aquella década, guionista y dibujante han querido plasmar la otra cara de la Movida para muchos jóvenes.

«La juventud, da igual en la época en la que te toque, siempre tiene sus partes de luces y sombras —comenta Eliseo García—. Los ochenta, políticamente, nos los han vendido como los años de la santa Transición, pero eso que nos vendían de reencuentros y tal, yo eso no lo he visto en mi vida. Yo recuerdo una época, en concreto unos años, de una violencia social y política tremenda».

Habla de un momento de la historia española donde el terrorismo de bandas como ETA y el GRAPO, u organizaciones ultraderechistas como Cristo Rey o Fuerza Nueva campaban a sus anchas por el país sembrando el terror; y el ruido de sables, como se llamaba entonces a la amenaza de que el Ejército volviera a levantarse contra la recién instaurada democracia, estaba presente en el ánimo de la población.

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«Así que sí, puede que la Transición fuera una época de esperanza y tal, pero yo la recuerdo como una época de mucho miedo y mucha violencia no solamente política. Estábamos en pleno auge de la heroína y del narcotráfico bastante brutito; alcoholismo a tutiplén… Lo que ahora se llama violencia de género entonces no tenía ni nombre. Y venimos de allí».

Para García, todos los ochenta son igual de reales: «los ochenta de La Movida, los del despegar de la democracia, los del primer feminismo, los de que los hombres empezáramos a asumir un poco que podíamos ser hombres de otra manera…, todo eso empezó ahí —incide—. Supongo que, con los años, cuando envejecemos, tenemos una malsana tendencia a embellecer los recuerdos y pensamos que nuestra época fue muy gloriosa. Y lo que ocurre es que éramos jóvenes, estábamos fuertes y sanos y eso es lo que era glorioso en realidad, que eras joven. Era lo que te tocó vivir y chimpún».

Un concierto mítico

Dividido en capítulos, cada uno de ellos con una historia autoconclusiva en la que uno de los chavales de la pandilla tiene más protagonismo, la acción se desarrolla a lo largo de tres años, desde 1982 hasta 1985, que es también el tiempo que tardaron en desarrollarla Urrea y García. Tres años en los que el estilo del dibujo y el del guion también evolucionaron en la medida en la que ambos creadores interactuaban. Y eso es algo que se ve muy bien en los dibujos: las primeras viñetas poco tienen que ver con las del final del cómic, sin embargo, lejos de ser un problema, se convirtió en una serendipia afortunada que hace la historia aún más inmersiva.

«Al final, por circunstancias de la vida, la evolución de la historia ficticia ha ido paralela a la evolución de la historia real de los autores. Los personajes han crecido y nosotros también. Eso se nota perfectamente y creo, además, que le va fenomenal. Ha sido una de esas casualidades bien halladas», confirma el guionista.

La elección de los tres años en los que se desarrolla la trama no es casual. Obedece a la intención de Eliseo García de comenzar la historia en torno a un concierto mítico, un espectáculo por el que cualquier joven de la época hubiera dado un brazo por asistir. Ese concierto fue el de los Rolling Stones de 1982. Después, explica, la propia evolución de los personajes pedía que todo ocurriera en varios años.

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Por debajo de las peripecias comunes y de lo que le pasa a cada protagonista, se desarrolla una subtrama paralelamente que cuenta la relación entre uno de los chicos protagonistas y una chica del barrio. Era necesario contar sus encuentros y sus desencuentros, así que García pensó «en un plazo de tres años para que coincidiera también con el final del bachillerato y la época de las grandes dudas y las grandes decisiones: hago la selectividad o no la hago, voy a la universidad o trabajo, ¿qué hago?».

Al guionista le pareció buena idea que la historia terminara dejando todas esas dudas abiertas, aunque al final parte de ellas se resuelven porque encontramos a algunos de los personajes años después, pasada la época de su juventud.
«Si me pides que te defina qué es ser adolescente con una palabra, sería dudas. Estás siempre metido en un mar de dudas. Yo creo que la adolescencia, lo que tiene de jodido para ti y para los que te rodean es que eres una duda con patas».

El difícil proceso de documentación

Si por algo destaca este cómic es por el enorme detallismo que se muestra en el lenguaje, pero, sobre todo, en el dibujo. Javier Urrea no escatima en detalles a la hora de mostrar ambientes: el parqué a cuadrados que estaba en todas las casas, los pósteres que decoraban las habitaciones de los adolescentes, las entradas de los conciertos, la publicidad que se veía en las calles…

Recorrer las viñetas de Días de inmortalidad es un viaje al pasado tan real que puede llegar a emocionar al más duro (para muestra, el prólogo escrito por Juan Pablo Ordúñez, el Pirata). Y esa, la fidelidad a la realidad, era la máxima que guio en todo momento a los autores del cómic. Además de tirar de recuerdos, se necesitaba otro tipo de información: fechas, lugares, garitos y locales de conciertos… Y sobre todo imágenes.
Precisamente ahí estaba la mayor dificultad, como corrobora el dibujante de la historia Javier Urrea. «Cada capítulo tiene su documentación diferente —explica—. Hemos buscado en portadas de periódicos, entradas del antiguo Palacio de los Deportes… Había muy poquita documentación, casi nada. No sé por qué, en los años 80 no se hacían fotos».

