No mostraba actitud violenta ni arenga alguna. Sin embargo, cuando se presentó en el Salón de París en 1857, a la burguesía de la ciudad aquel cuadro de Millet le resultó «peligroso» .
La aversión mostrada hacia la pintura por las élites capitalinas no estaba del todo infundada. Porque la bucólica escena era en realidad una denuncia social. Un reflejo del duro trabajo al que se veían abocados los hombres y mujeres que, como las del cuadro, no tenían más remedio que recoger el sobrante del campo para poder llevarse algo a la boca.
Las espigadoras, de Millet, es la primera imagen que se nos viene a la cabeza y la primera que menciona Anna Gras cuando comienza a hablar de Espigoladors. Un proyecto del que Gras es responsable de comunicación y que ha recuperado una práctica milenaria como es la de espigar. «La de Millet es la representación más icónica de esta actividad que ya se menciona en la Biblia».
Dice Gras que, en la Edad Media, eran las campanas de las iglesias las que marcaban el momento en el que los espigadores del pueblo podían ir al campo a realizar su labor. Ocurría justo después de que el agricultor acabara de recolectar. «Los espigadores llegaban entonces para recoger todo lo que este no había cosechado».
En Espigoladors hablan de espigueos o espigamientos cuando se refieren a esta labor, aunque, como aclara Anna Gras, no existe un término «regulado» en castellano. Y aporta un dato más sobre la práctica: «Era un trabajo minucioso que requería más paciencia que fuerza, por lo que solían realizarlo mujeres y niños. Con ello conseguían un extra que llevar a sus familias».
LOS ESPIGADORES HAN VUELTO
Desde 2014, en algunas zonas agrícolas de Cataluña han vuelto a verse espigadores o espigoladors. «Empezamos como proyecto piloto. Comenzamos como asociación y ahora continuamos como fundación». Mireia Barba es la presidenta y cofundadora de la iniciativa junto a Jordi Bruna y Marina Pons.
«Espigoladors nace en un contexto marcado por las secuelas económicas y sociales de la crisis de 2008: paro, aumento de las colas en comedores sociales y bancos de alimentos, déficit de alimentación saludable en muchas familias, aumento de las cifras de obesidad infantil…».
[pullquote]Un 8% de las emisiones de CO2 a la atmósfera vienen derivadas del derroche alimenticio. Eso sin contar con los recursos naturales que se invierten para producir alimentos que al final acaban en la basura[/pullquote]
También los espigadores urbanos se hicieron, entonces, habituales en las calles. «Personas que buscan en los cubos de basura lo que otros desaprovechan», define Gras. Un drama humano que, a su vez, señala otro de carácter medioambiental: «Un tercio de los alimentos que se producen se acaba despilfarrando. Se calcula que un 8% de las emisiones de CO2 a la atmósfera vienen derivadas de este derroche. Eso sin contar con los recursos naturales que se invierten para producir alimentos que al final acaban en la basura».
Es ante esa dilapidación de recursos contra la que se revuelve Espigoladors. También contra el hecho de que crisis como la de 2008 o la actual acaben esquilmando el derecho a una alimentación saludable a parte de la población.
Hace casi seis años que los grupos de voluntarios de Espigoladors (unos 2000 en la actualidad) trabajan en Cataluña, fundamentalmente en en el Parc Agrari del Baix Llobregat, aunque también en algunas zonas del Maresme y de Tarragona, entre otras. «Recolectamos el excedente y todo aquello que se queda en el campo, bien porque tiene un tamaño o forma fuera de lo normal, bien porque tiene manchas, está demasiado maduro…».
Parte de lo recogido se dona a entidades colaboradoras como Cáritas, Cruz Roja, el Banco de Alimentos de Barcelona y otras entidades locales. La otra parte se convierte en materias primas de los patés, mermeladas, salsas y demás productos que Espigoladors cocina en su obrador y que comercializa bajo la marca im-perfect®.
Es el obrador el que concentra la tercera pata del proyecto: la que se propone generar oportunidades laborales. En este caso, entre los vecinos desempleados de San Cosme, uno de los barrios más vulnerables de la periferia de Barcelona.
¿DE DÓNDE VIENE LO QUE COMES?
La sensibilización del mundo rural es otro de los objetivos del proyecto, y probablemente el más transversal. «Acercamos a personas que no tienen contacto con el campo a que conecten con este mundo, que sepan de dónde provienen los alimentos, que tomen contacto con el mundo de la payesía. Todo esto deriva en un cambio de conciencia, en un consumo más crítico, en el fomento del consumo del producto local».
Con la marca im-perfect, a su vez, se proponen hacer hincapié en la economía circular, aquella que aprovecha todos los recursos por imperfectos que parezcan, que alarga sus vidas y que les da una segunda oportunidad.
Espigoladors realiza esta labor de sensibilización a través de proyectos educativos en escuelas e institutos, talleres puntuales, así como a través de estudios y de proyectos desarrollados a más largo plazo.
Anna Gras se congratula por la aprobación por parte del Parlamento catalán de la Ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentarios en Cataluña, que, entre otros puntos, incluye la regulación del espigar. A su modo de ver, una buena noticia para «la puesta en marcha de nuevos proyectos en torno a esta práctica y posibilitar su réplica en otros puntos del territorio».
UNA ESPIGOLADA DESDE DENTRO
Proyectos fotográficos, como el de Clàudia Grosche, que ilustra estas páginas, también contribuyen a dar a conocer el proyecto. «Me llamó mucho la atención los valores del proyecto cuando unos amigos me contaron en qué consistía. Supe que quería aportar mi granito de arena. Como fotógrafa, sentí la necesidad de documentar esta práctica para que la conociese más gente». Pero Grosche no solo sacó su cámara. También se arremangó para espigar. «Estoy vinculada con el mundo rural y me gusta trabajar la tierra. La verdad es que fue una experiencia muy enriquecedora. Cuando vas y ves todo lo que se deja en el campo para echarse a perder se te remueve todo».
Una respuesta a «Espigoladors, la práctica milenaria cuya máxima es «¡la comida no se desecha!»»
habría sido interesante comentar el documental de Agnes Vardá sobre los espigadores