La II Guerra Mundial está llena de referencias mágicas y esotéricas por ambos bandos. Los nazis buscaban la fuerza en ritos paganos y en objetos como la lanza de Longinos. Hasta Himmler fue a buscar el Santo Grial a la abadía de Montserrat. Los aliados, por su parte, deben su triunfo en la contienda a los desvelos del mayor mago del siglo XX: Aleister Crowley.
En mayo de 1945, cayó Berlín. Hitler se suicidó en el búnker de la cancillería y, poco después, se subió a un submarino y zarpó junto a Bormann con destino a Argentina.
El 15 de agosto el emperador de Japón dejó de ser una divinidad y se rindió a los aliados.
Finalmente, el 2 de septiembre de 1945, seis años y un día después de la invasión de Polonia por las tropas nazis, concluía la II Guerra Mundial oficialmente.
La victoria, sin embargo, no fue fruto de las bombas atómicas, ni de la garra del ejército rojo, ni del crudo invierno, sino de las artes ocultistas del mago inglés Aleister Crowley, que pasó de ser «La Gran Bestia» a liberar Europa del horror nazi.
Que el poder y la magia caminen de la mano no es algo novedoso. Ya en las cavernas se conjuraba a las fuerzas desconocidas para que las expediciones de caza fueran un éxito pintando mamuts y gente desnuda en las paredes como si fueran las puertas de las letrinas un cuartel. Los augures escrutaban las vísceras de animales y leían el vuelo de los pájaros antes de que las legiones romanas entrasen en batalla.
En la época moderna, Rasputín fue el protegido de la zarina por sus grandes dotes, José López Rega fue el brujo de Juan Domingo Perón y la bruja Adelina aconsejó durante décadas al molt honorable Jordi Pujol cómo gobernar la Generalitat, dónde invertir los monises o cómo le iba a ir judicialmente lo de Banca Catalana.
Ni los nazis ni los aliados iban a ser una excepción. Los primeros tienen una historia repleta de esoterismo que se remonta al mito de los Nibelungos, pasa por las runas, los ritos paganos en el castillo de Wewelsburg, la búsqueda de elementos mágicos y llega hasta el punto de inspirarse en grandes magos para aumentar su poder, como Madame Blavatsky o el mentalista Hanussen. Los aliados tenían a Aleister Crowley.
Nacido en 1895 en Inglaterra, en el seno de una familia acomodada, Crowley fue poeta, ensayista, pintor y librepensador que encontró en la magia la vía perfecta para explorar formas de vida más libres de las defendidas por la Inglaterra victoriana, especialmente en lo relativo al sexo, la organización social, la vida familiar y el consumo de estupefacientes.
Huérfano desde muy joven, heredó una fortuna que, a pesar de lo sustanciosa, nunca fue suficiente para sufragar su modo de vida poco convencional. Como muchos de los jóvenes de su clase, cursó estudios en Cambridge y entro a formar parte de la Golden Dawn, organización secreta de la que también formaba parte del poeta William Butler Yeats, pero la abandonó para formar su propia orden: Ordo Templi Orientis (O.T.O.)
De su etapa de estudiante data su afición por el ajedrez, la egiptología, el yoga, las drogas y la escalada, siendo uno de los primeros expedicionarios que intentaron escalar las cumbres del Himalaya a pulmón. En su búsqueda de antiguas culturas, Crowley viajó por casi todo el mundo, visitando las colonias inglesas, buena parte de Sudamérica y casi toda Europa, incluida España y Portugal, donde coincidió con Fernando Pessoa.
El escritor portugués, que había sido educado en Sudáfrica y era angloparlante, había establecido una buena relación epistolar con Crowley desde que un día el portugués le escribiera para corregirle uno de sus horóscopos. Sin embargo, cuenta la leyenda que, atemorizado por la visita de Crowley a Lisboa, Pessoa llegó a desear que se frustrase el viaje. El mal estado de la mar a punto estuvo de conseguirlo. Cuando llegó a puerto, Crowley le reprocharía al portugués que le hubiera mandado esas tormentas para dificultar su llegada y le amonestó porque esas actitudes beligerantes no son propias de magos amigos. La amistad no se resentiría por esa anécdota y, posteriormente, Pessoa lo ayudaría a abandonar Portugal huyendo de sus acreedores fingiendo un suicidio por amor.
