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Una ciudad distópica, un mesías y unos arlequines: El Circo de los Muchachos

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Pinocho (B. Sharpsteen, H. Luske, 1940) siempre ha sido una película que, desde pequeño, me ha parecido traumatizante en muchos aspectos. Pero hay una secuencia concreta que encuentro especialmente terrorífica. Aquella en la que el muñeco, convertido en niño, es manipulado para acudir a una feria donde reina el libre albedrío, y los críos pueden obrar a su antojo, destrozándolo todo, hasta que se convierten en burros.

Quizás la fábula no llegó a tan alto escarmiento, pero la historia sobre lo que acabó sucediendo en Benposta, la Ciudad de los Muchachos, hace más de 60 años, guarda la misma vibra.

El asentamiento de unos cuantos chavales en una finca en las afueras de Orense en 1963, impulsado por el padre Jesús Silva, no es un capítulo que haya permanecido en secreto en la historia reciente de España, pero sí sorprende que sea uno de esos relatos que haya acabado enterrado por el ruido del día a día.

Ahora, un documental de cinco capítulos en Prime Video, dirigido por León Siminiani y producido por Vaca Films, resucita el episodio histórico más increíble que le podría haber sucedido a un municipio, e incluso a un país entero. La producción, que se estrena el próximo 22 de noviembre, cuenta con todos los elementos de los true crime de sectas (excepto un homicidio o, quizás, un suicidio colectivo) que tanto se emiten en las plataformas de streaming: desde un autoproclamado gurú hasta una comuna con rituales, pasando por un discurso propio y un dudoso juego entre la solidaridad y la manipulación.

Todo comenzó en una sala de cine. Ese lugar donde los sueños se vuelven realidad, y las distopías parecen posibles, el padre Silva, gran amante de las acrobacias y el deporte, vio la película La ciudad de los muchachos (N. Taurog, 1941), en la que Spencer Tracy acogía en una escuela a unos cuantos niños de infancia complicada.

Al cura se le iluminó la bombilla con semejante obra caritativa y quiso hacer exactamente lo mismo, pero a lo grande. En el bajo de la casa donde el religioso vivía con su adorada madre, formó una asociación juvenil, que acabó trasladándose a una finca de 200.000 metros cuadrados según iba acogiendo a más chavales desamparados.

Silva fundó Benposta (‘Bien puesta’), una ciudad regida por niños, con un proyecto educativo donde cabía una escuela con profesores, un banco con moneda propia, un canal de televisión y hasta un gobierno, formado únicamente por menores.

«Puro mensaje de paz»

Sin embargo, los intereses del cura parecían ir más allá de la utopía urbana. Su deseo real siempre pasó por formar un circo de jóvenes talentos, y así entrenó exigentemente a aquellos muchachos, que no tardaron demasiado en marcharse de gira artística. Ríete tú del Cirque du Soleil.

En 1966 montaron la primera carpa fuera de Galicia. La plaza Cataluña de Barcelona se engalanó para recibir al novedoso Circo de los Muchachos, cuya escuela circense se había financiado gracias al llamado trapabocha (recolecta de trapos, papel, botellas y chatarra). Les siguieron otras ciudades de España, y los jóvenes acróbatas llegaron a presentar su espectáculo hasta al Generalísimo y, más tarde, a la familia Real. Les siguió Portugal, Bélgica y Francia. En París actuaron en el Grand Palais, y en Nueva York, en el Madison Square Garden.

Si había un número circense que se diferenciase del resto, sin duda eran los icónicos arlequines. Jóvenes de todas las edades vestidos de blanco y negro, que formaban vistosas torres humanas, como si se tratasen de castellers catalanes. El numerito iba con segundas: además de entretener al público, transmitía la filosofía del padre Silva con su «mensaje de Dios», que también era recitado al comienzo de cada espectáculo.

La arquitectura de arlequines idealizaba un mundo en el que los fuertes resistiesen debajo, los débiles arriba, y encima de todos ellos se encontrasen los niños desprotegidos. Con el paso del tiempo, se comprobaría que aquella naíf doctrina se acabaría derrumbando como un castillo de naipes.

