Cuando la música suena pesimista y desesperanzada se convierte en un agobiante agente capaz de cargar sobre las espaldas un peso inasumible. Esos sonidos son para Coke Riobóo un retrato del mundo que habitamos, de un mundo cruel, caníbal y despiadado. El Ruido del Mundo, el cortometraje que firma el animador, cuenta esta historia y desnuda sus propios sentimientos e impresiones acerca de lo que le rodea.
Coke Riobóo no es músico. Mejor dicho, no es solo músico. Sin embargo, hay mucho de él en el retrato del músico hipersensible al sonido de El Ruido del Mundo, un corto de animación creado con plastilina y paciencia, muchísima paciencia. Tras ganar un buen número de premios -Goya incluido- con su anterior trabajo, El Viaje de Said, Riobóo quiso seguir con el tono habitual de la casa: el de contar historias potentes, que rascan el alma y hacen de lo justo y lo injusto, de lo que nos rodea, causa y consecuencia.
«Después de darle muchas vueltas a un proyecto anterior llamado El sol de las mujeres me di cuenta de que esta era una historia que me resultaba muy ajena. Decidí darle un giro y hablar de lo que a mí me afectaba como creador y como persona», explica. Así, el animador se embarca en el retrato de un músico que escucha absolutamente todo en una suerte de metáfora acerca de la empatía del ser humano hacia las miserias y el dolor de los que peor lo pasan.
Al final, El Ruido del Mundo ha completado su financiación a través de crowdfunding. «Vimos que realmente no llegábamos a terminar con el dinero que teníamos. También fue una forma de hacer partícipe a toda la gente que estaba pendiente del proyecto», dice Riobóo.
Tras meses de experimentación y pruebas con otros elementos, regresó a la plastilina de El Viaje de Said pero utilizando una técnica de moldeado diferente. «Descubrí que con la plastilina sobre cristal iluminado me manejaba mejor, pues era mi medio, y me permitía poder trabajar a ratos, dejar planos a medias y poder continuarlos en otro momento, sin que aquello se secase o se moviera todo», señala.
Este rodaje ha convertido a Riobóo en noctámbulo a la fuerza «ya que la noche era el único momento en el que podía encontrar varias horas seguidas de tranquilidad. Hay que tener en cuenta que esta técnica es increíblemente lenta de realizar, entre 6 y 8 horas de trabajo para conseguir un segundo de película».
El trabajo ha sido agotador, no solo por los requerimientos físicos y mentales propios para generar movimiento a través de un proceso tan minucioso, sino porque la historia duele y hace mirar hacia una parte de lo más miserable que ofrece la raza humana. Riobóo, de hecho, se las ha visto y se las ha tenido para concluir la tarea. «Estamos acostumbrados a ver guerras, muertos y sufrimiento en la tele y los periódicos, pero vivimos en nuestra burbuja de comodidad y eso nos hace insensibles a todo lo que sucede en el mundo».
Lo que ocurre es que por mucha sangre y muchas lágrimas que se viertan, por mucho que los malvados campen a sus anchas, hay personas que no saben ser ajenos a la oscuridad. «El personaje de mi película no puede abstraerse de lo que sucede a su alrededor pues oye con total nitidez todos los ruidos del mundo a la vez, por eso usa la música como terapia, como refugio para poder sobrellevar su desgracia». Eso es lo que le ocurre al animador, que se encomienda a la música, a la creatividad como bálsamo para mitigar el escozor que provoca el sufrimiento.
«El mundo no tiene remedio. Mi única esperanza es que evolucionemos lo suficiente como personas para ir mejorando, aunque creo que no llegaré a ver eso. Creo que a través del arte, la cultura y la educación se puede avanzar, aunque estas son cosas que últimamente no parecen importar mucho», lamenta Riobóo.
El recorrido ha sido azaroso. Mucho sufrimiento para financiar un proyecto de difícil rendimiento económico, mucho sufrimiento en la elaboración de cada instante de la película y mucho sufrimiento rodeando a la propuesta, a la sinopsis. El resultado es el que es y, quién sabe, puede que ejerza un efecto catártico en su autor y este mute a optimista irredento.