Dicen los que habitan en Islandia que la poesía está en sus paisajes naturales. No es de extrañar entonces que un país tan pequeño sea tan prolífico en literatura y lírica, y tan leal al folclore y la mitología. Pero en los últimos 30 años ha dejado de ser un lugar inmaculado. Ahora es el ejemplo más sólido del coste social y ecológico que conlleva la prosperidad económica.
Andri Snaer Magnason es uno de los contadores de historias más reconocidos en el país de Bjork y Sjón. Hace seis años dejó de lado ficción y poesía para abordar un hecho real en “Dreamland”, el ensayo conocido como “un manual de autoayuda para una nación asustada”. Su texto despertó un debate nacional que aún se mantiene vivo. También puso en jaque a un gobierno local que había estrechado demasiados lazos con la Administración de George Bush Jr.
Durante su participación ayer domingo en el Festival NordWind alemán, donde se celebra la creatividad de los países nórdicos y bálticos, Magnason recordó cómo su país a punto estuvo de convertirse en un mero alojamiento de fábricas de aluminio. El microcosmos Islandés es para él una suerte de laboratorio humano cuya experiencia se puede extrapolar a cualquier otro lugar del mundo. De hecho, advierte, la misma empresa que desembarcó en su país fija ahora sus miras en Groenlandia.
No hace tanto Finlandia era tan pura que en su día el protocolo de Kyoto le permitió contaminar un poco más de los que lo hacía. Se convirtió en un paraíso para aquellos que veían en el agua de sus ríos un enorme caudal de energía que poder facturar a otros países o con los que suministrar a gigantescas factorías. “Entre los pocos temas a tratar durante los encuentros de nuestro Gobierno con Bush estaba el de mantener abierta una base militar que apenas se usa desde la Guerra Fría”, apunta el escritor, para ilustrar els entido que había tomado la política islandesa.
Cuando salió “Dreamland” al mercado, la fábrica de Alcoa -principal productora de aluminio del mundo- ya llevaba años explotando los recursos naturales de la isla. “Una sola planta de producción necesita un tercio de energía que emplean ciudades como Madrid o Berlín -explica el autor-. A cambio se aportaban 2.000 millones de dólares de riqueza al país y puestos de trabajo asegurados de por vida con la esperanza de que empresas como Alcoa multiplicarán su presencia exponencialmente en los siguientes años».
Para parte de la población islandesa, genuinamente preocupada por el futuro del país, la industrialización ayudaba a afrontar los problemas de una sociedad eminentemente marítima en donde la cuota de pesca estaba controlada por un número reducido de empresas privadas, explicaba en 2008 Marguerite Del Giudice en National Geographic. El problema era la contrapartida que escondía esos acuerdos, que muchos desconocían.
En la teoría de la pirámide que explica en su libro, Magnason denuncia que este tipo de proyectos faraónicos son adictivos y no conocen límites. Finalmente Islandia ha sido uno de los países europeos más castigados por la crisis económica, pero en este tiempo su ensayo, un espectacular éxito de ventas, se ha convertido también en un documental dirigido por él mismo y ha conseguido cambiar de un modo considerable la política energética de su país, aunque el problema aún no esté del todo resuelto.
“En un viaje a China – donde ha ido a parar la mitad de todo el aluminio producido durante la última década – quise comprobar dónde había terminado todo el sacrificio islandés durante esos años por culpa de esta explotación. Lo que encontré fue un océano de edificios de viviendas vacíos”.
En cierto modo Magnason siempre había sido un activista. Nacido en 1973 y criado en una zona residencial de Reykjavik, poco conocía durante su juventud esa poética natural de Islandia. El capitalismo ya había afeado el entorno de su barrio, lleno de aparcamientos masivos “nada inspiradores para un veinteañero con aspiraciones literarias”, recuerda. Decidió escribir poesía de supermercado, inspirándose en los productos que podía encontrar en Bonus, la cadena de establecimientos líder del país. Las recopiló, puso el antiestético logotipo de la empresa en la portada y presentó el mansucrito a su dueño, unos de esos millonarios que terminaron arruinados con el estallido de la burbuja y al que lo primero que le gustó fue precisamente la portada.
Aceptó que se vendiera el libro en sus tiendas y “Bonus poetry” se convirtió en un bestseller. “Fue divertido que no captaran la ironía de la propuesta, lo malo es que se instauró la idea de que la poesía patrocinada iba a ser el futuro de las letras”.
Así que, “como el único modo de ser leal al lector es traicionando al lector” viró hacia la literatura infantil, tras leer en in cómic de su hijo cómo Winnie The Pooh renunciaba a comerse un pez y lo devolvía al mar para al final cambiarlo por un perrito caliente.
En “La historia del Planeta azul” un hombre llega a un mundo poblado por niños con la intención de mejorar el sol o las nubes, pero los niños consideran que s mundo no tiene ningún problema. “Después de escribir una novela de ciencia-ficción para un público adulto decidí que era momento de abandonar la ficción y pensé en “Dreamland”.
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