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Dos piedras cinceladas para marcar el lugar donde todo comenzó


Cuando la tierra hace temblar los cimientos de los reactores nucleares, quizá sea el momento de echar la vista atrás y desenterrar la historia, esa que en teoría nos impedirá repetir los errores del pasado. Para ello tenemos que retroceder hasta el germen primigenio de la energía nuclear, el origen de todo esto que ahora nos pone los pelos de punta.
El primer reactor nuclear de la historia no está encerrado en un museo; ni siquiera bien guardado detrás de alguna compuerta de seguridad de un búnker. Está enterrado en una reserva forestal por donde pasean a diario miles de personas.

Una simple piedra cincelada marca su lugar en el Palos Park Forest Preserve de Chicago, uno de los parques urbanos más impresionantes del mundo, con 15 kilómetros de playas al Lago Michigan y 30 kilómetros de senderos para caminar, trotar, andar en bicicleta o patinar.
Cientos de familias pasan todos los domingos al lado de esta roca sin hacerla caso, la piedra que muestra el emplazamiento del llamado «Site A», el lugar donde descansa enterrado el primer reactor nuclear del mundo.

Técnicamente, el primer reactor nació debajo de unas gradas de un campo de entrenamiento de la Universidad de Chicago, a unos kilómetros de esa ubicación. Más concretamente lo hizo el 2 de diciembre de 1942, bajo las tribunas del Stagg Field, que una vez fueron pistas de squash.
Allí fue donde Enrico Fermi terminó el primer reactor nuclear en un laboratorio y dónde por primera vez se mostró a crítica y público, bautizándose desde entonces, a las 3:36 pm de aquel día, como Chicago Pile-1 o CP-1.
Tras la demostración, al grupo de investigación dirigido por el físico italiano se le ocurrió, con muy buen criterio, que no sería prudente tener un reactor nuclear activo ubicado bajo la tribuna de espectadores de la universidad local, en medio de un gran área metropolitana.
Así que el reactor, siendo el único reactor que funcionaba en el mundo, fue desmontado y trasladado a unos 30 kilómetros fuera de la ciudad, en lo que hoy es el área recreativa del suburbio de Chicago de Palos Park. Tras su traslado, el reactor fue reconstruido con algunas mejoras y renombrado CP-2.
En 1950, este reactor creció hasta hacerse CP-3, cuando fue aumentado con un nuevo diseño. También se construyó en la zona A alrededor de 35 edificios que albergaban laboratorios, dormitorios, una cafetería, casetas para perros (no precisamente de vigilancia) y una fundición de plomo.
Según el Departamento de Energía de EE.UU, todos los programas de investigación en estas instalaciones terminaron en 1954 y se trasladaron tres millas al este, a un nuevo complejo, el Laboratorio Nacional de Argonne. Todos los edificios y los equipos fueron derribados y se enterraron bien profundo en el mismo emplazamiento.

Para ello se realizó una excavación de aproximadamente 100 metros de ancho y 40 metros de profundidad, capaz de albergar los dos reactores, vertiendo más de 800 toneladas de hormigón para fabricar un sarcófago contenedor donde CP-2 y CP-3 descansan de por vida.
La excavación fue rellenada a continuación, nivelada y ajardinada, para que no quedara nunca constancia visible de su presencia. La parte superior del reactor CP-3 está aproximadamente a 7 metros debajo de la superficie de un terreno que cada día transitan cientos de personas.
A unos 1.500 metros al norte la zona A está la «Parcela M». Allí se enterraron los residuos radiactivos y los artículos de laboratorio contaminados por las actividades de investigación entre 1943 y 1949. Inicialmente se sepultaron en zanjas; más tarde en contenedores de acero, incluidos residuos de tritio, uranio y otros productos de la fisión en diversas formas, como cadáveres de animales o filtros de aire.

En 1949, el enterramiento de residuos se detuvo y se cubrió de hierba hasta 1956, cuando se instaló una losa de hormigón para proteger las elevadas concentraciones de uranio y el plutonio de la filtración del agua de lluvia. Una simple losa que también debía servir para que nadie removiera la tierra en esa zona.
Al igual que en el emplazamiento A, en la parcela M también existe un pequeño monumento de piedra situado en la cima de una colina suavemente inclinada, con una breve descripción de las actividades pasadas que una vez fueron de alto secreto.
La piedra asegura a los visitantes que la zona no representa ningún peligro para ellos; sin embargo la palabra «NO» ha sido cincelada por alguien para borrarla, convirtiendo el supuesto monumento en una clara señal de advertencia, una especie de lápida de siniestro epitafio que por ahora sigue imborrable por más que pase el tiempo.

Informe sobre la radiactividad por tritio en el terreno y en los acuíferos de la zona.
Fotos: Wikipedia y Departamento de Energía, Washington (EE.UU.) DC. Div. de Control de la Tecnología Ambiental.

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