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El día en el que Mozart se fue a vivir con un estornino 

Un día Mozart iba paseando y oyó algo que le llamó poderosamente la atención. Era un estornino —uno de los que vendía un comerciante de pájaros (un negocio habitual en las ciudades del siglo XVIII)— que estaba cantando un fragmento de una de sus obras inéditas. Un estornino ladrón de copyright parece un portento: a Mozart le fascinó, así que lo compró y se lo llevó a casa. 

El estornino vivió con el músico y con su familia durante el resto de su vida, que para alguien de su especie fue de unos cuantos años. Fue una querida mascota, tanto que cuando falleció, Mozart le organizó un funeral por todo lo alto. Quizás no era un funeral realmente en serio, se ha dicho. Lo único incuestionable es que el padre de Mozart murió dos meses antes y su hijo no fue —o no pudo— ir al entierro. Pero su estornino tuvo plañideras. 

Esta es una de esas notas al pie curiosas de la historia de la música, pero, como demuestra Lyanda Lynn Haupt en El estornino de Mozart (Capitán Swing), es también mucho más que eso. Es una historia sobre nuestra relación con las aves, sobre los propios pájaros en sí y, no menos importante, sobre cómo sentimos a aquellas especies que consideramos demasiado comunes o incluso, y directamente, invasoras, que es lo que les ocurre a los estorninos en América. 

Haupt decidió seguir los pasos de Mozart para entender la relación del músico con su pájaro mascota y se adentró, de paso, en todos estos puntos. A diferencia de lo que ocurría en el siglo XVIII, ahora no se puede comprar un estornino en una tienda de mascotas (tampoco encontrarlo en un refugio de animales).

Los estorninos son animales salvajes y, por ello, deberían estar protegidos por todas las normativas que cuidan de la fauna silvestre. Sin embargo, como descubrió Haupt, en Estados Unidos los estorninos no lo están: considerados invasores (llegaron al continente cuando un fan de Shakespeare quiso llenar Central Park con los animales que se mencionan en las obras del bardo) y una plaga, se potencia la reducción de sus colonias. Ella se hizo con Carmen, el nombre de su estornino, antes de que los servicios de parques de su ciudad fuesen a retirar un nido en el techo de los baños públicos de un complejo deportivo. 

Su relación empezó de forma muy estrecha —ella y su familia tenían que alimentar cada poco tiempo a la cría de pájaro— y Carmen se integró —quizás no completamente con el gato familiar, pero mantienen una entente cordiale— en la vida familiar. Vivir con ella les ha mostrado a esos pájaros de una manera completamente diferente. 

Leyendo a Haupt me preguntaba: ¿debería cambiar nuestra percepción de los pájaros comunes de nuestras ciudades? ¿Es el momento de ver con otros ojos a las gaviotas, esa molesta plaga que todas las personas que viven en zonas de costa odian con feroz pasión? Resulta difícil aceptar —cuando te acaban de robar el trozo de bizcocho que te han puesto con el café en una terraza— que sean mucho más que esas terribles ratas del aire, como se las llama con desprecio.

Le pregunto a Haupt si tenemos demasiados prejuicios sobre los pájaros comunes. «Creo que casi todo el mundo los tiene. Incluso la gente que se identifica como birders —observadores de pájaros intensos— son desdeñosos con los pájaros que son demasiado comunes y ciertamente con aquellos que han sido introducidos [en un ecosistema]», me responde. Los consideramos plagas y una molestia y, en ocasiones, tenemos «razones decentes» para que no nos guste su presencia. 

«Pienso que la lección de Carmen es que, nos guste o no, cada especie de pájaro es digna de nuestra atención y consideración, cada especie es bella e inteligente de una manera única y, si nos tomamos tiempo para observarlos con cuidado, estos pájaros nos pueden invitar a apreciar la maravillosa complejidad de la vida de un modo más completo», indica.

De hecho, convivir con Carmen le ha abierto las puertas a comprender mucho mejor todas las capacidades de los estorninos. Leyendo lo que Haupt escribe, resulta fascinante no solo todo lo que estos animales viven, sino también lo que sus acciones dicen sobre las personas y el mundo en el que unos y otras habitan.

Por ejemplo, algunos estudios apuntan que, para entender cómo se forma el lenguaje humano, habría que fijarse en los pájaros. «Estudios recientes muestran que los estorninos reconocen un patrón lingüístico llamado recursividad, algo que se creyó durante mucho tiempo que era único a los humanos», señala la experta. 

«Pero más allá de esto, pienso que es como el aprender una lengua extranjera, que nos ayuda a entender de forma más profunda la propia. Observar a otras especies en profundidad nos ayuda a entender la profundidad de nuestra conexión con el mundo natural, salvaje», apunta. Y esto, añade, es crucial en tiempos de crisis ecológica. 

EL ESTORNINO DE MOZART

Pero, volviendo a Mozart y a su estornino, el animal tuvo un importante efecto en la vida del compositor. 

De entrada, la época es un momento fundamental para comprender cómo cambió la visión que las personas tenían de los animales. Hasta entonces, lo habitual era tener animales que eran «fuerza de trabajo» o, como explica la experta, a modo de decoración en los hogares de clase más alta. «Pero en los tiempos de Mozart, los pájaros y los perros empezaron a ser populares en las casas de clase media como mascotas», señala. Pasaban a formar parte del círculo familiar. Que Mozart se llevase al pájaro a casa es una curiosa lección de historia: es la que nos cuenta que las emociones humanas con respecto a los animales estaban cambiando. 

Para continuar, el pájaro se convirtió en un acompañante, pero también tuvo un efecto en las obras del compositor. «La naturaleza inteligente, alocada y traviesa del estornino era la pareja perfecta para la personalidad de Mozart», asegura Haupt, que ha concluido que tuvo una influencia directa sobre las obras Una broma musical y La flauta mágica (en este último caso, sobre el personaje de Papegeno). «Pero creo que el aspecto más importante para Mozart fue el personal», indica. 

«Mozart tiene una reputación por ser en cierto grado despreocupado, pero su vida estuvo rodeada de mucha dureza», apunta. El estornino no solo lo acompañó durante unos años intensos de composición musical, sino también durante el nacimiento y muerte de uno de sus hijos y durante varios vaivenes económicos. Como indica la escritora, fue un apoyo, «una presencia alegre» en medio de tantas vicisitudes, un «período de su vida que estuvo plagado por la tristeza y la incertidumbre».

Convivir con Carmen, su estornino, le ha permitido a Haupt comprender a un nivel distinto lo que supuso esa experiencia para el músico, porque lo vivido muestra cosas que no aparecen en la literatura científica, como que los estorninos interactúan con el entorno en el que habitan.

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