Reconozcámoslo: el español es puñetero. Hablamos del idioma, no del ciudadano. Su ortografía es complicada, llena de haches que no suenan pero que atruenan si faltan o sobran; de bes y uves que se alternan creando un sindiós; de puntos y comas que se empeñan en sobrevivir… Y de comillas inoportunas que están montando su propia revolución en los rótulos que se exhiben en escaparates y paredes.
La RAE especifica cómo deben usarse esos signos gráficos. Además del principal, marcar palabras o citas textuales, las comillas ayudan a señalar el carácter especial de algunas palabras. Si no estamos ante el primer caso, lo lógico es que pensemos que las expresiones entrecomilladas de ciertos textos lo están porque nos quieren remarcar algo especial, diferente, en su uso. Así, sabremos que estamos ante una palabra incorrecta (Comida con muchas «especies»), un extranjerismo («software») o una ironía. Y ahí es donde viene la gracia de Entrecomillado.
Entrecomillado es una cuenta de Instagram creada por Álvaro Góngora, diseñador gráfico e industrial sevillano afincado en Valencia. Sorprendido por la enorme proliferación del mal uso que muchos de esos carteles hacían del signo ortográfico, decidió hacerlos públicos y abrió la cuenta en 2017.
«La gente suele utilizar las comillas para enfatizar, generando así escenas hilarantes», explica Góngora. Pero no son los únicos casos de comillas mal puestas. Otros muchos, los que más juego dan porque resaltan, sin pretenderlo, un doble sentido de la palabra o expresión, tienen mucho que ver con el miedo social a llamar a las cosas por su nombre, a molestar. Pecan de una excesiva corrección política.
«Totalmente de acuerdo», afirma Góngora, «en especial, el mal uso que le dan [a esas expresiones y palabras] medios de comunicación o personajes públicos en sus redes sociales. Se me vienen a la cabeza dos casos que fueron muy comentados», estos:
Un lingüista o un amante de la ortografía enseguida comprenderá la gracia de los rótulos y carteles que denuncia el sevillano. Pero también un diseñador gráfico entenderá, desde su oficio, lo incongruente de estos usos.
«Los diseñadores tenemos las herramientas como alternativa a determinados signos ortográficos (utilizar cursivas en vez de paréntesis, negrita en vez de subrayar). Con las comillas pasa algo parecido, así que cuando veo entrecomillados en soportes donde ha habido un diseñador detrás, me peta un ojo. ¿Nadie revisa estos textos?», ironiza.
«¡Incluso logos!»:
«Por otra parte, encontramos las que ofenden al sentido común. Entrecomillados en palabras completamente aleatorias»:
A veces, el bosque nos impide ver los árboles. En muchos de los entrecomillados de Góngora duelen más las faltas de ortografía que se dispersan por el rótulo que las comillas mal puestas en sí. «Dudo que alguien que comete ciertas faltas ortográficas sí conozca el uso correcto de las comillas», reflexiona el diseñador gráfico. «Lo que está claro es que a veces ocurre. Recuerdo una en la que había tantas comillas que ni te dabas cuenta de que estaba mal escrito “ATASCADO”. O la del Arroz con “TOFO”».
Y así, como sin quererlo, nos encontramos de cara con una de las disputas que enfrentan, no pocas veces, a diseñadores y correctores ortotipográficos: los caminos divergentes del diseño y la norma lingüística. No es la primera vez que por perseguir un efecto gráfico, un buen diseño, la ortografía se resiente. Las tildes –su ausencia, más bien– de muchos rótulos comerciales son una demostración. Pero Góngora no está muy de acuerdo con esa lucha.
«Partamos de la base de que todo diseñador tiene una responsabilidad respecto al uso correcto de la ortografía. Pero, al igual que otras disciplinas creativas, el diseño gráfico tiene su parte irreverente y transgresora, y según qué soporte, pueden ser utilizadas como un elemento gráfico más (nombres propios todo con minúscula o un texto entero con mayúsculas, por ejemplo)». Y concluye: «¡Todo es compatible!».
Álvaro Góngora pasó de ir agrupando lo que veía y lo que sus amigos le enviaban a recibir entre cinco y seis entrecomillados al día. No quedaba otra que hacer una limpia, una selección de todo ese material.
«Las mejores son aquellas en las que las comillas hacen que tengan un giro en el significado o en el contexto. Normalmente, palabras sueltas funcionan mejor que frases entrecomilladas».
«Hay otro factor, que es la seriedad del soporte: tienen más consistencia si están en un rótulo, en etiquetas o en un cartel impreso».
Las primeras que descarta son las que están fotografiadas desde un coche o desde lejos. «A nivel gráfico, lo ideal es que sea legible y, a ser posible, que la foto sea con un mínimo de calidad», comenta. «Por último, intento que no se suelan repetir. Cada vez llegan más fotos del mismo entrecomillado o los curiosos casos de señalética en los que, por alguna razón, se decidió usar comillas»:
¿Cuáles dirías que son las palabras favoritas para entrecomillar mal?, le preguntamos a modo de conclusión. «Se llevan el premio «gracias», «no», «por favor», «gratis», «casero» y «oferta»».