El Comité de corrección política presenta la onceava reedición de Canción de Hielo y Fuego.
Juego de Tronos políticamente correcto
Este es uno de los fragmentos:
«Quiero ver a mi hermano», dice Cersei.
«¿El enano?», dice el criado.
«Por los dioses, no habléis así», dice Cersei controlando su enfado. «Mi hermano Tyrion está afectado por acondroplasia. Y sí, quiero hablar con él. Mi otro hermano no está en Desembarco del Rey». Espera jugueteando con las flores de su pelo, mirando al jardín.
«Querida hermana», dice Tyrion en cuanto entra.
«Disculpad mi tardanza. Me encontraba ocupado con una trabajadora sexual».
«Oh, Tyrion, los seres humanos no son mercancía», dice Cersei.
«No me siento orgulloso de ello. Es un comportamiento inadecuado, pero mañana comenzaré una terapia contra las adicciones sexuales».
Cersei suspira, aliviada.
«Te ofreceré apoyo en todo momento», dice Cersei, firme y serena. Después, cambia de registro: «¿Por qué no hacemos unas cupcakes y nos relajamos?».
Tyrion sonríe.
«Perfecto, George», dice el editor. «En esta escena has sabido plasmar los valores de una sociedad cívica: resolución del conflicto mediante el diálogo y condena a conductas inapropiadas. Pedagógica Cersei. Valiente decisión la de Tyrion».
«¿Crees que el Comité de Corrección Política pondrá pegas?», pregunta George, heredero del anterior George, el escritor.
«Hmmm, déjame leer otra vez… “Criado”. En su lugar, “trabajador doméstico”», dice el editor.
Es la enésima revisión de la saga literaria Canción de hielo y fuego siguiendo los criterios del Comité de Corrección Política. Las oficinas están en los sótanos del Departamento de Educación de los Estados Unidos.
El Comité revisa con celo cada libro, película y programa de televisión que será difundido al público. Tom Hammer, director general del Comité, explica el proceso a grandes rasgos:
«Llega un programa de televisión, por ejemplo, y un grupo de ciudadanos corrientes, voluntarios, lo visiona en una sala. Después, cada persona rellena un cuestionario con veinte, treinta preguntas. Queremos saber si algún espectador se sintió ofendido por alguna expresión o por el vestuario de la presentadora. Después, los técnicos del Comité envían un informe con sugerencias a los productores del programa».
Por otro lado, un grupo de funcionarios examina las redes sociales veinticuatro horas al día para recoger el descontento de los usuarios. Un tuit destacando algo inapropiado provoca la inmediata emisión de disculpas del Comité.
Hammer hincha pecho recordando que desde la creación del Comité no se ha colado un plano lascivo en la Super Bowl. «¡El directo es cosa del pasado!», dice Hammer con brillo en los ojos. Recuerda que el Comité fue creado atendiendo las peticiones de numerosas asociaciones de ciudadanos.
«La Administración no interviene en el comité ni sanciona ni censura a los creadores», dice Hammer. «Damos tirones de orejas, por así decirlo. Advertimos de las consecuencias legales y cómo afecta «lo incorrecto» al estado de ánimo de los ciudadanos. Realmente, nos comportamos como meros gestores».
Hammer recuerda que la tarea más difícil fue traducir Lolita de Nabokov a la corrección política.
«Fue un empeño personal del que me siento muy satisfecho. Ahora hay dos Lolitas: la del ciudadano ruso-americano Vladimir Nabokov y la edición Tom Hammer, favorita de los clubes de lectura del Tea Party». Hammer recita el comienzo:
«Lolita, ciudadana especialmente protegida por el Estado a causa de su minoría de edad. Lolita, adicción que precisa de intervención terapéutica. Era Lo, sencillamente. Lo por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura sin calzar, lo que significaba que permanecía dentro del percentil de talla y peso para su edad. (Ni anoréxica ni bulímica). Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero siempre era Lolita cuando la retenía entre mis brazos con intenciones censurables por la Ley, intenciones merecedora de privación de libertad y sanciones económicas».
«¿No es hermoso?», dice Hammer.
Parpadeo.
