«Antes podías sentarte en el banco tranquilamente a leer, pensar… sin molestar ni agobiar a nadie. Ahora solo puedes permanecer un instante para hacerte la foto y dejar paso al siguiente». Son palabras de Paloma, y el asiento al que hace referencia es el afamado banco de Loiba, en Ortigueira, La Coruña.
«The best bank of the world» —traducido erróneamente como «El mejor banco del mundo»— es un claro ejemplo del disparatado turismo en la era de internet. Una fotografía de un prestigioso concurso y una campaña de Ikea han conseguido que un sencillo banco con unas vistas privilegiadas, donde Paloma solía ir a leer un libro o escuchar música, se convierta en una auténtica atracción. Hasta aquí llegan autobuses de turistas que esperan de forma ordenada su turno.
Una fila india organizada por dos guardias de seguridad que controlan el tiempo disponible para cada foto. Muy cerca de este banco se encuentra otro similar, con vistas parecidas, pero no, «ese no es el famoso». «Era raro si coincidías con más de cinco personas allí, todo un lujo. Pero desde que salió en el anuncio de Ikea y apareció la famosa foto, la cosa ha cambiado mucho». «Lo peor, según mi punto de vista, es que esa masificación hace que el entorno pueda estropearse, ya que la gente no respeta nada», termina diciéndome Paloma.
El turismo es como la canción del verano: a base de escucharla en las grandes emisoras pasa de ser una simple canción a un auténtico hit que provoca que de manera inconsciente nuestro cuerpo se mueva y, sin quererlo, sepamos tararearla. Son muchos los lugares que han pasado desapercibidos a la hora de preparar una ruta. Ha bastado una foto, una película o una serie de TV para que se conviertan en imprescindibles, aunque quizá ya sea demasiado tarde. Es difícil que esos lugares vuelvan a ser los mismos.
Siempre pongo el mismo ejemplo. A principios del año 2000 recorrí la isla de Irlanda en coche. Por aquella época no había blogs. La única manera de preparar el itinerario era gracias a unos pocos foros de viaje. No existía tanta fuente de información como tenemos ahora. Habíamos dejado atrás la República de Irlanda y nos adentrábamos en Irlanda del Norte. De repente, y sin buscarlo, nos encontrábamos ante una de las carreteras más bellas del mundo.
Fueron muchas las fotos que pudimos realizar tirados en mitad de la calzada. Durante más de veinte minutos no pasó ningún vehículo que nos impidiera buscar el encuadre perfecto. Nunca supimos su nombre ni tampoco se nos pasó por la cabeza que lo tuviera. Años más tarde, es una de las carreteras más conocidas de Irlanda del Norte tras aparecer en la célebre serie Juego de tronos. Diez años después pude ponerle nombre, The Dark Hedges.

Estoy seguro de que hasta este año desconocías que muy cerca de Madrid, en Guadalajara, existen casi 1.000 hectáreas de campos de lavanda. Sí, como esos famosos paisajes de la Provenza francesa. Durante el mes de julio de este año —2017— las redes sociales se han inundado de fotografías de personas vestidas de blanco y con gorro de paja en medio de un manto morado. Exacto, se trata de Brihuega, un pequeño pueblo alcarreño que ha estado cultivando esta aromática planta desde hace ¡más de 30 años! Ha sido tal la afluencia de público que se han visto obligados a cobrar unos simbólicos dos euros para el mantenimiento de los campos.

Son muchos los ejemplos del ilógico turismo que luego tanto criticamos en los demás. Es habitual que me pregunten si destinos como Indonesia o Filipinas se encuentran masificados. Países compuestos por más de 17.000 y 7.000 islas respectivamente. Tal vez, tienen razón, las cinco islas que todos visitamos están masificadas y destrozadas. Sin embargo, aún nos quedan miles por descubrir.

He perdido la cuenta de las veces que he escuchado decir «me encantaría hacer el Camino de Santiago, pero solo puedo en verano y está atestado de gente». ¿Se habrán parado a pensar que quizá no es el único peregrinaje que existe? En Noruega se puede realizar un exótico peregrinaje, el Camino de San Olav. En verano es la mejor época para completarlo. Cascadas, fiordos, auroras boreales, lagos, pueblos de colores, iglesias medievales de madera, glaciares… son algunos de los reclamos que puedes disfrutar en los 650 km del recorrido. No conseguirás la Compostela, pero te llevarás muchos otros sellos grabados en tu memoria.

Quejas como las de Paloma, lamentándose del turismo irresponsable en The best bank of the world, son comprensibles. Otras… quizá no tanto. Seguro que habrás escuchado en las últimas semanas la palabra «turismofobia». Y yo me pregunto, ¿acaso tú sí que eres un perfecto turista? Ejemplos como los del banco de Loiba demuestran que no existe el turismo ideal.
Muchos de los que critican la llegada de extranjeros a ciudades como Barcelona son los mismos que esperan con el palo de selfi ya armado en la interminable cola de «el mejor banco del mundo» o en la del famoso Ecce Homo, una restauración de mal gusto del famoso cuadro que a día de hoy sigue atrayendo a más de 1.000 personas al mes hasta la pequeña localidad de Borja, en Zaragoza. Así somos/son los turistas impecables, esos mismos que me empujaban al grito de «quitad, no molestéis» mientras escuchaban la explicación del guía en una gran ciudad.
¿Cuántos lugares maravillosos habrá por el mundo que no conocemos? De eso se trata, de intentar explorar más allá de las modas o de lo estipulado. La magia o belleza de un lugar es innata, no necesita de internet o cualquier otro medio para alcanzarla. Solemos viajar a grandes ciudades y quejarnos de la cantidad de turistas que hay, y no nos damos cuenta de que estando allí también estamos contribuyendo a eso que tanto nos incomoda.
Por ejemplo, cerca de mi ciudad, Madrid, existen lugares iguales o más interesantes que la propia capital, con más historia y muy alejados de la fama. Volamos a Milán y ni tan siquiera dedicamos un día a la ciudad medieval de Bérgamo. Viajamos a Noruega y solo pensamos en fiordos y auroras boreales, dejándonos de lado provincias como la de Oppland, en el corazón de Noruega. Visitamos Myanmar en tan solo 15 días para hacernos una foto en la barca del trillado lago Inle, y no nos dejamos sorprender por nuevas zonas que se abren al turismo como Loikaw, Mrauk-u o Chin State.
Nos creemos unos grandes aventureros por visitar las mismas tribus de siempre en Etiopía, etnias que no te dejarán compartir nada con ellos si no hay dinero de por medio, pudiendo visitar menos tribus pero más alejadas del turismo. Nos afanamos en conocer una cultura diferente a la nuestra en la cercana Marruecos y solo visitamos Marrakech, una ciudad maravillosa en la que difícilmente puedes moverte por su zoco. Y no hacemos caso a ciudades como Fez o Meknes, que tienen toda la esencia marroquí pero con cientos de turistas menos.
Todos hemos cometido alguna vez una turistada y no hay que avergonzarse por ello, pero entonces me pregunto: ¿con qué derecho damos lecciones de turismo a nadie?