Categorías
Ideas

El sanador de bicicletas


No es necesario comprar todo lo que adquirimos. No es imprescindible renovar lo que tenemos con tanta frecuencia. Lo que posee más valor no es lo más caro, sino lo que se hace con las propias manos. Comenzamos una serie dedicada a los makers y a la cultura del hazlo tú mismo con Reid Thomas Chambers, un estadounidense que usa sus manos para que las bicicletas no mueran nunca.

No hace falta ser mago para realizar juegos de manos, para crear objetos. Solo es indispensable sentirse atraído por el proceso de creación, por la necesidad de fabricar algo, de dar vida a lo inútil. Reid Chambers es mecánico de bicicletas. En su taller monta a diario bicicletas desde cero, restaura armatostes que yacían en algún garaje polvoriento o repara máquinas castigadas por el pedaleo y los baches.
El curandero de bicis habla reposadamente, con un acento estadounidense mucho menos marcado que el que atribuimos de manera casi caricaturizada a sus compatriotas. Sus movimientos son pausados y no mira el reloj, no siente ninguna necesidad de tener prisa.
“Comencé de una manera natural y sencilla. Tras salir del instituto, no tenía ni puta idea de qué hacer”, explica Chambers. Comenzó una ingeniería pero le echaron al final del primer año por sus malas notas. Tras el consiguiente aviso paterno, que le instaba a aprovechar su tiempo en el campus o a ganarse el pan con su propio empleo, empezó de mensajero en bici. A pesar del frío invernal de Washington, eso era mejor que cortar césped. “Era un trabajo muy duro pero es el mejor que he tenido”. Su relación con las bicicletas, que ha terminado en matrimonio sin previsión de disolución, daba sus primeras pedaladas.

La mensajería no siempre daba para vivir decentemente, así que comenzó a trabajar en talleres y a aprender cómo funcionaban las bicicletas en las que cabalgaba. “Empecé sin saber cómo usar una llave Allen”. No tardó, sin embargo, en cogerle el tranquillo al asunto y le hicieron corresponsable del taller donde trabajaba. Pasó también por equipos ciclistas profesionales con lo que se completaba el ciclo. Conocía cómo funcionaban las bicicletas y aprendió de qué pie cojeaban los ciclistas. “Son como niños”, dice sonriendo. Se dio cuenta también de algo muy excitante en relación a este deporte. “En el ciclismo, el usuario normal puede tener acceso a la tecnología que usan los mejores profesionales del mundo y puede armarla con sus propias manos”.
La vida, que para el propósito de esta historia sustituiremos por el eufemismo ‘amor’, le trajo en 2008 a Madrid sin saber una palabra de español. Pasó por grandes cadenas de material deportivo y por tiendas de bicis de toda la vida, pero nada era como lo que conocía en Washington. Todos los procesos en esas empresas eran inquebrantables, la actividad era tremendamente monótona y todos sus jefes y compañeros de trabajo eran inasequibles a la innovación. “Llegados a este punto, solo me quedaban dos opciones: volver a Estados Unidos o montar yo mismo lo que no encontraba”.
Según cuenta, su mentalidad comercial es cercana a lo inexistente aunque no le queda más remedio que ir aprendiendo. Lo que de verdad le impulsa es “lo técnico, las soluciones aportadas por un buen diseño, y el aprovechamiento de piezas deshechas o conceptos olvidados que todavía valen. Odio el vender por vender, y no creo que pueda vender algo en lo que no creo”.

Cuando llegó a España se dio cuenta de que, con esto de las bicis, era el raro. Eso le chocó. “Luego me di cuenta de que podría ser una opción para traducir mi pasión a un negocio válido y auténtico”. Así nació Daily Bicycle Co., su tienda-taller. “Podría haber ocurrido cualquier otra cosa pero la bici siempre fue mi única opción como medio de transporte y he acabado trabajando con ellas. Creo que he tenido mucha suerte. Me encanta trabajar con mis manos”, dice el norteamericano.
Desde un punto de vista casi existencial, la relación de Chambers con toda esta cultura tiene algo de amor y odio, aunque, por fortuna, es mucho de amor y poco de un odio que está más relación con el mal uso que se puede dar a cualquier cosa que con el propio ciclismo. “Todo lo bonito se usa por algún motivo mentiroso, volviendo últimamente a la necesidad de consumo. Cuando te metes muy adentro en un mundillo así siempre vas a encontrar diseños, cosas, y gente que vienen con poca pasión. Eso, en ocasiones, frustra”, recalca.
Lo que más le gusta de esta cultura es lo básico y esencial que es todo. El logo de Daily Bicycle Co. está formado por la reducción a la mínima expresión de la idea de la bicicleta: dos triángulos que simbolizan un cuadro y dos circunferencias que hacen las veces de rueda. A grandes rasgos, una bici ha sido así desde que se inventó. “El cuadro es la base y sobre eso se montan los diferentes componentes. Dependiendo de la elección de esos componentes, el montaje se hace más o menos complicado”, explica sentando las bases.