Los jóvenes payasos llegaron a dar la vuelta al mundo. El circo llegó desde Tokio hasta Brisbane. El documental de Siminiani recolecta las imágenes tomadas en cada punto del planeta en el que la carpa de los muchachos fue montada, con icónicas postales de los arlequines formando sus estructuras humanas frente algunos de los monumentos más reconocibles.

Silva, con sus delirios de grandeza, esperaba, además, rodar una película de ficción que acabó inacabada, que relatase la conquista de los niños sobre las guerras y la corrupción del mundo. «Puro mensaje de paz», como se cita en la serie.

Orense, hacia el Nuevo Milenio

Los problemas llegaron después de aquel fenómeno mediático internacional. ¿Qué sucede con los niños? Que acaban creciendo, y aquellos que se quedaron viviendo en Benposta notaron el trato preferente que se les daba a los que formaban parte de la comunidad del circo. Aunque la Ciudad estaba constituida por un alcalde y los delegados de distritos, el padre Silva y su influyente hermano, Jesús César «Pocholo», siempre formaron parte de una esfera superior, que supervisaba y guiaba el complejo a su voluntad.

Además, mientras las políticas de Benposta permanecían inmutables, el contexto social de los noventa y los 2000 había cambiado por completo. Muchos menos infantes estaban necesitados de becas o escolarización, y aunque algunos medios habían vendido el proyecto como una asociación implicada únicamente con huérfanos, lo cierto es que aquellos niños tenían sus padres.

Algunos de ellos, especialmente los de los chavales salvadoreños acogidos tras el huracán Mitch de 1998, solicitaron su regreso a su país de origen cuando los menores enviaron cartas hablando de las pésimas condiciones y el maltrato físico al que fueron expuestos en Galicia.

Solo tenía que soplar el viento para que aquellas primeras ascuas se volviesen un incendio. Los rumores de pedofilia y violencia en Benposta llegaron a propagarse, y aunque el padre Silva consiguió mantenerse alejado de ellos, el circo, con muchas menos representaciones, ya no salía lo suficientemente rentable.

Sobre los hombros del cura recaía otra lucha: la de parte de los terrenos sin edificar de Benposta, que habían sido cedidos a la Xunta de Galicia con el propósito de facilitar viviendas de protección oficial a las que pudiesen acceder los benposteños ya crecidos. Bajo el gobierno de Fraga, e impulsado el proyecto Ourense cara o novo milenio, los planes de construcción de residencias fueron suplantados por el traspaso del estadio de fútbol de Orense, situado en el centro de la ciudad, hacia las afueras.

Finalmente, el estadio se quedó en su sitio, y los pleitos legales sobre el terreno dieron lugar a una interesante pregunta: ¿de quién era Benposta realmente? Según el poético padre Silva, la Ciudad de los Muchachos era de todos los niños del mundo. Pero fue la asociación quien acabó quedándose con todos los terrenos tras varios vaivenes administrativos.

Hoy en día, pasear por Benposta es como transitar por un pueblo olvidado y en decadencia, donde apenas residen algunos de los antiguos muchachos. Sobre quién se quedó con el pueblo y cuál fue el legado del padre Silva tras su muerte, la docuserie de Siminiani guarda todavía un par de sorpresas.

El reto de narrar una historia tan compleja como esta no era sencillo. El Circo de los Muchachos opta por un formato ágil y sumamente entretenido, casi humorístico, en el que el montaje de imágenes y voces formulan un relato plural, con saltos en el tiempo.

Da la sensación de que transcurren más cosas en pantalla de las que la mente es capaz de retener, pero en la compactación de un viaje a través de la historia sociopolítica española reside una de las grandes proezas de la producción. Esa, y la de dar a conocer al público un capítulo muy concreto de la democracia española que no se estudia en los libros de historia, y que todavía hoy sigue sonando a la versión más improbable de Nunca Jamás.

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