Para ser un buen fotógrafo es necesario saber observar. Para ser un gran fotógrafo, además de esa cualidad, hay que convertir al espectador de tus fotografías en un voyeur absorto y encandilado por lo que mira, libre de culpa. Así es la fotografía de Elliot Erwitt, una combinación mágica de cotidianidad, humor e ironía, que, precisamente por eso, por invitarnos a participar como espectadores de un instante al que no hemos sido invitados, la hace aún más atractiva.
«La fotografía, cuando es buena, es bastante interesante, y cuando es muy buena, es irracional e incluso mágica… nada que ver con la voluntad o el deseo consciente del fotógrafo», afirmó Erwitt en una ocasión. «Cuando surge la fotografía, lo hace fácilmente, como un regalo que no debe ser cuestionado ni analizado».
La Fundación Canal exhibe hasta el próximo 18 de agosto la exposición Elliot Erwitt. La comedia humana, coproducida por Magnum Photos y comisariada por Andrea Holzherr, directora global de exposiciones de la agencia. La muestra, que forma parte del circuito oficial de exposiciones de PhotoEspaña, exhibe 135 piezas agrupadas en tres secciones, que se corresponden con los tres grandes temas que Erwitt trató en su obra: personas, humanos que observan y son observados, a su vez; animales (sobre todo perros, de los que llegó a decir: «Los perros son como las personas, solo que con más pelo») a los que convierte en protagonistas de esos instantes y a los que humaniza al utilizarlos como una forma atípica de abordar la condición humana; y formas, un experimento visual y creativo que le acercó a la abstracción.
Nacido en París en 1928 de padres rusos judíos, y tras pasar algunos años en Italia y Francia, Erwitt y su familia se vieron forzados a emigrar a Estados Unidos con la llegada del nazismo a Europa. Y fue en este país donde desarrolló su carrera como fotógrafo, rodeado de maestros como Edward Steichen, John G. Morris, Henri Cartier-Bresson y Robert Capa. Fueron estos dos últimos quienes le animaron a dedicarse al fotoperiodismo, que le llevó a documentar algunos momentos decisivos de la historia, como el Muro de Berlín, Woodstock o la Italia de posguerra, además de hacer retratos icónicos como los del Che Guevara y Fidel Castro.
En 1953, Capa le invitó a formar parte de la agencia Magnum (que dirigiría en dos ocasiones). Paralelamente a su faceta artística y periodística, Erwitt también trabajó como fotógrafo freelance para revistas como Look, LIFE, Holiday y Paris Match, y como fotógrafo publicitario para marcas como Coca-Cola.
Más que fotos, Erwitt nos regala historias, relatos que encierran la comicidad de la comedia humana que da título a la exposición. No son fotos preparadas, él tenía la habilidad de predecir lo que iba a ocurrir con solo contemplar una escena. Solo tenía que apuntar con el objetivo y esperar a que pasara para capturarlo. Podría decirse que tenía el don de la observación precisa y de la anticipación, de captar ese «momento decisivo», como lo describió Cartier-Bresson, y que contaba con la serendipia como su gran aliada.
«Se trata de reaccionar a lo que ves, idealmente, sin ideas preconcebidas —explicaba—. Puedes encontrar imágenes en cualquier lugar. Es simplemente una cuestión de sentir las cosas y darles forma. Solo tienes que preocuparte por lo que te rodea y tener en consideración la humanidad y la comedia humana».
Esa humanidad es la que trasmite, a través de su mirada, incluso en aquellas fotografías donde los animales (y no los humanos) son los protagonistas. Fascinado por los perros en especial, quiso mostrar el mundo desde su punto de vista, de ahí que situara la perspectiva prácticamente a ras de suelo, a la misma altura en que estos animales observan a las personas, donde lo más visto son zapatos. Un punto de vista que luego llevaría también a su fotografía publicitaria y que marcaría a muchos otros fotógrafos después de él.
El humor es otro rasgo patente en su obra, que muestra al retratar esas escenas, a veces absurdas, siempre sorprendentes, que sorprenden al espectador y le invitan a sonreír. A la vez, la ironía rodea esas escenas, como cuando muestra a un grupo de mujeres distintas junto a un cartel que pone Zona de personas perdidas. Una ironía, sin embargo, que no busca herir, sino la complicidad de quien mira la fotografía. Ese humor, rasgo de su personalidad, es la herramienta que le permite distanciarse de los desafíos de la vida diaria y que le facilita experimentar visualmente.
«Hacer reír a la gente es uno de los mayores logros que puede haber. Y cuando puedes hacer reír y llorar a alguien, alternativamente, como lo hace Chaplin, ese es el mayor de todos los logros posibles. No sé si apunto a ello, pero lo reconozco como el objetivo supremo».
El tercer gran rasgo de su fotografía es el uso del blanco y negro. «El color es descriptivo. El blanco y negro es interpretativo», explicó. Tan solo una pequeña parte de su producción es en color, aquella más comercial, la que él consideraba trabajo.
El color, decía, aporta demasiada información y construye la realidad, y Erwitt huye en su obra artística de esa comunicación tan directa. Él prefiere el blanco y negro porque ofrece una interpretación más libre, más expresiva y más emotiva. Esa es la razón, también, por la que nunca titula sus fotografías, sino que se limita a indicar el lugar en el que fueron tomadas y el año. Así, permite al espectador contemplar la imagen con mirada aséptica, sin marcarle el camino ni decirle cómo interpretar lo que ve.
Así pues, podría decirse que Elliot Erwitt es el discreto observador de la condición humana: pobres y ricos, niños, amigos, deportistas, familias, trabajadores, hombres y mujeres, muy en especial ellas, que fueron una inspiración constante para este fotógrafo, y a las que inmortalizó en una gran variedad de roles y situaciones, dando muestra de su ansia curiosa por la vida y las circunstancias que la rodean. Un contador de historias, en definitiva, que narra la belleza de lo mundano desde el dulzor de la comedia y el puntito ácido de la ironía.
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