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El Asesino Binario (Binary Killer) – Capítulo 3

–¿Sabes quién era Lady Vapor? –repitió al no obtener respuesta por mi parte.
Al escuchar esa voz femenina con reminiscencias eslavas, amortiguadas por la puerta de la habitación, me vinieron a la cabeza las palabras de Shakespeare, en boca de Shylock en El mercader de Venecia:
«Algo se fragua contra mi reposo
pues soñé con sacos de dinero».
Me incorporé trabajosamente, cubrí mi cuerpo con un albornoz que llevaba el logotipo del hotel bordado en letras azules y abrí, todavía medio empalmado.
Era la chica que me había introducido el USB en la boca mientras pinchaba en Amnesia. Sus ojos verdes y sus labios carnosos me hicieron bajar la guardia, y con la velocidad de una serpiente me empujó, cerró la puerta y me redujo como si fuera un fardo relleno de felicitaciones navideñas. Ya tendido en la cama, comprobé que mi erección todavía no se había extinguido, y en ese instante no sentí miedo, sino que me pareció delicioso que la rubia en la que estaba pensando cinco minutos antes, mientras me la cascaba, ahora me tuviera bajo su poder. Pero la sonrisa se me borró cuando sentí algo frío en la base de la polla. Concretamente, una navaja.
Tuve un breve flashback. Cuando era pequeño iba con mi padre a buscar setas en otoño en la Auvergne francesa, y me enseñó cómo cortarlas con el filo de un cuchillo de monte sin dañar la base para que pudiera volver a crecer. ¿Aquella tía me la iba a cortar? Si lo hiciera no creo que me volviera a nacer otra; no tengo un níscalo entre las piernas… Entonces su voz aterciopelada con acento del este me devolvió a la habitación del hotel.
–¿Sabes realmente a quién mataste, Benito?
–¿Cómo sabes que me llamo Benito?
–Eres Benito Quiller, por eso elegiste ese ridículo nombre de Binary Killer, aunque Killer se escriba con K.
–Bueno, yo… Quiler no lo aceptaría la RAE. Y mi padre tenía origen francés, y…
Me interrumpió bruscamente.
–Hasta hace poco trabajabas vendiendo artículos de deportes en El Corte Inglés, pero un día decidiste entrar en la Deep Web utilizando el navegador TOR. Como no eres un experto, te detectamos rápidamente. Pensamos que eras un chalado más… hasta que mataste a Lady Vapor.
–¿Y si te digo… que fue un accidente?
–Ya, qué casualidad… Ella era la prowler más peligrosa. Los llamamos merodeadores, buscan fisuras en sistemas aparentemente inexpugnables, y venden esa información.
–Insisto, fue todo una situación azarosa… pero ¿me puedes contar algo más de esa pobre mujer?
–No era una pobre mujer, nos la jugó a todos. Lady Vapor tomó su nombre de la protagonista de una novela de ciencia ficción llamada Unicornio, que está llena de claves para nosotros. La escribió un tal Dyaz, aunque probablemente bajo ese nombre se esconde una organización.
–¿Dyaz? Me suena… ¿no es ese tío que apareció muerto en un armario de Bangkok desnudo y con una bolsa en la cabeza?
–No, ese es David Carradine. Hemos investigado sobre ti, y hay cosas que no encajan… ¿Qué hace un comercial de El Corte Inglés en un campamento con Ulbricht?
–¿Ulbricht? ¿Te refieres a Ross, el fundador de Silk Road?
–Claro. Pero ahora contesta tú –y volvió a esgrimir el frío acero en el lugar que más me preocupaba-. ¿qué demonios haces pinchando en Ibiza? ¿Es una tapadera?
–Eeeh… verás… todo está relacionado. Si me he convertido en un DJ circunstancial, ha sido precisamente gracias al selfie que me hice con el cadáver de Lady Vapor. Yo podría estar en Ibiza o en cualquier otro sitio, lo que me trae a la cabeza una cita de Carisio…

Homo locum ornat, non hominem locus

(«El hombre honra al lugar, no el lugar al hombre»)

Aquí debo hacer un inciso para que que el lector no iniciado comprenda las implicaciones de esta conversación, sin olvidar que mi virilidad, todavía amenazada por el filo de la navaja, se había reducido al tamaño de un pepinillo.
Poco se sabe de la Deep Web o Internet Profunda. Hay expertos que sostienen que más del 80% de internet no es accesible desde ningún buscador convencional, por lo que es el medio ideal para que traficantes de armas, reyes del narco o corruptos con encarguitos lleven a cabo sus actividades.
Seguí con mucha atención lo que le pasó al fundador de Silk Road, Ross Ulbricht. Coincidí con Ross en un campamento de intercambio, una especie de hackathon, en el que él era ponente y yo solo un aprendiz de pirata. Ahora, tras ser detenido en una biblioteca publica de San Francisco, se está pudriendo en una prisión federal a la espera de juicio. Desde aquí le envío este mensaje:

«¡Eh! Ross, ánimo, siempre fuiste un héroe para mí».

