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Las redes sociales y el cabreo constante

El asesinato de un bebé es un suceso aberrante para cualquier «persona normal». La muerte de un político, por poner un ejemplo, puede ser motivo de duelo para unos y de alegría para otros. El asesinato de un bebé se archiva y se olvida. La muerte de un político corre la misma suerte de olvido; sin embargo, generan rencores entre detractores y seguidores. Una prueba de que las redes sociales tienen gran parte de culpa de que las opiniones (ajenas) sobre la noticias molesten más que las mismas noticias.

CABREOS DE ANTES

Antes de los foros y de las redes sociales, el cabreo o el júbilo por alguna noticia duraba lo que un telediario o el paso de una página a otra del periódico. «Las personas normales» etiquetaban las noticias y continuaban con sus vidas ajenas a la actualidad. El repaso de la actualidad al minuto no era posible. Esta «deficiencia tecnológica» permitía que la gente no viviera en constante malestar. Por supuesto, había amantes de la gresca que sin venir a cuento sacaban temas espinosos en el bar o el trabajo. Para evitarlos, bastaba irse del bar en cuanto llegaba un fulano con su metralla verbal.

Esto no significa que «la gente normal» quisiera eludir la realidad. La democracia no llegó a España tras un millón de tuits y mensajes de Whatsapp de cabreos cruzados. La gente, la que quiso la democracia —porque sí o por conveniencia— hizo lo que tenía que hacer.

CABREOS DE AHORA

Las noticias de hoy cabrean o satisfacen como las antiguas (a cada persona, según sus intereses). Pero muchas personas, en vez de etiquetar las noticias y seguir con la vida, exponen sus opiniones al momento, sin filtro, al mundo. Unos escriben en las redes: «Hay que ser hijo de puta para…» Otros replican, al momento: «Hijos de puta vosotros, que…» Acabando el tema en trending topic y dolores de cabeza. Y cuando «la gente normal» calla, los palmeros políticos y los cruzados de tal o cual causa rancia o moderna avivan las llamas.

Esto puede deberse a que no tenemos control sobre las noticias. Las noticias caen como la lluvia repentina cuando vamos sin paraguas por la calle. Aceptamos la lluvia o no; nos molesta o no, pero no nos cabreamos con las nubes. Sin embargo, se tiene la esperanza de convencer al que piensa distinto. Y cuando no, se busca tumbarlo, su desprestigio, obligarlo a aceptar «la verdad» o aburrirlo para que abandone la discusión.

De manera que lo que quita el tiempo y las energías son las opiniones ajenas sobre las noticias más que las noticias. ¿Qué energía queda para hacer algo útil o bello o necesario? ¿Qué energía queda para llevar a cabo acciones para mejorar las cosas? Lo que queda es un poso de amargura que aprovechan políticos, tertulias políticas y columnistas de prensa. Gente que crea rencor alimentándose del rencor ajeno. Tan grotesco como los pollos que se alimentaban de restos de pollo.

La vida es demasiado corta para estar siempre cabreado leyendo opiniones en las redes sociales. Cabrearse tiene además un problema añadido: descabrearse.

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