Dice la RAE que pelar la pava es: «Conversar los enamorados; el hombre desde la calle, y la mujer, asomada a una reja o balcón». Así de soso. No es nadie la Academia quitando romanticismo al tema.
Porque la definición es objetiva, qué duda cabe, y aséptica. Pero qué triste, ¿no? Le quita toda la gracia al asunto. Con lo bonito que es imaginarse a la parejita lanzándose miraditas tiernas… con sonrisilla idiota… cogiéndose de la manita… Esas cosas cursis, ya sabéis, que son pasteladas cuando se observan desde fuera, pero que cuando estás dentro te parecen… igual de pasteladas, ¡qué porras! Porque los hombres y mujeres de hoy en día no pelamos la pava, no. Vamos un poquito más deprisa.
El dicho proviene de Andalucía y esa imagen costumbrista que coloca al pretendiente vestido con sombrero cordobés junto a la reja de la cortejada, vestida ella con moño, peineta, faralaes y clavel –rojo, a ser posible- adornando el pelo.
Cuenta la historieta que una dueña le pidió a su criada (en versión del folclorista Luis Montoto. Si acudimos a la versión de Néstor Luján, son una madre y su hija) que matase y pelase una pava para celebrar la fiesta del día siguiente. Y la criada se fue a la reja a pelarla porque allí le esperaba su novio para decirle cositas tiernas. Como la criada tardaba demasiado en venir, la dueña le gritó desde dentro:
– ¡Chiquilla! ¿No vienes?
Y la criada contestó:
– ¡Voy, señora, que es que estoy pelando la pava!
Y vuelta a tontear con el galán. Y al cabo de un rato, la dueña volvió a llamar:
– ¡Muchacha! ¿Por qué tardas tanto?
– ¡Porque estoy pelando la pava, señora!
Eso es lo que cuentan los relatos costumbristas. Pero según otras versiones, como la que da el barón Charles Davillier en su Viaje por España (1875), se dice más que por la acción, porque «la actitud del cortejante, su guitarra o mandolina en mano, ofrece algún parecido con la de una persona que tuviera una pava en su mano izquierda y la estuviera pelando con la derecha. Esta operación necesita, en efecto, movimientos repetidos que no dejan de tener cierto parecido con los de un guitarrero pellizcando o rasgueando las cuerdas de su instrumento». Sin embargo, a José María Iribarren no le convence mucho la explicación.
Lo cierto es que actualmente, sobre todo en boca de jóvenes, además de aludir al cortejo más o menos romántico, se dice también de alguien que pasa el rato sin provecho, o por decirlo de una manera más llana, tocándose las narices. Si ese «sin provecho» se refiere al modo de ligar de nuestros abuelos, es posible que razón no les falte. Porque en los tiempos actuales del rave y el reggaeton, todo lo que no sea follar a primera vista es perder el tiempo.
Fuente: ‘El porqué de los dichos’, de José María Iribarren
El origen de los dichos: Pelar la pava