Pero yo no seguiría su misma suerte. Al fin y al cabo, Ulbricht se dedicaba a traficar con sustancias químicas que deberían estar legalizadas, y que sin duda lo estarán en unas décadas, cuando los gobiernos hayan exprimido las ubres de un negocio tan sumergido como boyante.
Lo mío es matar, no vender farlopa de pureza 99% para estrellas del rock, deportistas de la NBA y presentadoras del telediario. No me pregunten por el 1% restante. En la Deep Web existe una especie de Wikipedia oculta llamada 7jguhsfwruviatqe.onion. La extensión «onion» (cebolla, en inglés) alude a su estructura de información organizada en capas… Allí lo aprendí todo…
Pero volvamos a la habitación de aquel hotel de Ibiza… Mis ciento treinta kilos de humanidad se habían relajado bajo el albornoz y ya no sentía la amenaza del filo de la navaja, lejos de su objetivo inicial tras la conversación y el intercambio de confidencias. Nos miramos a los ojos durante un instante interminable en el que parecíamos evaluar la situación desde todas las ópticas posibles…
Y contra todo pronóstico nos besamos.
Esta vez no me introdujo ninguna cápsula con un USB en la boca. Sentí una oleada de deseo electrizante, nos mordimos, nos arañamos, gruñimos como jabalíes en celo, y ella me cabalgó como se monta a una yegua, me utilizó como a un artilugio mecánico, para llegar al clímax a su gusto. Gritó algo en ruso (por lo menos, sonaba a ruso) y se apeó de la burra, que era yo. Pensé en aliviarme manualmente, ya que estaba claro que ella solo pensaba en su propio placer, pero por prudencia me abstuve.
Su mirada verde volvió a endurecerse.
–Llevo mucho tiempo intentando ser reclutada por La Espora, y entonces apareces tú, un aficionado que además pincha en Amnesia, y te hacen un encargo… y a mí solo me dan el papel de mensajera… Quiero demostrarles lo que valgo ¿entiendes? Quiero compartir contigo esa factura. ¿Has visto el vídeo del USB? Estaba programado para que solo tú pudieras abrir el fichero.
–¿Qué es La Espora? Y ¿qué gano yo compartiendo contigo mi trabajo? Además, yo no emito facturas…
Entonces me observó largamente, entreabrió los labios y me regaló la felación más lenta, sucia, húmeda, perineal, lasciva, colateral y maravillosa que recuerdo. Y tengo buena memoria para estas cosas. Cuando terminó, con unos labios tan brillantes como culpables me dijo:
–No te equivoques, esto te lo he hecho porque me gustas. Lo que ganarás a mi lado es mi conocimiento de un mundo del que no tienes ni idea; a pesar de la increíble suerte que has tenido hasta ahora no durarías ni veinticuatro horas sin mis contactos.
Sonó mi móvil, en la mesilla, y Natasha, que así se llamaba mi invitada se disparó como un resorte, lo tomó y leyó en la pantalla: «Amanda».
–¿Quién es esta?
–Eeeeh… nadie, una… bueno, una… amiga con, ejem, sobrepeso.
–¿Te gustan las gordas? –me dijo retadora, casi despreciativa…
–Pues mira, ya que me lo preguntas… Son más amables, están menos acomplejadas, no viven pendientes del cuerpo de sus vecinas, son agradecidas, deseables, carnosas, generosas con su anatomía y con sus ideas, y no categorizan a la gente entre “gordos” y “no gordos”. Y no me rayan con debates estériles acerca de la pareja, la fidelidad, los libros de Walter Riso y toda esa basura que solo genera personas infelices… Así que… sí; me gustan las gordas. Además, mírame bien… Soy XXL…
La verdad es que fui el primer sorprendido al escuchar mi propio alegato, que escapó de mi garganta y de mi corazón como un mitin político, pero que no es frecuente dispensar a una rubia escultural que se acaba de beber tu semen con fruición. Supe que se me había ido la mano.
Me disculpé.
–Me gustan las gordas, es verdad. Pero también me gustas tú.
–Gracias… ¿Cuál era el encargo?
Tomé la libreta del hotel entre mis manos… pero faltaba la primera hoja, en la que había escrito los detalles de mi primer trabajo mientras veía el delirante vídeo de dibujos animados.
Miré a Natasha, y ella dejó escapar el pájaro de su risa, que revoloteó por la habitación mientras esgrimía el papel sustraído entre sus dedos… Odio decir esto, pero creo que en ese instante me enamoré de mi peor enemiga, que dejó de reír bruscamente y me preguntó:
–¿Cuántos bitcoins te han ofrecido por el trabajo?
–¿Por qué sabes que son bitcoins? –espeté yo.
–La Espora solo utiliza monedas virtuales –dijo muy segura de sí misma.
–Una buena cantidad… Te lo aseguro.
Desde aquel día, y durante un largo período, la marca Binary Killer ® tendría un doble sentido adicional: éramos dos; y ser dos está muy bien… hasta que aparece la tercera persona. Y créanme… eso sucede tarde o temprano.

Imagen: Shutterstock
Nota: ¿Y esto… de qué va? Lee el prólogo y el primer capítulo para ponerte al día. 
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Twitter:
#AsesinoBinario

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