«Hay artistas que disfrutan sufriendo, perfecto, pero yo no», habla Julio Falagán, cazador de reliquias de mercadillo, explorador y reinterpretador de lo cutre y lo demodé, y mejor amigo de Barranco, un mono con camisa de padre, gafas de pasta y greñas de parroquiano cazallero después de la siesta.
Barranco es un siniestro simio robot y es la primera de sus pertenencias que salvaría de la quema. Falagán se enfrenta al reto de la sección de Yorokobu en Youtube En Llamas. Debe escoger qué posesiones de su taller salvará cuando el edificio empiece a arder.
No es fácil. Hay cientos de obras. El artista lleva años escarbando en lo viejo para encontrar perlas que pasarían desapercibidas para cualquiera porque no brillan ni gozan de belleza evidente. «Es dar valor a algo que me gusta pero está desfasado; recuperarlo y darle nueva vida algo que está muerto», cuenta.
«Cuando viajo voy a iglesias, supermercados y mercadillos para conocer a esa sociedad. Viendo sus despojos te puedes hacer una idea de cómo es realmente y no de cómo aparenta ser. Es detectivesco, cuando rebuscas en la basura descubres quién es el asesino», ríe.
[pullquote]Cuando viajo voy a iglesias, supermercados y mercadillos para conocer a esa sociedad. Viendo sus despojos te puedes hacer una idea de cómo es realmente y no de cómo aparenta ser[/pullquote]
Objetos cadáveres pero con una historia. A veces, la historia puede ser una no historia, o una invención que confunda al espectador. Jugando con esa línea divisoria entre realidad y ficción, irrumpió en el mundo artístico al llegar a Madrid.
Aterrizó en la capital y se percató de que había cola en la entrada al mercado del arte, y que además la antesala era pantanosa y estaba atestada de guardianes. Entonces creó el Grupo Empresa Falagán y llenó el país de negocios: Numismática Falagán, Guitarrería Falagán, Helados y Horchatas Falagán, Droguería Falagán…
Colocaba letreros sobre viejos negocios cerrados, en ruinas. En la mente de algunos caminantes su nombre empezó a adquirir connotaciones: Falagán sería un antiguo empresario que poseyó muchos negocios esparcidos por el territorio, Falagán fue un representante de aquel país en que el pequeño comercio todavía daba vitalidad a los barrios…
El emporio era ficticio pero, en cierto grado, construyó identidad colectiva. Un bar tomó uno de sus carteles (Pan y Leche Falagán) y lo enmarcaron dentro del local. «Y en la calle Minas abrieron una tienda de ropa y la anunciaron como ‘en el local de la antigua Sastrería Falagán’». Falagán adquiría dimensión histórica, respetabilidad. Fue un Tío Pepe que nunca existió.
Aquel fue un proyecto sobre el fracaso: ese contratiempo tan presente en el mundo del arte. Sus malabares con la realidad y la ficción crean un lugar de excepción en que es imposible saber qué se está mirando, su calidad, su historia. Esa carencia de marcos a los que agarrarnos incomoda al espectador y, a la vez, genera un efecto humorístico.
El colega de Barranco produce arte a través del humor. Y Barranco está de acuerdo: el mono se ríe de vez en cuando. «Me parece que el humor es un fluido que suaviza la crítica. Para mí el humor es constructivo». Pero: «El humor no está bien visto en el mundo teórico. Dicen que no es serio, y para mí es muy serio. Es muy difícil trabajar con el humor y hacer críticas sin ser burdo. Es un terreno pantanoso».
[pullquote]El humor no está bien visto en el mundo teórico. Dicen que no es serio, y para mí es muy serio[/pullquote]
En ese afán de manipular las creaciones pasadas para imprimir sobre ellas una luz más contemporánea, este artista navegó entre fantasmas como Caronte. Escarbó ese purgatorio llamado mercadillo y rescató los retratos de personas muertas y abandonadas. Personas que un día se hicieron pintar para la posteridad y que acabaron con su pretensión de posteridad entre los cacharros de un rastro.
«Nadie los quería en su casa porque no sabían quiénes eran y nadie quiere vivir con fantasmas. La idea era quitarles el anonimato y que la gente los quisiera en su casa», cuenta. Entonces invitó a críticos y comisarios a inventar un relato sobre aquellos rostros y, con ese material, recompuso las obras.
… Un momento. Huele a chamusquina. Yorokobu ya ha prendido fuego al taller y Falagán debe darse prisa y elegir qué se lleva. Barranco, como se ve en el vídeo, tiene mucho que decir.
2 respuestas a «Julio Falagán, el reinterpretador de lo cutre y lo demodé»
Hay artistas que disfrutan sufriendo, perfecto, pero yo no
No estás solo en este discurso, yo también llevo buceando por esos mundos polvorientos del olvido muchos años.Yo ambulo entre lo cómico y lo trágico por qué ambas cosas van unidas.Un saludo