El doblaje lleva décadas escuchando un repique de fondo. Algunos le echan la culpa de que muchos españoles no sepan hablar inglés y los actores de doblaje, al verse con semejante acusación encima, contestan que no es a ellos a quienes corresponde enseñar inglés: es al sistema educativo.
También lleva tiempo otro tintineo. Hay quien dice que corrompe las obras originales. Pero los dobladores, ante esta cantinela, se preguntan por qué a todo el mundo le parece bien que se traduzca un libro y se adapte una obra de teatro y, en cambio, el doblaje de una película pueda estar bajo sospecha.
Hoy más que nunca este recelo es más ruido que nueces porque en la mayor parte de las plataformas audiovisuales el espectador puede escoger la lengua de una serie, una película o un videojuego. «La tecnología actual te permite elegir el idioma», indica el actor y director de doblaje Luis Manuel Martín Díaz.
Al doblaje le ocurre lo mismo que a la copla: arrastra culpas que no son suyas. «Muchos lo critican porque dicen que lo inventó Franco. Pero no es así. Empezó en la Segunda República», indica Martín Díaz, una de las voces de Anatomía de Grey y Life on Mars.
Durante el franquismo el doblaje sufrió la censura y tuvo que tragar con las consignas propagandísticas del régimen, pero no era una decisión de los actores. Ellos tuvieron que aguantar la misma manipulación que se produjo en los libros, los periódicos y la radio. Asociar doblaje y franquismo es tan erróneo como unir el blanco y negro al dictador.
Take 1: La voz
En el estudio de doblaje las películas pasan por una nueva interpretación. Esta vez atañe solo a la voz, pero es tan decisiva como la actuación ante una cámara. Porque el sonido expresa matices que la imagen no muestra y porque un ruido minúsculo puede llenar una escena. Así lo pensaba Robert Bresson. El cineasta creía que el ojo pasa de puntillas por las cosas (es superficial), pero el oído deja poso (es profundo). «El silbido de una locomotora imprime la visión de toda una estación», dijo.
Un buen doblaje –el más invisible; el que menos ruido levanta– no hace pensar al espectador en las palabras que está escuchando. Un mal doblaje –dramático a borbotones; el que suena a voz de locutor– aparta al público del relato y produce la sensación de que las imágenes están contando una historia y los diálogos hablan de otra. «No deben notarse los puntos ni las comas en las frases que se pronuncian», indica Javier Valdés, director de doblaje y fundador de Ad Hoc Studio.
En una película cada voz debe dar identidad a un personaje y debe hacer que se distingan unos de otros. Pero ahora, dice Valdés, no siempre es así: «El doblaje debe ser un coro de voces, como era en la versión original. En las películas dobladas desde los años 40 hasta los 80 se diferenciaba claramente quién era quién por su voz. Además, hoy hay muchas voces que hacen la misma entonación. Es idéntico el modo de atacar los inicios y de finalizar las frases. Hay exceso de dramatismo y el tono publicitario, que incluye mucho aire en las voces, se ha trasladado al doblaje».
Una frase en suspenso, un suspiro, un silencio, un susto, un siseo… Estos pequeños sonidos de apenas un segundo son los que levantan o tiran por los suelos una escena. «El cine es mirada y la voz transmite la mirada», indica Valdés.

Take 2: El oficio
A las ocho de la mañana Luis Manuel Martín Díaz empieza a doblar. Es la hora en la que en la mayoría de los estudios se oyen las nuevas voces que tendrán las series, las películas y los videojuegos. En el coche, de camino a la sala de grabación, comienza a hablar. A hablar por hablar. A solas. «Voy calentando la voz», explica este director y actor que ha puesto voz a personajes de Shameless y Urgencias. «Dices cosas, cantas la trompeta… Vas solo, caminando por la calle, haciendo sonidos de corneta».
A esa hora temprana, la voz, recién despertada, suele ser más grave. Hay que tenerlo en cuenta si se busca ese tono. Eso es lo que hace otro actor de doblaje, Rodri Martín, la voz de Clay en Por 13 razones, con la idea de respetar lo más posible el sonido original del personaje. Prefiere doblar a primera hora de la mañana porque, según contó en FórmulaTV, «el actor original tiene la voz más grave que la mía».
