En la tercera película del agente secreto James Bond, Sean Connery se enfrenta a Auric Goldfinger, un contrabandista de oro con un nombre muy apropiado. Auric tiene el plan secreto de atracar Fort Knox, las reservas del metal precioso de EEUU. Siendo el almacén de oro más grande del planeta, Goldfinger se convertiría en el poseedor de una parte sustancial de todo el áureo elemento. Antohny Ward, el protagonista de esta historia, hizo lo mismo con el cacao, llegando a poseer un increíble 7% de la producción mundial. Así se ganó su apodo en los ambientes del dinero: Chocfinger, el dedo de chocolate.
Ward fundó su fondo de inversión, Armajaro, en 1998. Especializado en productos básicos, Chocfinger habia fraguado su interés por el cacao a finales de los años 80, cuando la francesa Sucres et Denrées y la británica Phibro se enzarzaron en una lucha por el control de la oferta en el contexto de inestabilidad que vivían en gran parte de las regiones productoras como Costa de Marfil.
Vinculado a Phibro, Chocfinger aprendió en esos años que la especulación con cacao podía dar mucho dinero. Pero en 1996 comprendió que también podía producirte grandes pérdidas. El entonces encargado de esta materia prima en Phibro acaparó 300.000 toneladas de cacao pensando que la cosecha en Costa de Marfil iba a ser escasa y el precio subiría. Cuando los cultivos emergieron frondosos y plenos, Phibro sufrió grandes pérdidas. Esto no desanimó a Chocfinger, que tras fundar Armajaro se lanzó a repetir la operación en varias ocasiones.
Para poder predecir bien las cosechas, su compañía se afanó en tener información de primera mano. Instaló estaciones meteorológicas en Ghana y Costa de Marfil. Contrató a expertos en clima. Y en 2002 volvió a apostar, comprando futuros por 148.000 toneladas de cacao. La primera guerra civil de Costa de Marfil, que entonces producía el 40% del cacao mundial, ayudó a Ward y el precio de la tonelada subió de 1.000 libras en enero de 2002 a 1.600 en octubre. La prensa reporta que ganó 40 millones de libras esterlinas en la operación.
Pero su salto a la fama llegó en 2010, cuando subió otra vez la apuesta, solo que esta vez hasta los 241.000 toneladas de granos de cacao. Su compra contribuyó a que el producto alcanzase su mayor precio en 33 años, 2.732 libras por tonelada. Poco antes, había avisado de sus intenciones en el Financial Times:
«El mundo no va a quedarse sin cacao, pero tendrá que pagar más para conseguir los granos adecuados».
Increíblemente en el mundo de los productos básicos, donde se trata de vender y comprar futuros y opciones, Ward decidió en esta ocasión quedarse con las miles de toneladas, almacenándolas en Ámsterdam, Antwerp, Felixstowe, Hamburgo, Rotterdam… Fue la mayor entrega de granos en 14 años, un 7% de la producción mundial, y algunos fabricantes protestaron por el acto especulativo.
A los tres años, en 2013, el precio del cacao volvió a subir impulsado por las malas cosechas en Sierra Leona. ¿Buenas noticias para Chocfinger y Armajaro? Parecería que sí, ya que sus beneficios suelen venir de este tipo de situaciones, pero a finales de ese año, el brazo inversor de Armajaro fue comprado a precio de saldo por Ecom Agroindustrial, uno de sus rivales. ¿Cómo fue posible?
John Lancaster, el escritor convertido en divulgador de la economía, explica que si un operador no controla los costes, las cosas pueden ponerse feas. Además, si se tiene una cantidad muy grande de algo y se planea venderla, lo normal es cercar la posición para ganar dinero también si el mercado se mueve en contra. Si los cálculos no son correctos y los precios sobrepasan los límites, se puede perder mucho dinero.
En el caso de Chocfinger, 7,6 millones de dólares en pérdidas le costaron esta parte de su imperio.
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