La filóloga clásica Roser Homar se ha sumergido en el griego tosco, híbrido y sorprendentemente vivo del Evangelio de Mateo para producir una traducción que renuncia a los tecnicismos heredados y devuelve al texto su humanidad original. Su versión rehace conceptos, corrige inercias patriarcales, recupera la diversidad de la comunidad que rodeaba a Jesús y devuelve al lector la extrañeza y la potencia literaria de un relato que nunca nació para sonar solemne.
¿Cambia algo a la hora de asumir este trabajo el hecho de saber que nunca una mujer lo había traducido antes?
Cabe decir que en alguna traducción al español y al catalán se encuentra el nombre de alguna mujer. Sin embargo, hasta donde yo conozco, no aparece el nombre de una mujer como traductora en solitario. Pero mi conocimiento sobre esta cuestión es limitado. Cuando asumí el trabajo, no me planteé el encargo con la responsabilidad de ser la primera mujer en traducir esta obra, sino con la responsabilidad de no imponer al texto un lenguaje excluyente cuando el texto no lo presenta.

Has optado por ‘hijo de la humanidad’ en lugar de ‘hijo del hombre’. ¿Qué implica, exactamente, devolverle a anthropos su sentido original? ¿Qué pierde (o qué gana) el lector cuando se opta por una traducción patriarcal?
Anthropos en griego designa a la especie humana distinguiéndola de la especie animal y de los dioses. Es un sustantivo que integra tanto al macho adulto como a la hembra de la especie humana. En castellano tenemos el sustantivo humanidad, que designa al género humano y da la idea, a su vez, de conjunto de personas. Por lo tanto, se trata de un sustantivo que refleja con precisión y nitidez el sentido del término griego. Además, cabe tener en cuenta que el sustantivo hombre se utiliza en castellano para distinguir el macho de la especie humana de la hembra y, por lo tanto, resulta o bien ambiguo, o bien excluyente. El lector, cuando lee «hijo de la humanidad», puede quedar descolocado si conoce la expresión tradicional de hijo del hombre, pero gana en profundidad de sentido y en una aproximación no excluyente al texto griego.
¿Qué se siente al traducir un Evangelio que no suena a Evangelio, sino a alguien hablando de forma tosca, directa y sin artificios, casi como si te lo contara en una cocina o un mercado del siglo I?
Aunque nunca hayamos leído el texto del Evangelio de Mateo, todos accedemos a él con unas expectativas, seguros de lo que vamos a encontrar, porque en nuestra cultura los términos de la religión cristiana nos resultan familiares, independientemente de nuestras creencias. Al acercarme al texto original como lectora de textos literarios griegos originales, me encontré con una lengua, un registro y un estilo que distan bastante de los códigos y el estilo al que, por mi formación de filóloga clásica especialista en textos griegos de los primeros siglos de nuestra era, estaba acostumbrada.
Me resultaba un texto entre muy vivo y directo, y, a la vez, un poco extraño, porque, aunque está escrito en griego, la realidad que refleja y el punto de vista son bastantes distintos de lo que encontramos en otros textos griegos de tradición literaria helena. Al principio resultó complicado encontrar un tono adecuado, pero a medida que entraba en el texto, comprendía que el registro adecuado tenía que ser muy simple, dado que, si nos fijamos en su audiencia interna, las personas que oían las palabras de Jesús eran bastante sencillas: pescadores, ancianas, niños…
Por lo tanto, el texto en la traducción debía tener eso en cuenta. Era necesario pensar que quizás nosotros nos consideramos demasiado listos o sabemos demasiadas cosas, pero que, en realidad, el texto, tal como está escrito, no presupone a un lector erudito.
Dices que buscabas que el lector actual sientiera la misma extrañeza que produce el griego de Mateo. ¿Cuál fue la decisión de traducción más extraña que tuviste que defender contra tu propio instinto de pulir el texto?
La oración conocida como el Padrenuestro supuso un reto para mí. La oración en castellano la conoce muchísima gente, especialmente las personas adultas, y me costó muchísimo porque en el original tiene mucha fuerza, pero no conseguía en la traducción mantener la literalidad y que no me sonara extraña.

