Las dos partes contendientes habían acordado enfrentarse en Simplon Valley, en la frontera entre Italia y Suiza. Ambos ejércitos se encontraban ya formados con las primeras luces de la mañana. A un lado, las tropas de Bitcoin, con sus escudos dorados y su enorme B grabada en cada uno de ellos. Al otro, las huestes de Ethereum, que mostraban pendones plateados con los triángulos de su divisa.
El general al mando de Bitcoin lamentaba en ese momento su posición, pues al comenzar la batalla tendrían el sol de cara. Para compensar, su ejército era más numeroso, pues las tropas de Litecoin se habían unido a ellos.
Mientras tanto, el general de Ethereum arengaba a sus hombres recordándoles todo lo que estaba en juego: el honor, la propiedad virtual, el reino de las criptomonedas. Todo el mundo gritaba, en parte para amedrentar al enemigo y en parte para ahuyentar su propio miedo.
Y comenzó la batalla. Las primeras escaramuzas provinieron de un bróker de Singapur, que vendió Bitcoins a 3.123 euros con diez céntimos. Esos últimos diez céntimos eran una trampa en la que solo cayó una gestora de Nueva York, pero las consecuencias fueron desastrosas. El mercado comenzó a fluctuar a una velocidad vertiginosa y ya nadie sabía quién estaba al mando, si los generales, los algoritmos o la presión de los especuladores a corto plazo.
Al final, el día fue para Ethereum. Los brokers vencedores vitoreaban a los suyos a lo largo y ancho de todo el planeta. Las pantallas de los ordenadores constataban la victoria. Pero vendrán más días y más batallas. Habrá que fijar alianzas con PeerCoin, Ripple, Dogecoin y las demás monedas virtuales que, en esta ocasión, no habían tomado partido.
Vale, de acuerdo. Todo esto es ficción. Tan solo una pantomima de las batallas del pasado, pero sin las motivaciones de entonces. Porque antaño se luchaba por un dios, una patria, un rey, un botín o un lugar en el paraíso, según a quien engañaran.
Ahora, en el mundo de la especulación virtual, no tiene sentido defender una tierra o luchar por una frontera. Pero sigue sucediendo. Y mientras tanto, el nuevo orden cibernético, sabedor ya de que el futuro le pertenece, observa con extrañeza a las personas que continúan levantando banderas, cantando himnos o perdiendo la vida por todo aquello que ya murió hace ya siglos.
Pero esa es la realidad. A día de hoy ambos mundos conviven actuando como si el otro no existiera. Unos ponen bombas en los trenes, atropellan gentes en las calles y disparan en las discotecas. Los otros compran a la baja esperando que el mercado reaccione o rentabilizan burbujas por ellos mismos creadas.
Ya sabemos quiénes vencerán porque de hecho ya han vencido. Pero aún quedan restos del pasado de los que sacar tajada. Por eso seguimos asistiendo al espectáculo de ver cómo algunos líderes de hoy consiguen movilizar a las masas en defensa de unos credos o unas patrias que, de hecho, hace ya tiempo que dejaron de existir.
3 respuestas a «¿Tiene sentido luchar por una frontera en un mundo cada vez más virtual?»
Otro que vive en el mundo de los yupies, que creo que nada existe fuera de las fronteras de que él mismo denominaría «occidente». Instalados en el estùpido y cada día más cruel e insostenible espejismo de que «los mercados» van a acabar con la hambruna, las enfermedades, las guerras interesadas creadas por ellos mismos, huyen hacia adelante, anhelando que los desheredados no reclamen comer todos los dias y acaben con su tontería congénita. Hartazgo.
La pregunta que plantea la columna es interesante, pero sin substancia ni argumentos, se queda solo en eso, muy a tono con la cáscara del mundo virtual.
¿Seguro que te has enterado de qué va el artículo?
O quizá yo te he malinterpretado a ti… 8-|