En la última esquinita de unas colinas del noreste italiano, en la región del Veneto, entre la frontera austriaca y el curso del Po, existe un pequeño pueblito llamado Borso del Grappa cercado por la silueta de montañas de fuste milenario que suenan a melodía de los arroyos que las serpentean. De allí, de ese lugar, es de donde salen unos pequeños seres con cuerpo de planta y piernas de cerámica que emigran de esa aldea para sembrar diseño por el planeta.
Italo Bosa fue el primer culpable del nacimiento de estos seres allá por el 1976. Fue en esa fecha cuando este ceramista escogió aquel recóndito lugar para moldear su barro y desarrollar su empresa, Bosa, actualmente reconocida a nivel mundial. El viejo artesano pensó que «la tradicionalidad de la cerámica de Bassano de ese sitio», mezclado con «el espíritu cosmopolita de la cultura veneciana (capital de la región de Veneto)» que llegaba hasta las faldas de esos cerros, podrían convertir el enclave en el lugar perfecto para empadronar su firma y desarrollar trabajos pioneros «en innovación y calidad» alfarera, explica Daniela, hija del maestro, que se incorporó junto al resto de la familia a esta compañía de apellido. En esta ocasión, el diseñador Matteo Cibic fue el elegido para gestar su nueva colección de lámparas y maceteros andarines. «Se llama Domsai Collection», pone nombre a estos seres descabezados la descendiente del fundador.
«Las hacemos llegar a cualquier lugar del mundo desde donde nos las pidan», esgrime. «Los objetos y accesorios de cerámica que nosotros creamos son únicos no solo por su elaboración y nuestra experiencia, sino porque siempre trabajamos en la incesante experimentación con el potencial de la cerámica. Nuestro objetivo es transformar las formas convencionales en nuevas interpretaciones, con nuevas funciones, y en mundos fantásticos».
Bosa, una de las empresas líderes en cerámica de diseño italiana, tiene presente que «la investigación y la innovación» son los puntos clave de su marca. Por eso siempre se marcan retos que supongan hacer «figuras imposibles», «moldes de gran tamaño», o cualquier otra cosa que consiga, según Daniela, «compartir el talento y los procesos de diseño de los jóvenes diseñadores europeos con los que trabajamos a través de una experimentación, que supone llevar estos nuevos lenguajes al mercado de lujo al que hemos accedido gracias precisamente a este tipo de trabajo».
Además de Cibic y su colección de lámparas y plantas con patas, «con su propia alma y personalidad», añade la vocera, Bosa ya ha trabajado con decenas de diseñadores emergentes que han dado forma a sus colecciones. En al menos medio centenar de países, en los que están presentes, los compradores se han interesado por la comercialización de la marca, y también tienen una lista de museos en su agenda de contactos que han valorado más su inspiración artística que su funcionalidad industrial.
«La meta es que nuestra marca al final resulte singular», culmina Daniela, cuando ella define la línea de las lámparas de esta colección utiliza las palabras «color», «únicas» y «felicidad».
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