Esta versión evita el lenguaje técnico del cristianismo (pecado, parábola, apóstol…) y rescata palabras comunes (error, ejemplo, enviado…) ¿Qué revelan estos cambios sobre cómo entendíamos el mensaje y cómo quizá deberíamos volver a entenderlo?
El Evangelio de Mateo no es un manifiesto ideológico. La religión cristiana, tal como la hemos heredado, es el resultado de un proceso que duró siglos, y el Evangelio es solo el principio. Mateo utiliza los términos que el griego de la época podía ofrecerle para contar un relato hecho de acontecimientos, diálogos y discursos. Es con el paso de los siglos, con la erudición y con la interpretación del texto, que los términos que aparecen en este Evangelio y en otros se acuñaron como términos técnicos y se les aplicó una definición que restringiría su significado en el contexto de la religión cristiana.
En esta traducción se trata de, en la medida de lo posible, desandar el camino y proponer una traducción, proponer una interpretación en la que los términos elegidos para traducir el original no hayan recibido el peso de la tradición, como todavía no le había sucedido al texto de Mateo cuando se estima que se compuso.
Mateo mezcla griego, hebreo y arameo, como si la lengua se le desbordara. ¿Qué te dice eso del propio autor? ¿Se percibe a la persona detrás del evangelista?
Esta cuestión es un poco compleja y muchos expertos se han dedicado a esclarecer y a definir no solo quién hay detrás del evangelista, sino también en qué contexto se produjo el texto y cómo se transmitía al principio; es decir, la audiencia primera del texto. El texto revela un contacto y un conocimiento directos del mundo judío y de su realidad social, política, cultural y religiosa. Seguramente por ello, el autor no se entretiene en explicar según qué cosas, porque suponía una audiencia familiarizada con esta realidad.
Precisamente, cuando aparecen términos griegos que designan realidades judías es donde más se nota la limitación del griego; es decir, Mateo utiliza términos griegos que quizás le resultaban los más afines a la realidad que él quería transmitir, pero que, sin embargo, pueden parecer limitados. Un ejemplo muy claro de ello es el término aggelos, que en griego significa ‘mensajero’ y no tiene por qué definir una entidad sobrehumana como para nosotros la define el término ángel. Sin embargo, aparecen palabras de raíz semítica, que en la traducción se han transcrito, seguramente cuando el autor no encontró ninguna palabra en griego lo suficientemente adecuada para designar esa realidad o porque el autor consideraba que el término semítico permitía a su audiencia una comprensión más inmediata.

En el texto original hay ternura (la del bebé o la del padre orgulloso) y también dureza. ¿Cómo se equilibra la traducción entre la caricia y el latigazo sin suavizar ni endurecer lo que no toca?
Intenté acercarme al texto sin prejuicios y sin imponer los gustos estéticos actuales en cuanto a literatura se refiere. Tampoco me pareció buena idea juzgar las acciones y las palabras desde la mentalidad de hoy, es decir, desde los valores actuales. Me pareció adecuado no esconder la ternura y no maquillar la contundencia.
Dado que no aparecen descripciones en el texto que ayuden al lector a conformarse una idea acerca de lo que piensan, lo que sienten y cómo se mueven los personajes, la única manera que el lector tiene para comprenderlos es a través de sus acciones y sus palabras; por lo tanto, pensé que debía centrarme en no diluir ni la ternura ni la dureza.
Tu traducción visibiliza que en torno a Jesús había mujeres, niñas, ancianos, gente de todo tipo. ¿Qué cambia cuando el lector deja de imaginar una asamblea de hombres barbudos y empieza a ver una comunidad diversa?
Esta pregunta quizás debería responderla el lector. Esta realidad se ve claramente en el texto y quizás deberíamos sorprendernos nosotros de no conocerla. A veces el peso de la tradición nos impide un acceso al texto sin prejuicios.
Las metáforas del Evangelio de Mateo siguen siendo de una fuerza brutal (perlas-cerdos, camellos-agujas, vigas-ojos…) ¿Cuál es para ti la metáfora más literaria del texto, la que sigue viva sin necesidad de fe?
Hay muchas metáforas maravillosas, pero me resultan fascinantes las imágenes en las que aparecen animales, por su fuerza y su arraigo a la tierra.

¿Qué prejuicio sobre los Evangelios te gustaría que se desmontara tras leer tu traducción?
Que este texto es como un bloque de piedra; que las palabras de este texto son como palabras inscritas en piedra, pesadas, ásperas y duras, solo aptas para unos pocos.
¿Te ha cambiado este proceso en algo, más como lectora que como filóloga?
Como lectora, me ha asombrado la fuerza y la vivacidad no solo del texto, sino de su contenido, que a veces deja un poco fuera de juego. Me ha obligado también a deshacerme de prejuicios y a aceptar la carnalidad y el tono pragmático de muchas escenas.
¿Qué esperas que pase ahora que existe, por fin, una traducción hecha por una mujer?
Por mi forma de ser no suelo crearme expectativas; las expectativas me angustian y me paralizan. Por lo tanto, no he hecho esta traducción esperando nada. Esta traducción es una propuesta interpretativa del texto, hecha con honestidad y con respeto hacia él.