Dice Martín Díaz que hay muchas formas de doblar. A él le gusta aprender las frases en vez de leerlas. Las interioriza en pocos segundos y después las pronuncia mientras mira al actor. «Tengo que interpretar al personaje. Debo transmitir lo que él transmite y, para eso, miro la película, miro los ojos y no me fijo en la boca. Somos actores de doblaje, no sincronizadores», indica. «Hay detalles más significativos que la sincronía. Importan los gestos, el ambiente… Todo eso condiciona la interpretación de lo que se dice».
Algunos actores cuentan que cuando interpretan a un personaje llegan a confundirse con él. Hay incluso un caso extremo: el actor británico Daniel Day-Lewis asegura que se mete tanto en su personaje durante los meses de rodaje que llega al delirio. Es casi una posesión.
—Al doblar a un personaje, ¿llegas a identificarte con él o a sentirte como si fueras esa persona?
—No. No tienes tiempo de meterte en el personaje. En cada escena te introduces en una situación. Nuestro trabajo es una imperfección. Lo que hemos de hacer es trasladar el tono —especifica Martín Díaz—. Yo, cuando termino de trabajar, me olvido del personaje y hasta de lo que he dicho.
Ni siquiera quedan las palabras pronunciadas porque el doblaje es un trabajo más de retentiva que de memoria. «Tienes que quedarte con la idea y reproducirla. Una vez que tienes la toma buena, la olvidas y pasas a aprenderte el siguiente take. Aunque hay actores que leen y no se nota. Lo que memorizan es el ritmo», apunta el director de doblaje de la serie Larry David.
—Tendrás que escuchar las conversaciones de la calle para saber cómo va cambiando el lenguaje, las palabras, los giros lingüísticos…
—Los actores de doblaje tenemos que saber de todo. Debemos conocer las expresiones propias de cada campo porque un día puedes trabajar en una serie de investigación y otro día en una película de médicos.
Ahora hay decenas de centros de enseñanza de doblaje, pero Martín Díaz, un veterano que se acerca a los 50 años, aprendió escuchando. Tenía tres cuando hizo su primer doblaje y todavía ni siquiera sabía leer. Tuvo que empezar ya entonces a entrenar su memoria auditiva. «En los años 80 no existían escuelas. En los estudios había filas de butacas de cine y te sentabas ahí todo el día como oyente. De nueve de la mañana a nueve de la noche», recuerda. «Yo iba siempre detrás de los mejores dobladores. Los seguía incluso al bar y escuchaba cómo hablaban».
Este actor y director de doblaje piensa que es el tiempo, las horas y horas en el estudio de grabación, lo que enseña a un actor cómo ha de gritar sin romperse la garganta y cómo ha de respirar en una persecución sin hiperventilarse. Lo más difícil, afirma, es «hablar muy bajo emitiendo sonido».

Take 3: La prueba
La sala de grabación está a oscuras y en silencio. En pocos lugares se presta más atención a una voz que aquí dentro. Arturo (nombre ficticio), un joven de 33 años, se sitúa frente a un micrófono imponente y un atril donde puede leer el diálogo de los personajes. Enfrente tiene una pantalla inmensa y, al lado, el hombre que le hará temblar las canillas, Javier Valdés. El director de doblaje le va a hacer una prueba; su primera prueba; el momento tembloroso por el que hay que pasar antes de que un estudiante se convierta en actor de doblaje.
Valdés explica a Arturo de qué va la película para ponerlo en situación. Le habla del personaje que tiene que doblar y le dice cómo se encuentra. Ven juntos una escena de unos tres minutos y, después, se detienen en unos segundos del principio: en esa toma inicial escuchan las primeras frases que va a doblar.
Comienza el ensayo en esta sala de Ad Hoc Studios. Arturo va diciendo las frases en español a la vez que escucha las originales en francés. Intenta sincronizarlas; pretende captar el pesar del personaje; procura ajustarse a su cadencia al hablar. Lo repite varias veces y, ahora, ante él, llega el momento en que verá la escena de su personaje sin voz. A él le toca poner el diálogo en español. Y su voz grave, muy grave, tan grave que casi hace invisible la imagen en la pantalla, ocupa todo el estudio.
—Tienes mucha voz, Arturo. No hace falta que pongas más. No sincopes las palabras. Dilo como tú lo dirías —apunta el director.
El estudiante toma un sorbo de agua. Agarra el atril y, de pie, abre un poco las piernas. Es muy alto y está buscando una postura cómoda frente al micrófono. Está pendiente de un número: el que indica el segundo en que el actor empieza a hablar, pero esto no es un asunto matemático. Es una cuestión de flow.
