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El balón que nunca se rompe


Tener o no tener un trapo blanco a mano es irrelevante a no ser que quieras cruzar una línea de fuego. No importa si no llevas un gato en el maletero a no ser que pinches una rueda en medio de una carretera desértica. Da igual ir sin mochila si no eres un paracaidista en pleno descenso desde el cielo.  Todo depende de la vara con que se mida. Un balón pinchado es algo nimio. Apenas un disgusto infantil con la misma duración que lo que se tardara en remplazarlo. Eso, desde la óptica del que tiene una tienda al lado y dinero para hacerse con uno nuevo.
Tim Jahnigen, un emprendedor estadounidense, aprendió a observar el mundo desde el otro polo de esa pequeña esfera. El detalle, lejos de ser un berrinche, podía suponer toda una lacra al desarrollo en lugares donde estropear una pelota supone olvidarse de un juego hasta que alguna entidad solidaria quiera percatarse de ello.
La inspiración le vino un día de 2006 mientras veía las noticias. En la pantalla, un reportaje sobre la tragedia de los refugiados de Darfur explicaba que la mejor terapia para ayudar a los niños que soportan esa situación de violencia era jugar. El entretenimiento más popular del mundo, el  fútbol, es sin duda una de las mayores bazas para los menores de estas sociedades. Sin embargo, esos críos a menudo carecen de lo más elemental para practicar este juego.
“En lugares como Darfur una pelota de fútbol tradicional rara vez dura más de un día”, explica Jahnigen . El terreno pedregoso, las altas temperaturas y demás inclemencias del tiempo acortan la vida de los esféricos hasta límites insospechados, “así que los niños improvisan balones con trapos, ropa, hojas, cajas, botellas, latas y hasta rocas. Literalmente, con cualquier cosa que puedan encontrar. Su situación me afectó de veras”, prosigue, relatando la preocupación que hizo germinar su idea. Fue entonces cuando decidió que haría algo para ayudar a poner un parche a la válvula de aquel fatídico asunto.
A Jahningen se le ocurrió que una solución al problema sería crear una pelota irrompible. Un tipo de balón que resistiese cualquier crudeza para que los niños “de países subdesarrollados, en zonas de guerra o en campos de refugiados”, no se vieran desprovistos del juego por culpa de la  fragilidad del cuero. Para ello estuvo dos años rompiéndose el coco y descubrir así qué material sería el adecuado para llevar a cabo su proyecto.

De pronto, se dio cuenta de que tal sólido no había que inventarlo,  se conocía, pero a nadie se le había ocurrido utilizarlo para ese propósito. Se trataba de una combinación hecha a base de etileno, vinilo y acetato llamada EVA, la misma que se usa para hacer los Crocs, una conocida marca de zapatos. Las pelotas realizadas con esa sustancia dispondrían de una válvula que permitiría al aire entrar y salir sin que le afectasen condiciones adversas.  No se desinflarían, simplemente, porque no estarían hinchadas. Si se aplastasen, regresarían a su forma esférica  original. Serían resistentes, con una durabilidad de muchos años, y se podrían dejar bajo el sol e incluso en el agua. Sería un balón prácticamente perfecto.
Llegada la inspiración, solo quedaba desarrollar el proyecto. Junto a su socia Lisa Tarver, en julio de 2010, Jahningen creaba One World Futbol Project, una empresa con la calificación B-Corporation (Benefit Corporation —firmas que resuelven problemas sociales y ambientales—), “con la misión de dar la posibilidad de jugar a los niños más necesitados”, describe la cofundadora.
Lo cierto es que aún quedaba un último regate para hacer avanzar la idea. Hacía falta una inversión inicial de 300.000 dólares que estos concienciados emprendedores no poseían. Por eso, Jahningen echó mano de un viejo amigo que conocía de su etapa como organizador de eventos musicales. Se trataba del cantante Sting, quien, según los creadores, entendió rápidamente la importancia social de la aspiración corporativa. “Sí, hagámoslo”, se entusiasmó el artista cuando el inventor le habló de sus intenciones.
La pelota ‘casi’ irrompible comenzaba a rodar de una vez por todas, y lo hacía con efecto. En sus dos años de vida, One World Football Project ha creado más de 100.000 balones, tiene presencia en cerca de 150 países y distribuye alrededor de 40.000 esféricos al mes por el planeta.
“Hemos mandado 5.200 balones a Liberia; y la misma cantidad a Uganda, Indonesia, Vietnam y  Sri Lanka. También estamos trabajando con proyectos en Malawi, Sudáfrica, Zanzíbar, China, Paraguay, Colombia, México y muchos otros países. Y tenemos planes de enviar más”, afirma Tarver.
Su método de trabajo consiste en vender los balones a ONG, fundaciones o instituciones que tengan programas que los hagan llegar a los niños y jóvenes más necesitados.  Antes de acordar mandar una cantidad grande de pelotas, la organización requiere a los adquirentes que detallen sus planes. “Para nosotros es importante que queden en manos de una entidad y no sean donados individualmente ya que no queremos generar conflicto entre los que los tienen y los que no”, explican los organizadores. Escuelas, ligas locales de fútbol, casas de huérfanos o centros comunitarios son sus principales destinatarios finales. “Deporte para la educación y el desarrollo”, lo define Tarver, el alma del proyecto.
Organizaciones como Unicef, YMCA, Save the Children, A Ganar (Partners of the Americas) o Coaches Across Continents  son algunos de sus actuales clientes, que se hacen con lotes a precios menores de diecinueve dólares.
Además, con su plan ‘Buy one, give one’, One World Football Project dona un balón a una de las instituciones con las que trabaja por cada pelota comprada por un particular y cuyo precio es de 39.50 dólares. Se suma a todo ello el actual patrocinio que les brinda la compañía Chevrolet, que, entusiasmada con la idea, se ha comprometido a realizar una donación de un millón y medio de estos esféricos durante los próximos tres años.
Para un futuro próximo estos emprendedores tienen planes de desarrollo de pelotas para otros tipos de deportes. “La cuestión es llegar al mayor número de lugares desfavorecidos del planeta”, dice Jahningen. “La gran mayoría de los niños del mundo viven a merced de factores que escapan a su control.  Muy frecuentemente ni siquiera tienen agua potable que beber, ni pueden realizar más de una comida al día, ni pueden permitirse una asistencia normal al colegio, ni ropas y zapatos decentes: son cosas que se evaden de sus más remotas posibilidades”, añade. “Algo como un balón en esos casos significa un tesoro para su comunidad y lo es todo para ellos”, concluye.
Este creador cuenta que, para él, ver a un niño jugar con un World Football es algo “incomparable”, algo que tanto a él como a su equipo le genera “una alta dosis de vértigo” que nace de la concepción de una “simple idea”.  “Nuestros niños son el recurso natural más preciado del mundo, así es que invitamos a todos a contribuir en la mejora de sus vidas”, añade su socia.
Por el momento, la compañía de estos solidarios empresarios se pone a la cabeza del emprendimiento comprometido y responsable. Solo hacía falta componer un balón de un material que ya existía para marcar un gol por la escuadra a la pobreza.

Por Jaled Abdelrahim

Jaled Abdelrahim es periodista de ruta. Acaba de recorrer Latinoamérica en un VW del 2003. Se mueve solo para buscar buenas historias. De vez en cuando, hasta las encuentra.

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