Hacer una mesa de madera no supone utilizar la madera que ocupará la mesa. Supone la madera de la mesa y sus restos. Lo mismo en el caso de las cajas, el de las sillas, el de los armarios, el de las camas y el de las estanterías del baño. Cada tablón que se corta para formar las piezas conlleva un trocito inutilizado. Apenas una piecita que tras la última serrada suena ¡clas!, en el suelo, y que ni siquiera se merece que miremos su caída. Acabará en la basura. Junto a todo ese montón de piecitas más que, juntas, podrían suponer bosques enteros.
Marco Antonio Arreguin, un artesano autodidacta de Querétaro (Mexico), siempre fue a contracorriente en esto de la filosofía del desecho. Él, de siempre y por inercia aprovechaba cosas utilizadas para darles una segunda vida.
La ropa usada. Los vidrios, macetas… Un día una película le abrió un nuevo mundo en esto de reinventar basura. Las fábricas tiraban, por supuestamente inútiles, miles y miles de pedazos de madera.
Allá que fue en su rescate. Diminutos desperdicios producto del embalaje industrial y la construcción eran una fuente perfecta para hacer figuritas y objetos. Al principio solo por hobby. Pero ya cansado de unos cuantos oficios de poco dinero y menos ganas, se le ocurrió que aquella afición suya podría ser un negocio rentable, ecológico, y con una materia prima inagotable. Si nadie quería los cachitos que sobraban, él sí. Se convertiría en algo así como una Madre Teresa de Calcuta de los trocitos de madera olvidados. Nacía su proyecto Chichimecan, la tiendita de los desperdicios.
«Yo no tengo formación de artesano», reconoce, «pero con el tiempo y práctica las maderas fueron revelando formas y posibilidades ocultas, hasta lograr piezas que gustaban mucho a mis conocidos». Al final se ve que agarró el truco a la técnica. Hace siete meses que decidió abandonarlo todo para dedicarse por entero a su nuevo trabajo como artesano del sobrante, que gestiona a través de su página de Facebook.
«Existe una necesidad de darle una utilidad práctica a todos esos desperdicios que generamos y acaban en la basura», pone de relieve el lado verde de su idea; «es emprendimiento ecológico, una manera de hacer artesanía y un negocio con la máxima preocupación por la naturaleza».
Lámparas, boles, cajas, joyeros…, para Arreguin cada cadáver de palo que sale de fábrica es un ornamento en bruto que pide ser reutilizado. Puliéndolo un poco, él saca de allí algo. Para poder seguir haciéndolo solicita a través de crowdfunding ayudas para comprar herramientas a cambio de piezas de su última colección de pedazos, De Cuadritos.
Al final resulta que con lo que sobraba de la mesa podíamos construir todas las cosas que después posaremos sobre ella. Arreguin está dispuesto a poner su negocio, y cada uno de las maderitas que pasan por sus manos, en la caja de ahorro de bosques con beneficio a la madre Tierra. ¿Y si todos hiciéramos eso?