Se siente. A veces no se pueden evitar ciertas apologías. Vale lo de la justicia ciega, lo de la propiedad privada y lo del imperio de la ley. Ok. Pero es que algunos atracadores son para aplaudirles, leñe. Se presenta el viernes pasado un hombre de 50 años llamado Timothy Dean Alsip en una sucursal del Bank of America (En Portland, EEUU). Se acerca a uno de los trabajadores del banco y le entrega una nota que dice: «Esto es un atraco. Deme un dólar». El cajero le entrega el billete y el hombre se sienta en el vestíbulo a esperar a que llegue la policía. Nudo: Llegan los guardias, el sujeto es detenido y le acusan de robo con una fianza de 250.000 dólares que no pagará porque no los tiene. Desenlace: Dean Alsip ha conseguido su objetivo, permanecer en la cárcel para recibir asistencia médica gratuita, ya que, como ciudadano libre que es en país liberal que está, no tenía dinero para costearse el tratamiento de sus enfermedades. ¿olé?, ¿o no olé? ¡Vamos!
Él es uno de esos ejemplos perfectos. Existen atracos, robos y hurtos que consiguen la simpatía de la gente. Tras ellos, están delincuentes que ya sea por su pacifismo, su situación de necesidad, su complejo de Robin Hood o su planificación y ejecución impecables, crean una empatía con el sentir social que borra por completo su imagen delictiva. Perseguidos por la ley pero empujados por su público. Ladrones de esos que más de uno ocultaría un rato en su casa sin el más mínimo remordimiento.
El pasado mes de febrero Yorokobu publicaba una noticia llamada El chantaje del Robin Hood de las galletas, de Carlos Carabaña. Una galleta dorada de 20 kilos había desaparecido del que era su emplazamiento desde hacía 100 años a las puertas de la galletera Bahlsen. Reconociendo los hechos, escribió anónimos y filmó vídeos alguien vestido del monstruo de las galletas acompañado por sus encapuchados secuaces. “Tengo la galleta”, comenzaba diciendo una de las misivas dirigidas al director de la empresa, Werner Bahlsen, “si la quieren de vuelta algún día de febrero deben regalar galletas a todos los niños del hospital Bult. Pero de esas con chocolate con leche, no de las que tienen chocolate negro ni de esas sin chocolate. Y una galleta dorada para la sala de cáncer infantil”. Además, exigían que la recompensa de 1.000 euros que Bahlsen había ofrecido por cualquier información sobre el paradero de su oblea debía ser donada a un refugio de animales de la ciudad.
El presidente de la galletera claudicó ante el chantaje a su manera. En vez de entregar específicamente lo que se le pedía, decidió tirar la casa por la ventana y prometer 52.000 galletas a diferentes instituciones si su panecillo dorado aparecía. Días más tarde apareció envuelto para regalo subido a la estatua de una universidad local con una nota que decía: “Ya que Werni [el presidente], como yo, ama tanto la galleta y ahora siempre llora y la echa tanto de menos, la devuelvo”. Otro chapó como una casa para el monstruo de las galletas.
El que se ganó el apodo del robo del siglo fue el que sufrió el Banco Société Générale de Niza. Es que tuvo su curro. En 1976 una banda liderada por Albert Spaggiari se pasó nada menos que tres meses cavando un túnel en las alcantarillas de la ciudad que llegaba hasta la pared subterránea de la financiera. Así robaron unos 60 millones de francos en efectivo, bonos y bienes. Antes de salir, escribieron unas palabras en una de las paredes internas del edificio: «Sin armas, sin violencia, sin odio». Spaggiari fue detenido tiempo más tarde y durante su juicio, saltó por la ventana ante todos los presentes aterrizando en el capó de un coche y huyendo acto seguido a lomos de una moto que vino a buscarle. Nunca más se le localizó. En una biografía posterior el prófugo aseguraba que todo el dinero que sustrajo de la Société Générale se lo donó a gente oprimida de diferentes países. Algunos informes policiales aseguraban que el dueño del coche en el que cayó Spaggiari en su huída recibió un cheque anónimo por daños y perjuicios.
Otro bueno, bueno es el del robo al Banco Central de Fortaleza (Brasil). 35 hombres se llevaron 150 millones de reales (unos 52 millones de euros) en un fin de semana de agosto de 2005. Trabajo de hormigas. Alquilaron una casa vecina bajo la excusa de ser una empresa de jardinería y desde allí cavaron un túnel de 80 metros que llevaba directamente a las bóvedas del dinero. Fueron tres meses de pico y pala. Y aunque algunos miembros de la banda fueron capturados tiempo más tarde, las autoridades solamente recuperaron el 10 por ciento de botín. La película Asalto al banco central (2011) de Marcos Paulo está inspirada en ese suceso.
Y es que hay algunos que de no haber robado, seguramente se ganarían la vida como dobles en películas de acción. Manda huevos la pericia de la banda de italianos, liderados por Leonardo Notarbartolo, que se hizo con 100 millones de euros en joyas en 2003 en el Centro de Diamantes de Amberes, una de las ciudades más ricas del mundo. Tuvieron que superar ¡diez niveles! de alta seguridad y consiguieron embolsarse los diamantes sin dejar huella. Violencia cero. El cabecilla fue detenido tiempo más tarde, pero ahí tiene ahora al cineasta J.J. Abrams, creador de Perdidos, planeando trasladar su vida a la gran pantalla. Los diamantes aún no han aparecido.
Por supuesto en su aniversario 50 no podemos dejar fuera el asalto al tren de Glasgow. Otro al que también apodaron el atraco del siglo. El tren correo que circulaba de Glasgow a Londres cargado de dinero fue asaltado por una banda de 15 hombres dirigidos por Bruce Reynolds. Sucedía en 1963. Calcule lo que es hacerse con 2,6 millones de libras (unos tres millones de euros) para la época. Fue cifra record. Y lo mejor de todo es que ni uno de los 15 portaba un arma de fuego. La máxima desgracia fue un golpe en la cabeza del maquinista tras un forcejeo. Tan sonado fue el suceso que tiene hasta su propia placa en un puente. En cuanto a la película correspondiente ya se encargó Phil Collins de interpretar al jefe de estos delincuentes en Buster (1988). Cosas del destino, ocurrió que 13 de esos 15 hombres, incluido el líder, fueron descubiertos y capturados más tarde gracias a las huellas dactilares que dejaron en un Monopoly con el que jugaron mientras se escondían de la policía. Quizás ya estaban imaginando cuántos hoteles comprar con todo ese dinero.
Y no dejemos de lado a nuestro Dioni (Dionisio Rodríguez Martín). Caerá mejor o peor, es cuestión de moralidad y gusto, pero el tipo era un currela que hace 24 años se pasaba de sol a sol custodiando un furgón blindado de la empresa Candi S.A. Allí estaba. Todos los días con millones y millones pasándole delante de la cara y él sufriendo por un sueldo. Total que un día pensó: se acabó. Aprovechó que sus dos compañeros no estaban en el vehículo y entonó el Adiós mi España querida con 298 millones de pesetas. Se largó a Brasil, donde cambió de imagen y pasaba los días transformando sus billetes en hedonismo. Cuando le capturaron se recuperó dos terceras partes de lo que sustrajo. Que le quiten lo bailao, pensaría.
De nuevo disculpen la apología, es simple simpatía por el crimen pacífico original. Al fin y al cabo, ya que nos roba tanta gente últimamente entre bancos, grandes empresas y políticos, exijo como perjudicado que el que me robe, al menos, me robe con estilo.