Hammer reconoce que la tarea no siempre es fácil: «Hay tantos grupos indignados contra esto o aquello, que es difícil contentar a todos». Me relata un caso en el que satisfaciendo a unos grupos se molestaba a otros.
Ustedes no tienen Comité, ¿verdad?», me pregunta.
«España no necesitamos Comité de Corrección Política», replico. «Cada español es un censor. Y la censura comienza por los propios autores».
FOMENTAR EL SENTIDO CRÍTICO, NO CENSURAR
No existe el Comité de Corrección Política, pero quién sabe.
La idea surge de mezclar dos hechos alejados en el tiempo, aunque no tanto. Por un lado, la presentación de un libro sobre los hombres en las series de televisión españolas. Las autoras, dos profesoras universitarias, concluyeron que la mayoría de los hombres de ficción eran machistas. Por esto, pretendían enviar un conjunto de normas a los productoras. Una de las profesoras lamentó que la Asociación de Guionistas de los Estados Unidos escogiera Los Soprano como la mejor serie de la historia.
«Una serie carente de valores, con un protagonista machista, homófobo, xenófobo, violento», dijo.
¿Acaso la historia sobre Tony Soprano podría desarrollarse como un capítulo de Peppa Pig? Se debe apostar por fomentar el sentido crítico de los espectadores en lugar de ofrecer contenidos mojigatos.
Primero, los espectadores deberían decir:
«Joder, Breaking Bad es la leche».
Después:
«Walter White hizo cosas que no debía».
La censura persiste. En otros tiempos, la moral; ahora, lo políticamente correcto. (Para irritación de los censores modernos, coinciden con los de antes en los mismos temas, aunque por diferentes motivos).
LA VOZ INTERIOR NO PUEDE SER «CORRECTA»
El segundo acontecimiento tiene que ver con relatos de unos desconocidos jóvenes literatos. Relatos pasados por el filtro de la corrección política. Aquí un fragmento, de invención propia, como ejemplo:
«Madrid despierta. Tengo frío y los guantes rotos. En la parada de autobús había un afroamericano dormitando en un banco. Una mujer obesa leía de pie un diario gratuito. Un invidente del brazo de una mujer de la tercera edad».
¿Afroamericano, obesa, invidente, tercera edad? Hay miedo a escribir.
Además, es un grave error en la construcción: el texto está en primera persona, y nadie guarda la «corrección política» cuando piensa.
¿Cómo sabe el protagonista que el hombre es afroamericano, por ejemplo? Escuchamos esta palabra en el cine de los Estados Unidos; una convención para hacer referencia a las personas de raza negra que viven en aquel país. El hombre del banco del metro de Madrid podría ser cubano, africano, afroeuropeo… El autor no es omnisciente. Una frase acorde con la voz interior sería:
«Había un negro dormitando en un banco. Una gorda leía de pie un diario gratuito. Un ciego del brazo de una anciana [vieja]».
Por otro lado, ni la palabra «negro» ni la palabra «gorda» ni «ciego» ni «vieja» son por sí solas ofensivas: son rápidas descripciones.
Palabras de uso común en el lenguaje oral. Quienes las emplean no pretenden insultar a los personajes aludidos: pintan una escena. La ofensa estaría en el tono o el añadido de adjetivos degradantes. Sin embargo, algunos jóvenes literatos consideran que negro y gorda, ciega y vieja ofenden puestas por escrito. Se equivocan. Son cuatro palabras, pero en estos relatos hay más; todas sacadas de discursos institucionales o convencionalismos de las redes sociales.
Miedo, mucho miedo.
Una voz interior no debe sonar como un político leyendo un comunicado oficial: es antinatural, carece de estética, una estafa para el público. El oficio del novelista y del guionista consiste en meter al espectador en la cabeza del criminal, del tarado, del idiota, del depravado… Sin filtros.
Igualmente, el escritor debe procurar que los personajes dialoguen entre sí como son, en lugar de buscar el aplauso de los sensibles y de los censores. ¿Gustaría Juego de Tronos con personajes políticamente correctos? ¿Y Los Soprano y tantas otras obras de ficción?
La tarea del escritor es describir el mundo como es, no como gustaría a los censores.