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Traductor simultáneo: ‘Estar de chill’ y ‘estar chill’, dos maneras de estar tan ricamente relajado

Desde que salió de su casa hasta que se instaló en la habitación de los jóvenes Z, la palabra chill ha vivido unas cuantas aventuras y un cambio, si no de significado, sí de matiz.

Cuando estaba soltero y ejerciendo de verbo en su inglés natal, to chill significaba enfriar. Pero pronto le salió novio, y a su gélida existencia se le unió out. Y debe ser que se rodearon de mucha gente enfadada, excitada y acalorada, porque la nueva pareja empezó a lanzar al personal su grito de «¡a enfriarse, buddies!», que dio lugar a relajarse.

Como eso es lo que se hacía cuando se escuchaba cierta música creada expresamente para rebajar intensidad a la vida, a ese estilo musical se le llamó también chill out. Y por extensión, acabó nombrando al garito en el que se pinchaba. Nada mejor para combatir el estrés que tomarse un copazo en uno de esos sitios, a ser posible con vistas al mar, que puestos a pedir…

La cosa siguió relajándose y relajándose hasta que de definir un plan de fin de semana pasó a nombrar un estado. Alguien estaba chilling si el estrés no le acosaba. Eso sí, cuando lo adoptó el español le quito esa -g y lo dejó en chillin, aunque hoy está en desuso, así que mejor olvídate.

¿Qué han hecho los jóvenes de la generación Z con esta expresión? Pues, lo primero, reducirla aún más y dejarla en chill a secas, más cercana al inglés original (que para eso las criaturas van a colegios bilingües). Después, convertirla en una interjección (Chill, bro!), que equivaldría a un «¡Tranquilo, no te me alteres!». Y por último, desdoblarla en dos expresiones parecidas: Estar de chill, para hablar de un plan en el que no se hace nada especial ni loco, pero que es entretenido. Y estar chill, que es estar tranquilito, relajado.

¿Qué ha pasado con la música, el mar y el mojito de tranqui que te tomabas tú en un chill out?, te preguntarás. Pues no sabemos qué responderte, la verdad. Hace tiempo que nuestra vida nocturna es escasa, tirando a nula.

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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