A principios de los años 20 del siglo XX, Crowley se estableció en Cefalú (Sicilia) en la que fundaría su Abadía de Thelema. Una comuna esotérica basada en el Gargantúa y Pantagruel de Rabelais, y en la que puso en práctica las enseñanzas vertidas en su Libro de la ley. Su máxima era «Haz lo que tú quieras», frase también de Rabelais, a la que él añadió «Esa será la única ley».
En Cefalú volvería a experimentar la intransigencia de sus coetáneos. A los nativos les podía resultar extraño que en la abadía se realizasen fiestas, encantamientos, conjuros, se anduviera con extraños ropajes o sin ellos o se practicase el yoga. A las autoridades, sin embargo, les parecía inaceptable. Cuando Mussolini subió al poder, la situación se volvió insostenible. En 1923, Crowley fue acosado y conminado por los camisas negras a abandonar la isla, aprovechando como excusa la muerte accidental de uno de sus acólitos por ingerir agua no potable.
En un primer momento, la figura de Adolf Hitler pasó desapercibida para Aleister Crowley. Y como en el caso de Mussolini, solo reparó en él cuando las leyes le impidieron desarrollar su vida como el deseaba. Si los fascistas italianos lo expulsaron de Sicilia, los nazis prohibieron la sección alemana de O.T.O. y no permitieron que se imprimieran más traducciones de sus libros, con la consecuencia merma económica para las arcas del mago.
A pesar de este desinterés por Hitler, el oculista inglés detectó en el alemán elementos y símbolos que no eran azarosos desde el punto de vista de la magia. Crowley llegaría a definir a Hitler como un mago negro por el uso que hacía de signos como la esvástica. Esta cruz, de origen hindú y que simbolizaba el movimiento del sol, en el caso de los nazis estaba invertida. Sus aspas giraban en sentido contrario y su significado original, por tanto, se pervertía, pasando de ser una cruz positiva a una cruz negativa.
Consciente del peligro nazi, con el tiempo Crowley abandonó su apatía y comenzó a tomar partido en la guerra. En 1939 escribió el poema propagandístico England, stand fast!, que posteriormente incorporaría a una obra más ambiciosa titulada Thumbs up! Pero su mayor aportación fue el establecimiento de la “V” como símbolo de la Victoria y, en consecuencia, único elemento capaz de parar a Hitler en el campo esóterico.
Aunque el mérito se lo quiso atribuir Victor de Lavaleye –miembro del gobierno Belga que en una alocución de la BBC propuso que se cambiasen las siglas de la R.A.F por la V, que era la inicial de Victoria en todas las lenguas europeas–, fue Crowley el primero que enunció los poderes mágicos de dicha letra.
El mago, pionero de la comunicación no verbal, siempre sostuvo que hacer determinados movimientos o posiciones con el cuerpo provocaba un efecto mágico sobre los demás y, ya en 1939, había aparecido en una fotografía haciendo la V con los dedos. Además, cuando alcanzó el grado de Magister Templi cambió su firma por la de V.V.V.V.V.
Entre otros muchos razonamientos, Crowley pensaba que la V era la letra capaz de trabar las aspas de la esvástica y detenerla. Así se lo hizo saber a Winston Churchill quien, a partir de entonces, aparecería en infinidad de fotografías haciendo la V de la victoria. Lo demás es historia. La esvástica dejó de girar y los aliados vencieron la Guerra Mundial.
En 2012 corrió por las redes una imagen de Barack Obama en la que lucía una camiseta con una imagen de Aleister Crowley. Tras el revuelo inicial, se demostró que era un fake pero bien podría haber sido una forma de agradecerle al ocultista su colaboración en la Guerra. De no ser por él, en la actualidad el retrato de Adolf Hitler muy posiblemente aparecería en los billetes de cien dólares.
Más acertados estuvieron The Beatles, que incluyeron su rostro en la portada del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, pero la censura británica de la época obligó que, durante unos cuantos años, fuera borrada en las ediciones posteriores.
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