Dalí, el Monte de Venus y un ballet paranoico

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Cuando el galerista Jorge Alcolea compró en subasta los telones que Salvador Dalí había pintado para el ballet Bacchanale en 1939, lo único que recibió fue una caja cerrada. Nadie había visto en qué estado se hallaban, la puja había sido un órdago a la suerte y Alcolea lo ganó. Porque al destapar aquel cofre del tesoro que había permanecido almacenado en el depósito de la Universidad Butler de Indianápolis (EE.UU.) desde finales de los años sesenta del pasado siglo la sorpresa fue enorme.

Aquellos 13 telones estaban prácticamente intactos, conservando todo el pigmento original y con pequeñas muestras de uso, como el roce de los bailarines al salir y entrar a escena, que los hacían aún más emblemáticos. Esos 13 telones son los que expondrán en el Teatro Fernando de Rojas del Círculo de Bellas Artes en Madrid bajo el título El Dalí más grande del mundo.

Historia de una escenografía

No era extraño en aquel entonces que grandes artistas diseñaran y pintaran el vestuario y los telones de diversos espectáculos teatrales. El propio Picasso, por ejemplo, ya lo había hecho en 1917 para un revolucionario ballet titulado Parade, de la compañía Ballets Russes, creada por el pionero Sergei Diaghilev en 1911. Aquel espectáculo desafiaba todo lo convencional, con arriesgadas puestas en escena que rompían con el tradicional concepto de danza y escenografía.

En realidad, todos los espectáculos de Diaghilev y su compañía iban en el mismo sentido, y aquello originó colaboraciones con artistas tan destacados entonces como Natalia Goncharova, Joan Miró, Giorgio Chirico y Max Ernst.

Tras la muerte del creador de los Ballets Russes en 1929, surgieron otras compañías empeñadas en seguir su estela. Una de ellas fue el Ballet Russe de Montecarlo, dirigido por el coreógrafo Léonide Massine en 1938. Y fue él quien contactó con Salvador Dalí en 1932 para pedirle su colaboración en el proyecto en el que estaba trabajando, un ballet llamado Bacchanale.

Entre unas cosas y otras, el acuerdo tardó en llegar y el pintor de Figueras solo tuvo 15 días para escribir el libreto y diseñar la escenografía y el vestuario. Pero no estuvo solo, con él participaron también otras destacadas figuras como Coco Chanel, que confeccionó los trajes, y el príncipe Alexandre Schervachidze, que trabajó con gran fidelidad a partir de la maqueta creada por el genio del surrealismo.

Dalí había pensado el espectáculo como una trilogía compuesta por otros dos ballets, Laberinto y Sacrificio, que no llegaron a producirse. Este en el que trabajaba, Bacchanale, se planteaba como la representación de un «caos romántico» protagonizado por el personaje de Luis II de Baviera, que había sido mecenas de Tannhäuser, la obra de Wagner cuya obertura había sido elegida para el ballet.

Se narraba la llegada del rey al Monte de Venus, y en ella, Luis II, en su locura, se identifica con Tannhäuser, protagonista de la leyenda medieval que inspiró a Wagner y que Dalí interpretó a través de su método paranoico-crítico y del psicoanálisis de Freud. De hecho, el artista describió así la obra, como «el primer ballet paranoico».

En sus delirios, el protagonista permanece atrapado en ese Monte de Venus, mientras ve aparecer en escena a Sacher Masoch, Lola Montez y las tres Gracias en forma de maniquíes de costura. Y toda esa confusión de personajes e imágenes se ve reforzada por el propio decorado, enmarcado en la pintura que Dalí estaba realizando desde principios de los años treinta.

Lo que hace excepcional a esta obra

«Cuando un pintor pinta un cuadro, pinta la imagen —explicaba el comisario de la exposición y director de la propuesta artística inspirada en el ballet original Jaime Vallaure en la presentación de El Dalí más grande del mundo—. Pero aquí Dalí pinta un marco para imaginar», una iconografía que adquiere una gran potencia simbólica con numerosas posibilidades de lectura.