Cada mecánico de bicicletas –en realidad, cada profesional, sea del ámbito que sea- tiene que encontrar algo que lo haga especial. No hay nadie que no tenga la capacidad de destacar en algo y Chambers siente devoción por las ruedas. “Aquí se pueden elegir unas ruedas completamente a la carta. Según las necesidades de cada persona, me entretengo en estudiar y encontrar la combinación de buje, radios, y llanta que más le conviene”, relata de manera didáctica. “Luego las monto enteras a mano”. Era tal su pasión por las ruedas que, justo antes de empezar la aventura de Daily Bicycle Co., alimentaba a La Ruedería, un blog dedicado exclusivamente a esta práctica que, según él, está un poco olvidada.
Cree que el encanto reside en esos componentes que constituyen el alma de una bicicleta. “No hay nada realmente que sobra en lo que es lo básico y, para mí, los diseñadores fallan cuando intentan poner elementos “, explica el mecánico de Washington.
El estadounidense disfruta con cada estructura que repara pero califica como increíble la sensación que experimentó cuando montó su primera bicicleta y comprobó de manera fehaciente que funcionaba correctamente. “Compré una vieja Panasonic en Craiglist por 10 dólares”. Las herramientas que tuvo que comprar para montarla costaban más, claro, que la propia bicicleta vieja. “Era un sábado. Me tiré todo el día y acabé a medianoche. La vi y me di cuenta de que no estaba muy bien ‘currada’. Pero la saqué a la calle”, explica casi emocionado. Con el asfalto vacío, el aire fresco dándole en la cara y la grasa fresca impregnando los engranajes de aquella renovada Panasonic, Chambers comenzó a sentirse feliz.
Le ocurre lo mismo con la bicicleta que tiene ahora. “Ésta es un poco Frankenstein”, dice ante ella. La ha montado a partir de restos que otras personas tenían como inservibles. No hizo falta la energía de una tormenta para darle vida pero, al igual que el monstruo esbozado por Mary Shelley, tiene una pinta tosca y auténtica.
Chambers insiste en que no es complicado restaurar una bicicleta. “Si la bici es tuya, si vas a ser tú el usuario, no es difícil arreglarla lo suficiente como para poder usarla”. Hay una parte de obligación moral hacia un objeto que ha estado asociado a la felicidad de la mayor parte de las personas de este mundo desde que tienen uso de conciencia. Se queja de que en España, tenemos mucha facilidad para aconsejar que tiremos al contenedor las bicicletas viejas que tenemos en los trasteros. Más allá de reivindicaciones anticonsumistas, el mecánico afirma que la vida de esos objetos es mucho más larga de lo que creemos normal por aquí.

“Lo bueno de la bici es que una persona no experta puede empezar con ello aunque requiere de mucho trabajo reducir una bicicleta a sus piezas básicas y repararlas y limpiarlas de manera minuciosa”. Se convierte en una tarea que reta a la paciencia y a la propia exigencia por hacer cada tarea con rigor. Además, “es algo que no está suficientemente bien pagado”, explica. Lamenta además que no se valoralo suficiente, ni siquiera en términos de esfuerzo, un trabajo de restauración.
La idea de Reid Chambers es convertir en inmortales a las bicis cotidianas, a las que se usan para cualquier cosa y no solo para el paseo dominical por el parque de turno. “Lo que sí sería genial sería conseguir lotes de bicis antiguas muy baratas, arreglarlas poco a poco y ponerlas de nuevo en circulación a precios asequibles”. La evangelización, amigos, a partir de objetos útiles, bellos y personales. Si además, se utilizan las manos para rescatar del olvido a la chatarra abandonada, miel sobre hojuelas.
Cuando Chambers vino de Washington no lo hizo con la intención de reinventar ningún concepto en la profesión a la que se dedica. Está convencido de que lo más valioso que tiene que aportar es la atención a los detalles. Lo demuestra con una concienzuda mirada a cada pequeña pieza, a cada gesto de lijado o decapado, a cada tuerca apretada. Consigue que el tiempo transcurra más lentamente en su taller y acaba provocando que, con sus manos, la magia aparezca. Lo bueno de esta historia es que cualquiera puede ser mago.

Por David García

David García es periodista y dedica su tiempo a escribir cosas, contar cosas y pensar en cosas para todos los proyectos de Brands and Roses (empresa de contenidos que edita Yorokobu y mil proyectos más).

Es redactor jefe en la revista de interiorismo C-Top que Brands and Roses hace para Cosentino, escribe en Yorokobu, Ling, trabajó en un videoclub en los 90, que es una cosa que curte mucho, y suele echar de menos el mar en las tardes de invierno.

También contó cosas en Antes de que Sea Tarde (Cadena SER); enseñó a las familias la única fe verdadera que existe (la del rock) en su cosa llamada Top of the Class y otro tipo de cosas que, podríamos decir, le convierten en cosista.

Salir de la versión móvil