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«Buscar la documentación ha sido complicado porque Madrid, además, es Saturno devorando a sus hijos continuamente. Tú te pone a mirar y todos los grandes mitos madrileños Madrid se encarga de destruirlos sistemáticamente —recalca, por su parte, Eliseo García—. De lo que era mítico en los años 80, por ejemplo, en plan conciertos, el Palacio de los Deportes, el Pabellón del Real Madrid, el Calderón… todo eso ya no existe. Pero es que te vas a los bares y tampoco. De todos los bares que hablamos en el cómic, creo que siguen existiendo el Chapandaz y el Museo del Jamón. El resto, los que eran míticos como el Canciller, ya no existen».

Y mientras que de otras décadas sí se conserva material gráfico, de los ochenta apenas encontraron fotos. Ni siquiera en los medios de comunicación encontrabas imágenes que se tomaran en el exterior de los recintos. Para solventarlo, miraron en grupos de nostálgicos de aquellos años en redes sociales, que, con sus testimonios y unas pocas fotos personales, les ayudaron en el proceso de documentación, aunque Urrea confiesa haberse tomado alguna que otra licencia artística para poder completar ese imaginario a partir de alguna de las escasas fotografías que pudieron encontrar.

«Tuvimos que buscar mucho, y luego, aparte, verificar, porque encontrabas y veías fotos, pero luego no eran las fotos correctas —remarca García—. Al final ha sido una labor periodística, aparte de una labor artística, porque era documentar algo y verificarlo. Y la hemos hecho los dos, el dibujante y el guionista».

Dibujar sin prisas

Javier Urrea, a pesar de la dificultad de encontrar imágenes sobre las que basar sus ilustraciones, ha sido superdetallista en la recreación de escenas. El Rastro y sus multitudes, el interior de un ultramarinos o una bodeguilla, las paradas del metro de la época, la vestimenta, los conciertos, su propia habitación en la casa de sus padres…

Además de la historia principal, cada viñeta cuenta la suya propia, porque el nivel de pequeños detalles que completan el cuadro es abrumador. Urrea se convierte, así, en un amanuense moderno, que dibujaba sin prisa los ladrillos de las paredes, los cuadros del parqué, los pósteres de las habitaciones de los adolescentes, la multitud del Rastro y el público entregado en el Canciller.

Porque se nota que no hay prisa en el dibujo. A Urrea dibujar siempre le ha supuesto un momento de desconexión con el mundo y una manera de entrar y deleitarse en el suyo propio burlando, así, al aburrimiento. Por eso, quizá, huye de las herramientas digitales y prefiere dibujar a mano. De hecho, así ha trabajado en Días de inmortalidad: primero, con lápiz y sobre papel, despacio, documentándose, recreando cada mínimo detalle. Después, entintaba línea a línea con rotulador. Por último, una vez escaneada y digitalizada cada página, cada viñeta, trabajaba ya sí con Photoshop el color.

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Cada una de las viñetas le supuso «un reto», pero también un enorme disfrute, a pesar de la dificultad de recrear un mundo casi a través de sus propios recuerdos, aunque, explica, ninguna le costó especialmente. «Quizá las que más, las de la sala Canciller, porque quería hacerlo lo más fidedigno posible. Y para eso nos basamos en un vídeo de un programa del año 91 que se llamaba Rápido y que emitían en La 2». De esas, probablemente, es de las que más orgulloso se siente.

Sin embargo, le cuesta decantarse por alguna en especial, si bien reconoce que una en particular, la que recrea la tienda de ultramarinos que regentan los padres de uno de los protagonistas, le gusta especialmente: «Esa me recordaba mucho a mi niñez».

Realismo hasta en el lenguaje

Igual que Urrea y García han buscado la máxima autenticidad en la parte gráfica de su historia, incluso en los mínimos detalles, quisieron llevar ese mismo nivel de fidelidad a la forma de hablar que empleaban los personajes. Un lenguaje muy de barrio, que recuerda al que se utilizaba en las pelis de navajeros de la época y que se reproducía también en revistas de cómic como el Makoki o el TMEO.

Palabras como trujas (cigarro), travelo (travesti), tequis (taxi), pelas (taxista), bulla (culo), jeró (cara), kel (casa)… resultan reconocibles para quienes fueron adolescentes en los ochenta, pero quizá suponen una barrera lingüística importante para los jóvenes de hoy. De hecho, en un principio pensaron en incluir un glosario, pero el editor no lo creyó necesario.

«Nos dijo que no nos preocupáramos porque la gente joven no lee muchos cómics realmente, sino manga. Y la gente que compra cómic son más mayores y lo van a entender —recuerda el guionista de Días de inmortalidad—. Y es verdad, porque este cómic se lo han leído almerienses, donostiarras, bilbaínos, barceloneses… y todos lo han entendido».

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Para García, era fundamental retratar también la manera de hablar de esos años, «porque igual que hemos dicho que hay cosas gráficas que se pierden y se olvidan, hay una parte que se olvida todavía mucho más, que es el lenguaje». En su cabeza estaba el modelo del dramaturgo hoy casi olvidado Alfonso Sastre.

«Este hombre vivía en mi barrio, en San Pascual [barrio en el que está inspirado el que retratan en el cómic], e hizo una labor de reconstrucción y de permanencia del lenguaje de su barrio y de lo que era Madrid, un Madrid que estaba fuera de la gran literatura. Él lo llevó a la gran literatura por medio del lenguaje en obras como La taberna fantástica. Y no usó glosario ninguno».

«Si él pudo recoger la manera de hablar de la gente de su barrio, por qué no iba a poder yo, modestamente, hacer lo mismo y recoger el lenguaje que se hablaba en mi barrio en mi juventud para que permanezca en el tiempo, aunque sea en un modesto cómic», concluye García.

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