¿Es el chorizo el nuevo jamón?

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La liebre saltó hace unos meses cenando en el Punch Bowl, un pub en el centro de Londres cuyos propietarios son Guy Ritchie y dos de sus colegas. En los entrantes de la carta destacaba un plato sobre los demás. Se trataba de unas sofisticadísimas vieiras… con chorizo. ¿Cómo se te ha quedado el cuerpo, conejo?

Tal visión, subyugante e inquientante, se acrecentó cuando el plato se posó sobre la mesa. La categoría del chorizo se encastraba entre los conceptos ‘más malo que la carne de peszcuezo’ e ‘insultante masa de grasa peleada con pimentón’. Esto, que no debería dejar de ser una anécdota ya que, además, el resto de platos se disfrutaban decentemente en un lugar muy acogedor, pasó hace pocos días de castaño a oscuro.

La alarma volvió a sonar con el nombre de la receta. Traducido sería algo así como Paella de almejas y chorizo para noches de entre semana (Weeknight Chorizo and Clam Paella). Hace meses, Borja Ventura se metió en camisa de once varas explicando, medio en broma y medio en serio, cómo se hacía una verdadera paella. Como todos sabrán, tras las religión y la política, el tema más sensible para la población española es la mezcla de ambos, es decir, la receta de la paella.

Este hallazgo confirma lo que, entre sudores y pesadillas, vislumbré una calurosa madrugada de agosto justo antes de despertar sobresaltado: el chorizo es el nuevo jamón y, en algunos casos, como el de la innovadora paella, algo incluso peor. Las explicaciones podrían pasar por diferentes filtros. El argumento socioeconómico implicaría que el ciclo mundial, a la baja desde hace unos años, obliga a la austeridad carnica porcina. Donde antes había jamón ahora hay chorizo y donde antes había chorizo ahora hay mantequita colorá. Las circunstancias obligan pero no deja de ser una jodienda, qué quieren que les diga.

La explicación comercial podría tener en los lobbies choriceros ibéricos a los vehículos para la imposición del anaranjado ingrediente como complementos a muchas que recetas que, en otro tiempo, ni habrían soñado con incluir al sabroso fiambre. Es bien sabido que en España no sobran muchas cosas, pero cerdos y chorizos hay a patadas y, al fin y al cabo, por algún lado hay que dar salida al excedente.

Sin embargo, la explicación más lógica y, por lo tanto, la más cercana a la realidad (hola Ockham) es que la cutrez no conoce límites y que el deseo de parecer exótico y sofisticado puede llevar a más de un chef a dejar a Paco Clavel por un tipo discreto y comedido. Habría bastado una llamada a cualquier cocinero peninsular para deshacer el entuerto.

– Hi, Manolo! I was thinking about a paella recipe with some slices of chorizo? What do you think about the idea?
– A ver Engelbert, olvida lo que acabas de decir, borra mi número de tu agenda y no te vuelvas a dirigir a mi con una propuesta de esa catadura, maldito loco.

El caso es que, sea como sea, el chorizo está contribuyendo a que la imagen del recetario español se cotice también en términos no tan favorables como cabría desear. Sopa de apio con chorizo, gazpacho con gambas y chorizo o ensalada de calamares y chorizo son algunas de las afrentas que el imaginario culinario español tiene que soportar.

La solución no parece sencilla. El presupuesto del Ministerio de Turismo ha visto, como todos, como sus número se rebajaban de manera notable. Una campaña de medios a nivel nacional no parece factible ni suficiente para acabar con el Chorizo Affair. Se imponen las soluciones imaginativas y contundentes. ¿Chorizo transgénico que se esfume al contacto con el sofrito de la paella? ¿Alarmas integradas en las tripas de chorizo que se disparen al contacto con cualquier tipo de pescado?

Al país se le ha abierto un nuevo frente de lucha en el que, además, la historia no juega a nuestro favor. Tras siglos de influencias externas, de colonizaciones transoceánicas, ¿alguien ha conseguido que en Reino Unido se pueda comer de manera decente? No. Pues eso.

David García

David García es periodista y dedica su tiempo a escribir cosas, contar cosas y pensar en cosas para todos los proyectos de Brands and Roses (empresa de contenidos que edita Yorokobu y mil proyectos más). Es redactor jefe en la revista de interiorismo C-Top que Brands and Roses hace para Cosentino, escribe en Yorokobu, Ling, trabajó en un videoclub en los 90, que es una cosa que curte mucho, y suele echar de menos el mar en las tardes de invierno. También contó cosas en Antes de que Sea Tarde (Cadena SER); enseñó a las familias la única fe verdadera que existe (la del rock) en su cosa llamada Top of the Class y otro tipo de cosas que, podríamos decir, le convierten en cosista.

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