Explicar qué es 100×10 es tarea complicada. O, en realidad, muy sencilla porque su esencia se amolda a muchas definiciones. Casi todas tienen que ver con la arquitectura. Lo bueno, es que amplían la riqueza del término hasta invadir otros territorios que ayudan a redefinirla. «Somos partidarios y fervientes admiradores de divorcios, casamientos, relaciones extramatrimoniales, orgías, exploraciones y excursiones», dicen. De esa manera, no paran de hacer eso, arquitectura.
La cosa comenzó como suelen empezar estos asuntos: en torno a una mesa y con la cerveza corriendo como el mar en un tsunami. «Nos unía la invitación de la profesora Atxu Amann para actuar como hermanos mayores de sus estudiantes de primero de carrera en el concurso Sika 2010″, cuentan por email Borja, Javi, Malu y Ioannes, sus integrantes. «Nos pusimos a proyectar como locos el Centro de Tecnificación 2011, que consistía en un espacio temporal de 240 horas para potenciar habilidades básicas del arquitecto/a partir de los talentos y rarezas naturales. Esto ocurría mediante estrategias de acción-reflexión continua en un entorno natural no susceptible de ser lugarizado, sin cobertura de móvil ni internet. Era pura táctica de acción. 100 acciones en 10 días«, explican. Vieron que no eran los únicos locos, que no perdían dinero y decidieron seguir dando rienda suelta a la experimentación.
Vienen a ser como una especie de El Equipo A de la arquitectura de guerrilla. «100×10 es un comando de operaciones especiales. Cuando hay poco tiempo, se necesita un gran impacto, en un territorio peligroso y con pocos recursos, nos llaman». Ahora están volcados en proporcionar una experiencia pedagógica innovadora y estimulante a través de sus propuestas. «Nos une un compromiso total con la misión y su entorno, el incansable esfuerzo por trabajar en grupos muy grandes y la participación de todas las personas preocupadas por el modo en que aprendemos», señalan.
100×10 es uno de los nombres que, junto a otros colectivos como Basurama, n’UNDO, Paisaje Transversal o PKMN, están contribuyendo a redefinir la arquitectura y a replantear su papel en un modelo productivo en clara decadencia. Huyen de definir en frío tanto a la arquitectura como a la construcción, pero están convencidos de que «no debería haber más arquitectura ni más construcción entendidas como hasta ahora». «Enfocamos nuestras intervenciones en la manera en la que pensamos la arquitectura, la construcción o cualquier otra cosa relacionada con el proyectar: publicidad, marketing, empresa, diseño, etc. No tenemos una visión clara de estos conceptos sino que nos interesa lo que tienen detrás. Nos interesa cómo las pensamos», dicen.
Para este grupo de arquitectos se hace primordial que sea el indivíduo, el ciudadano, el que esté preparado para ser crítico y autocrítico con los procesos que se desarrollan a su alrededor. «Es necesario no establecer recetas prescriptivas sino estímulos. Cada estrategia urbana es pura táctica; se ha de cultivar la actitud de aprender en una acción continuada, en un ambiente a veces no identificable que hace malabarismos entre la provocación y la complicidad», explican.
Cómo ve 100×10 la relación del ciudadano con la ciudad
Cada cual sabe leer y extraer lo que necesita en cada momento. Si algo debe permitir la ciudad, es la posibilidad de comunicarse de manera diferente con uno mismo y con los demás. La costumbre y el entorno conocido suponen taras que condicionan, coartan, limitan y orientan el criterio, las opiniones, las acciones y las reflexiones. Podría decirse que lo conocido homogeneiza a todos aquellos que participan de ese teatro de la cotidianeidad. Impide las lecturas alternativas, las acciones no convencionales, las reflexiones transversales y nos acerca a la mediocridad. Así, lo que cada uno necesita y quiere, queda diluido en ese quehacer diario.
En la ciudad no debiera haber domadores ni domados, solo ciudades y ciudadanos expertos que conviertan las legítimas rarezas de cada uno en habilidades especiales y diversas. No hay ciudadanos de primera ni de segunda, ni tan siquiera personas, sino individuos que toman posiciones en un mundo inestable que no te deja que sean fijas. Un mismo individuo puede estar en infinitas posiciones en diferentes tiempos limitados. La posición de los implicados en la ciudad es extrema, la transmisión de información debe ser rápida, deben ser infinitos individuos en infinitas posiciones, deben ser capaces de pensar como astrónomos, médicos, arquitectos, camareros o biólogos.
Ya no existen las conclusiones. Las ciudades, concretamente como arquitectura, radican en la afirmación de que la arquitectura es sobre todo una actitud y lo arquitectónico es todo. Cómo infectar a los futuros ciudadanos con una actitud cuando todos nosotros somos constantemente vacunados contra todo aquello que suponga construcciones mentales más allá del puro utilitarismo y del adormilamiento producido por el día a día.
El contagio en el aprendizaje, se produce finalmente por contacto, trabajando conjuntamente, pero igualmente de manera cuasi azarosa, probabilística, caótica. No en sí porque no responda a criterios definidos, sino porque no somos capaces de medirlo, cuantificarlo porque la única evaluación la hace el que lo recibe.
Creemos que una ciudad debe ser el marco donde pueda ocurrir todo esto.