«Paga por clases con arte, comida y consejo». Un grupo de artistas y diseñadores decidieron resumir en ese sencillo mensaje, que escribieron en una puerta de Nueva York, su proyecto educativo para cambiar el mercado de compraventa de conocimientos. Los profesores serían alumnos y los discípulos maestros en una institución educativa en la que aprender no sería gratis, pero tampoco se cambiaría por impersonales billetes verdes.
Apodaron Trade School a esa original escuela de trueque que idearon en 2008, el año en el que los desaciertos del capitalismo se hicieron evidentes. Desde entonces se han abierto más de 30 sedes en localidades de todo el mundo, de Atenas a Quito, de Vancouver a Ámsterdam, de Londres a Singapur.
Más de 19.000 personas han pasado ya del pupitre al encerado en esta organización sin jerarquías, con la filosofía de que todo el mundo tiene algo que ofrecer, el saber no tiene por qué monetizarse y la colaboración vale más que el liderazgo individual.
Costura, jardinería, apicultura, aprendizaje de juegos de mesa medievales, fabricación de pan, pilates, fotografía de retrato, estrategia de Scrabble para principiantes o life coaching son algunas de las actividades que más éxito han tenido en diferentes partes del globo.
Todas las sedes de Trade School comparten unos principios y una plataforma online, pero el responsable tiene que buscar un espacio, autogestionarlo con el resto de participantes y coordinar los talleres que se van a celebrar. Excepto ajados billetes, cada profesor puede pedir lo que desee a cambio de su clase, desde café, vino o arroz , a papel higiénico, juguetes, bonos sorpresas, testimonios, recetas, ayuda con sus impuestos o, sencillamente, una sonrisa.
«Participo en Trade School porque es la educación de la que quiero ser parte: personas que enseñan a otras según su experiencia más que según su conocimiento experto o sus adornados títulos que prueban que están cualificados», explica Brittany West, cofundadora de la escuela en Indianápolis.
En esta plataforma, la sabiduría no tiene edad. Colin Hynson, responsable de Trade School en la localidad británica de Norwich, disfruta viendo cómo un chico de 21 años y un señor de 71 se sienten al lado en las clases y aprenden juntos. «He descubierto que la gente mayor capta la idea del trueque más rápido que el resto. Tal vez era más común cuando eran jóvenes».
Voluntarios como Hynson han demostrado que el trueque también puede adaptarse al siglo XXI y convertirse en una alternativa al dinero en tiempos difíciles para el bolsillo. Eso sí, han tenido que recurrir a él para publicar un libro en el que compartirán sus siete años de experiencia en la economía solidaria. Acaban de recaudar 10.000 dólares (casi 9.500 euros) en Kickstarter con ese objetivo.
Según Brittany West, el volumen, que estará listo en septiembre de 2016, será una «herramienta sobre economía colaborativa y un libro de historias, todo en uno». Profesores, creadores de otras plataformas de economía colaborativa y todos aquellos ciudadanos del mundo que quieran experimentar con el trueque como método de pago, podrán disfrutar de esas lecciones sobre enseñanza.
Ahora bien, los organizadores de Trade School también quieren que la elaboración del texto les ayude a pensar cómo pueden hacer que la organización funcione en todos los rincones en los que el proyecto ha fracasado. Más de 100 ciudades han solicitado abrir una escuela, pero muchas han acabado cerrando por la falta de tiempo y recursos.
«Mi deseo con el libro es que seamos capaces de averiguar por qué algunas escuelas abrieron y después cerraron y cómo podemos trabajar colectivamente para hacer Trade School más sostenible», explica Britanny West. En España, hubo dos sedes, una en Barcelona y otra en Almería, aunque ya no están activas.
Así que si algún defensor de la ayuda mutua, la naturaleza social del intercambio y la sabiduría práctica encuentra un espacio, puede abrir su propio Trade School. En él podrá organizar una clase de yoga de la risa como la que va a celebrarse en Ginebra, un taller de arte dramático como en Norwich, unas lecciones de introducción a la guitarra como en París o una sesión de matemáticas divertidas como en la localidad nicaragüense de San Juan del Sur.
«Para nosotros, en los espacios de aprendizaje que funcionan por trueque importa tanto la conexión y la comunidad como la educación. Las Trade Schools construyen el capital humano y social en su misma naturaleza: el poder de la gente», sentencia Danielle Trudeau, cofundadora de la sede en Edimburgo. En el espacio de trueque de la capital escocesa, una profesora y artista ha enseñado hace unos días cómo dibujar mandalas, esas complejas representaciones budistas del macrocosmos y el microcosmos.
Los miembros de Trade School no tuvieron que pagar libras por participar en esta relajante actividad. Les bastó con llevar conservas caseras, consejos, sabiduría y palabras desde el corazón. Compartir una historia, un poema o un recuerdo especial puede hacernos más felices que unos billetes de colores a los que hemos dado demasiada importancia.
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