—Baila con él. Mueve el cuerpo cuando el personaje empiece a hablar —exhorta Valdés—. Torea la frase.
Arturo se inclina hacia delante como intentando dar a su voz la fluidez de la danza. Repite las palabras; una vez, otra vez.
—Mira a los ojos. No mires la boca —le indica Valdés—. Dobla los ojos, no dobles la boca. Imítale la mirada, la intención de los ojos. Doblamos la intención de los ojos. En los ojos está la verdad del actor.
Lo hace varias veces hasta que el director dice: «¡Grabamos!», y, atrás, en otra cabina donde dos técnicos manejan y enaltecen los sonidos, dan al botón que enciende una luz roja en el estudio. Graban. Y después de recoger varias tomas, las oyen juntas para escuchar cómo suena el personaje en su nueva voz en español.

Take 4: La velocidad
La era de lo inmediato se ha instalado en una silla de las salas de doblaje. Las series han metido prisa: hay que emitir pocos días después de que lleguen a España. Muchas distribuidoras pretenden, incluso, que el estreno sea a la vez en varios países. ¿De dónde se sacan los minutos entonces para doblar todos los capítulos?
«A veces te llaman para venir inmediatamente al estudio porque hay que cambiar una frase y el estreno es al día siguiente. Los actores de doblaje deberíamos tener un plus de peligrosidad por conducir rápido», bromea Martín Díaz.
«A veces nos llega traducido del país de origen para que sea más rápido, pero aun así necesitamos tiempo para hacer la adaptación a nuestro idioma. El español es más largo que el inglés. Hay que acortar los textos para que el actor no tenga que hablar deprisa. Si acelera el ritmo, sube el tono y se pierde la interpretación», comenta el director. «El doblaje es un trabajo dirigido al público. Lo que tenemos que hacer es que se entienda bien lo que dicen los personajes».
Martín Díaz quita a su trabajo muchas responsabilidades que algunos les quieren echar. «El doblaje pertenece a la industria del entretenimiento. Nosotros aportamos poco. Tenemos que interpretar una película lo mejor que podamos y hacer que los diálogos se entiendan. Pero nuestra misión no es culturizar ni enseñar inglés».
La era digital, en el asiento de al lado de la era de lo inmediato, ocupa hoy las cabinas de doblaje. «La tecnología hace la mitad del trabajo. Ahora es mucho más importante el trabajo de los técnicos de sonido. Están ahí atrás, sin hacer ruido, pero ellos son los que corrigen las voces, los que mezclan la música y las palabras, los que producen la sensación de lejanía…», indica.
Los técnicos de sonido son también los que consiguen que el crujir de la nieve y el ruido del triciclo de un niño den repelús en El Resplandor y los que hicieron único el grito de Tarzán cuando mezclaron la voz del actor con ladridos de perro, el aullido de una hiena y el do de un soprano.

Pero, a la vez, eso de llevar la tecnología en el bolsillo ha hecho el trabajo más difícil a los dobladores. Después de las primeras grabaciones piratas de cortes de películas que aparecieron en internet, las productoras empezaron a enviar copias degradadas que, en muchas ocasiones, ni siquiera dejan ver el rostro de los actores. «Cada distribuidora te emborrona la imagen como quiere», lamentaba Rodri Martín, en aquella entrevista.
Otras solo dejan ver la boca de los actores de la película. El doblador se encuentra ante una imagen negra rota por un agujero, un círculo, que muestra los labios de los personajes cuando hablan. Y así, se pregunta Martín Díaz, ¿cómo se puede entender al personaje?, ¿qué dice su mirada?, ¿qué cuentan los gestos de sus manos?
Queda un tercer inquilino novedoso en los estudios de doblaje. Al lado de la inmediatez y de lo digital hay un palco para los influencers. Ellos también han entrado en las voces: «Ahora los departamentos de marketing piden que se metan los chascarrillos de los personajes de moda. Pero esos doblajes caducan muy pronto. Esos chistes dejan de gustar muy pronto y hacen la película antigua en muy poco tiempo», indica el director.
«Están doblando personas que no conocen la profesión solo porque son personajes conocidos. Creo que tiene la misma lógica que si dijera: “Yo doblo muy bien a los pilotos de aviones, que me dejen pilotar”».