Eliminar el rastro de una tipografía es casi imposible en el mundo digital, donde los archivos se replican de forma casi infinita. Pero no hace tanto tiempo, las letras que se imprimían estaban hechas a mano y fundidas en plomo. Si desaparecían las originales, era casi imposible replicarlas, al ser trabajos totalmente artesanales.
Algo así ocurrió con la Dove, la tipo estrella de la editorial Dove Press, que acabó en los fondos del río Támesis entre agosto de 1916 y enero de 1917. En uno de los capítulos más novelescos de la historia de la tipografía, Thomas Cobden-Sanderon orquestó un meticuloso plan en solitario para hacerla desaparecer tirándola al agua y dejando que la arrastrara la corriente.
Solo así pensó que se podría asegurar que no acabarían en manos de su exsocio y ahora enemigo Emery Walker, con quien se disputaba la propiedad de estos caracteres de metal.
El empresario y editor era un hombre debilitado por sus más de 70 años de edad, pero esto no le impidió transportar más de una tonelada de metal de su taller de encuadernación hasta el río en un total de 170 viajes. Para evitar llamar la atención, las misiones se realizaban por la noche en los alrededores del puente de Hammersmith y las piezas se camuflaban en pequeños envoltorios de papel sostenidos con una cuerda.
¿Qué fue lo que lo llevó a recurrir a una solución tan drástica? The Economist con información recabada del libro Doves Press (Marianne Tidcombe) ofreció varias razones en un fascinante artículo sobre este episodio publicado a finales de diciembre.
«En parte tenía que ver con su pasión por el oficio. Le dolía imaginarse un día en el que la tipo sería utilizada en libros que no fuesen aquellos que él había impreso y teñido de un significado casi religioso. Pero también tenía que ver con su odio por los cambios tecnológicos que habían transformado el mundo durante su vida. Detestaba la industria mecánica, enterrarlo en el Támesis –escribió en su diario– era la única garantía de que no sería utilizado en una «imprenta manejada con otra cosa que no sea la mano y el brazo de un hombre»».
La disputa entre ambos ya venía de lejos. En 1906 intentó deshacerse de Walker llegando a prohibirle la entrada a su taller de encuadernación. Cobden-Sanderson puso dinero sobre la mesa para quedarse con la editorial, pero Walker no estaba por la labor. Tres años después, y con la intermediación de Sydney Cockerell, llegaron a un acuerdo en el que la Dove pasaría a manos de Walker después de la muerte de Cobden-Sanderson, diez años mayor que él.
El empresario aprovechó el pacto para ganar tiempo, pero temía que su rival encontrara un resquicio legal que le obligaría a venderla. Fue durante esta época cuando empezó a urdir el plan que acabaría con el ahogamiento de las letras que trajeron fama a su editorial.
Una vez conseguida la gesta de hacerlas desaparecer ya no tenía que llevarlo en silencio. Ahora «quería que todo el mundo lo supiese», según relata The Economist. Al poco tiempo de perpetrar el plan, escribió una carta a todos sus clientes informándoles de que cerraba la editorial y concluyó la misiva con la revelación de que la tipografía había sido dada en herencia al Támesis.
Furibundo, Walker demandó a Cobden-Sanderson, pero el caso todavía no se había resuelto cuando falleció en 1922. Finalmente su viuda llegó a un acuerdo con Walker para indemnizarle con 700 libras esterlinas, lo que traducido a la actualidad representaría algo más de 41.000 euros.
Dove Press es recordada hoy todavía como una editorial que publicó ediciones de gran calidad. «El libro más significativo editado por la Doves Press fue una Biblia (1903) en cinco volúmenes que está considerado como uno de los libros más bellos realizados en todos los tiempos», según un perfil escrito por Unos Tipos Duros en 2002. Hoy en día estas biblias están muy cotizadas y se venden por encima de las 30.000 libras esterlinas.
Pero la historia de esta tipografía tiene un epílogo que lo retrotrae a la actualidad. La obsesión que invadió a Cobden-Sanderson se ha visto correspondida por un diseñador contemporáneo. A finales de 2013 y tras tres años de trabajo incansable, el diseñador Robert Green decidió resucitarla con la creación de una versión digital de la Dove. Un proceso complicado dado que la original fue realizada completamente a mano por Edward Prince labrando las formas sobre el metal con un martillo.
“Resucitar una fuente es un proceso extraño, exasperante y que consume enormes cantidades de tiempo. A diferencia de casi todas las tipografías conocidas, que han sobrevivido mutando y floreciendo a través de tecnologías que se van introduciendo, la tipografía Dove solo ha existido en metal», describe Green en su blog.
Tras encontrar libros antiguos de la editorial y recuperar fragmentos en internet, Green emprendió un proceso de digitalización que duro años antes de llegar a algo que asemeja la fuente original. El mismo reconoce que solo ha conseguido un acercamiento digno a lo que se realizó en su día. Una forma de homenajear uno de los casos más extraños de Tipocidio que jamás han existido.