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El tigre y el dragón

Un día Manjushri estaba fuera de la puerta cuando Buda lo llamó.
«Manjushri, ¿por qué no entras?».
«No veo nada más allá de la puerta.
¿Por qué debo entrar?», respondió Manjushri*

Manjushri sabía que estaba hecho de la misma materia que la tierra que pisaba, el aire que respiraba, la casa en la que se refugiaba y que los azulejos del baño. Imbuido por ese espíritu de unidad, «dentro» o «fuera» no significaban nada. Hoy, la chica de los leggins rosas se aleja despreocupada calle arriba. Un hombre se gira y piensa que cuanto más se aleja, más bello es ese culo, se maravilla ante la arquitectura del trasero y se pregunta cómo será su tacto. Otro hombre le clava los ojos pensando que es demasiado gordo para esos leggins. Una mujer mira de reojo y lo compara con el suyo mientras un niño observa inocentemente la cadencia de las nalgas voluptuosas. Percibimos la realidad filtrada por nuestros recuerdos, nuestras neurosis, nuestros sueños, aspiraciones y miedos, cada uno de una manera diferente, pero la realidad es única y la misma para todos. La chica de los leggins rosas se pierde calle arriba ajena a sus miradas.
El budismo zen lucha con todas sus fuerzas contra los espejismos que nos separan de la realidad y, para ello, tiene una herramienta muy valiosa: los koans. «Este es el sonido de dos manos, ¿cuál es el sonido de una sola mano?» o «Cuando un árbol cae en medio del bosque y no hay nadie para escucharlo, ¿produce algún sonido?» son algunos de los koans más famosos.
Javier Moreno Lara es orientalista y escritor, autor de uno de los tratados más reveladores sobre el zen en español. Para llegar a comprender los koans, primero hay que entender la doctrina en la que surgen. ¿Qué es el zen? «Sería más acertado preguntar a qué artículo no le ha puesto la sociedad de consumo el adjetivo zen. Porque no solo lo propone como filosofía, mística o pensamiento, sino que también nos lo ofrece como un estilo de decoración, un arte marcial o el nombre de un restaurante. Y todo ello con razón porque zen es un forma de abordar la vida en cualquiera de sus dimensiones. Aunque, en la mayoría de los casos, esa envoltura zen no pasa de ser un papel de regalo que juega con el brillo de lo exótico», explica Moreno, quien añade que «zen es la conquista de la realidad. Sentarse en zazen es recuperar ese horizonte que nos describe la física cuántica. Ese fondo está ahí: nuestro corazón lo conoce, aunque tiene mucha dificultad en percibirlo, en serlo, porque las neuronas han creado la maraña de su propia descripción del mundo y nos la venden como realidad. Por eso no vemos el mundo como es sino como somos nosotros».
[pullquote class=»right»]El budismo zen lucha con todas sus fuerzas contra los espejismos que nos separan de la realidad y, para ello, tiene una herramienta muy valiosa: los koans[/pullquote]
A pesar de su apariencia de acertijos, los koans del zen no pretenden agudizar el ingenio ni encontrar una respuesta «correcta» o «incorrecta», sino todo lo contrario, buscan señalar las estructuras artificiales que dominan nuestro pensamiento para ir más allá de la percepción dual de la realidad (bueno o malo, dentro o fuera, próximo o lejano…). Estamos tan inmersos en nuestro mundo de conceptos que es complicado ver claramente cómo nos movemos en esa dualidad. Pero, en nuestra mente, para que alguien gane otro debe perder y para que haya un comienzo deberemos esperar un final. Moreno Lara lo explica así: «La dualidad la pone nuestra mente, insistamos en ello, al aceptar como criterio directivo de la existencia el ‘tanto tienes tanto vales’. Por ese camino, la mente seducida por esa propaganda da valor a lo efímero y acepta las reglas de una sociedad de consumo que acentúa la insatisfacción radical. Todas las religiones y escuelas de sabiduría han denunciado este engaño».
Es de eso de lo que hablan los koans; no tratan de destruir los conceptos —necesarios para comunicarnos y desenvolvernos en sociedad—, sino hacernos plenamente conscientes de que solo son eso: conceptos, reconstrucciones simplificadas y parciales del mundo.
La realidad no posee juicios de valor ni adjetivos. Viendo la misma película un tipo puede estar cabreado por culpa de ese actor tan guapo que su novia mira con deseo y otro puede estar encantado porque una escena se rodó en su barrio, pero la película no cambia ni un solo fotograma. Estamos tan dentro de nosotros mismos que nos cuesta observar lo que nos rodea sin nuestro filtro personal. «El zen aborda la realidad sin enfrentarse a ella, avanzando hacia su fondo», explica Moreno Lara. Pero la idea de que construimos una «realidad paralela» de conceptos de la que nos nombramos protagonistas no es únicamente budista, la psicología occidental habla del estadio del espejo, ese momento en el que, a los pocos meses de vida de un niño, este comienza a entenderse como un ser independiente del universo. Observa sus manos descubriendo que puede moverlas a su antojo, se descubre en el espejo como un cuerpo autónomo y aparece la idea del «yo».
[pullquote class=»right»]«Zen es un forma de abordar la vida en cualquiera de sus dimensiones. Aunque, en la mayoría de los casos, esa envoltura zen no pasa de ser un papel de regalo que juega con el brillo de lo exótico»[/pullquote]
Los koans lanzan el sentimiento de duda, la sensación de que tal vez deberíamos desaprender todo cuanto creemos saber acerca del mundo para poder verlo tal y como es. El zen, con herramientas como los koans, nos devuelve desde la plena consciencia a ese paraíso perdido donde no se gana ni se pierde y se diluye la dualidad más arraigada: yo y todo lo demás. «Para llegar hacia el absoluto, primero hay que vencer en la selva de lo contingente. Por eso la excelencia que nos propone el zen exige combinar dos estrategias: las del tigre y el dragón. El tigre es la figura que encarna la victoria sobre las formas del mundo de la impermanencia, esa selva de mutación perpetua en la que vivimos. El dragón es el símbolo de la trascendencia: en su vuelo se eleva por encima de todo lo visible para descender hasta el fondo del abismo».
 
*Koan extraído del libro La flauta de hierro

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