El decorado ideado por el genio catalán incluye un telón y cuatro lienzos que refuerzan la perspectiva, con el Monte de Venus, en negro, protagonizando la escena en el centro. Por un pequeño agujero en la cúspide del monte puede verse a lo lejos la recreación de Los desposorios de la Virgen, de Rafael, la manera de Dalí de integrar en esta escenografía referencias renacentistas, junto con otras figuras dalinianas que representan el amor y la muerte.

En lo más alto del escenario había un enorme cisne de madera de seis metros de alto (que fue destruido cuando la obra dejó de representarse por no poder ser guardado en ningún lugar), que enlaza también con el mito de Leda y el pecado femenino. Los telones, pintados en un intenso rojo que contrasta con la negrura del Monte de Venus, están salpicados de detalles como calaveras y cajones, que aluden al inconsciente y a figuras fantasmagóricas. Todo el conjunto es un juego de ambigüedades y superposiciones.

Lo que hace especial a esta obra es que se trata de una escenografía y no una pintura, explicaba Vallaure, y las escenografías rarísima vez se conservan. «Este es un caso excepcional. Aún tiene la fuerza del pigmento original», lo que es casi milagroso porque estas escenografías se pintan casi al agua para evitar la rigidez de las telas y que se cuartee y quiebre cada vez que se monta y desmonta en el teatro, por lo que suele acabar cayéndose y desapareciendo.

No es el caso. Los telones que compró Jorge Alcolea en subasta solo han necesitado un proceso de fijación del pigmento, no ninguna restauración.

¡No lo estrenéis sin mí!

El estreno de Bacchanale estaba previsto para el 9 de noviembre de 1939 en el Metropolitan Opera House de Nueva York y Dalí pensaba acudir desde Francia. Pero un mes antes había estallado en Europa la Segunda Guerra Mundial y le fue imposible viajar a Estados Unidos, así que pidió que no se estrenara el ballet sin su presencia. La compañía, sin embargo, se negó a cancelar las representaciones.

Para apoyar a su amigo Dalí, la propia Coco Chanel se negó igualmente a enviar los trajes que había confeccionado para el vestuario, pero la jugada tampoco salió bien. Gracias a las fotografías que la diseñadora había ido enviando durante el proceso de producción, otra modista, Barbara Karinska, pudo confeccionar deprisa y corriendo unas réplicas a tiempo para el estreno, aunque se sabe que alguno de los 30 bailarines que salían a escena se quedó sin su traje.

La obra fue un éxito y estuvo en el repertorio del Ballet Russe de Montecarlo hasta 1941. No volvió a representarse hasta 1945 y posteriormente en 1967, cuando se mostró al público por última vez. Tras el cierre de la compañía, uno de los bailarines heredó aquellos 13 telones pintados por Dalí, pero en 1968 los donó a la Universidad Butler, donde permanecieron guardados y olvidados.

La exposición

El Dalí más grande del mundo se engloba en el programa dedicado al surrealismo que presenta el Círculo de Bellas Artes como homenaje al centenario del lanzamiento del Manifiesto Surrealista de André Bretón en 1924.

Los telones estarán expuestos en el Teatro Fernando de Rojas durante las mañanas como una obra de arte más, y por las tardes se llevarán a cabo visitas teatralizadas que tratarán de recrear para el público una experiencia daliniana.

Bajo la dirección de Jaime Vallaure y con la coreografía de Tania Arias, se representará un ballet performativo que reinterpreta alguna de las partes más significativas de la obra original, de la que se conserva solo una película de 22 minutos sin sonido. Todo ello podrá verse del 22 de diciembre al 6 de enero, con entrada gratuita previa reserva en la web del Círculo.

Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista. Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu. A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá. Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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